jueves, 24 de mayo de 2012

Reflexión del Domingo de Pentecostes.

ALIENTO VITAL QUE SE EXPRESA EN TODO




Jn 20, 19-23
En este relato de aparición, el autor del cuarto evangelio quiere "visibilizar" el momento en que Jesús comunica su Espíritu a los discípulos. Responde así a la promesa que el mismo autor había recogido en el llamado "testamento espiritual" de Jesús: "Yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros" (Jn 14,16; 14,26); "el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre" (15,26; 16,7; 16,13).
En realidad, Juan había hecho coincidir la efusión del Espíritu con la muerte de Jesús, quien "inclinando la cabeza, entregó el espíritu" (19,30). Por tanto, lo que se dice ahora en este relato no sería sino una confirmación: la comunidad se sabe habitada y sostenida por el mismo Espíritu de Jesús.
La tendencia a separar los acontecimientos pascuales es manifiesta ya en Lucas, quien introduce una curiosa periodización, que habría de marcar el ritmo de las celebraciones litúrgicas durante siglos.
Sin importarle demasiado la concordancia de sus afirmaciones –en el evangelio (24,50) sitúa la ascensión en el mismo domingo de la resurrección; en Hechos (1,3), sin embargo, cuarenta días después-, establece una cronología que se ha mantenido hasta la actualidad: resurrección, al tercer día de la muerte; ascensión, a los cuarenta días de la resurrección; pentecostés o efusión del Espíritu, a los cincuenta días.
Su nulo interés por evitar la contradicción en la que incurre, hace pensar que se trata simplemente de un artificio literario, desde una motivación simbólica. En realidad, todo el acontecimiento pascual es uno y ocurre a la vez: muerte-resurrección-ascensión-pentecostés.
Más aún: lo que los cristianos decimos de la muerte/resurrección de Jesús es lo que ha ocurrido siempre y que ahí se desvela. No es que el Espíritu estuviera "al margen" de la vida del mundo y de los seres humanos hasta el día de Pentecostés.
En cuanto Dinamismo de Vida, el Espíritu, no solo acompaña permanentemente el proceso de la historia, sino que él mismo es el alma de todo ese despliegue.
En ese sentido, desde una perspectiva no-dual, podemos decir que la historia no es otra cosa que el desplegarse o manifestarse del Espíritu en formas materiales.
Hay que evitar entenderlo, tanto de una manera dualista –como haría nuestra mente que, forzosamente, piensa al Espíritu como una realidad "aparte" del resto-, como de una manera panteísta, obra también de la mente que, en el otro extremo, piensa todo como unidad indiferenciada.
Superados ambos extremos, la dos caras polares del modo como la mente puede acercarse a la realidad, somos invitados a trascender la mente para abrirnos a una sabiduría superior, que hace justicia a lo real, sin separar nada y sin confundirlo.
Es la perspectiva no-dual, que han experimentado y en la que se han expresado desde siempre los místicos.
Santa Teresa de Jesús, probablemente una de las mayores representantes de lo que, dentro del camino espiritual, podríamos llamar la "vía relacional o afectiva", y por tanto, nada sospechosa de "veleidades panteístas", en su obra de madurez "Las Moradas", escribe:
"Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comunica Dios allí al alma en un instante, y el grandísimo deleite que siente el alma, que no sé a qué compararlo, sino a que quiere el Señor manifestarle por aquel momento la gloria que hay en el cielo por más subida manera que por ninguna visión ni gusto espiritual.
No se puede decir más de que, a cuanto se puede entender, queda el alma, digo el espíritu de esta alma, hecho una cosa con Dios...
"En estotra merced del Señor [lo que la santa llama el "desposorio espiritual"], siempre queda el alma con su Dios en aquel centro. Digamos que sea la unión, como si dos velas de cera se juntasen tan en extremo, que toda la luz fuese una, o que el pábilo y la luz y la cera es todo uno...
Acá es como si cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cual es el agua, del río, o lo que cayó del cielo; o como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse; o como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz; aunque entra dividida se hace todo una luz" (Las Moradas VII,2.3-4).
Por su parte, san Juan de la Cruz expresa lo mismo con no menos fuerza:
"Dios le comunica [al alma] su ser sobrenatural de tal manera, que parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios. Y se hace tal unión cuando Dios hace al alma esta sobrenatural merced, que todas las cosas de Dios y el alma son una en transformación participante. Y el alma más parece Dios que alma, y aun es Dios por participación" (Subida del Monte Carmelo II,5.7).
Me parece que no podemos leer esas experiencias que nos transmiten los místicos como si se tratara de "dones" especiales que Dios otorgara arbitrariamente, o como si fueran la excepción de lo que es la realidad.
Ocurre justamente al revés. Lo que los místicos ven –como lo que vio Jesús de Nazaret- es lo que se da siempre, la Realidad como es. El hecho de que la mayor parte de las personas no la perciban hace que se vean esas descripciones como excepcionales.
Los místicos pueden ser todavía "excepciones" con respecto a quienes no ven, pero lo que ellos nos transmiten –dentro, siempre, de la pobreza de los conceptos y de las palabras para expresar una realidad que trasciende la mente, así como usando esquemas mentales propios de su época y cultura- no es nada "excepcional", sino una descripción más ajustada de lo Real.
Lo que ocurre es que la identificación con la mente hace que se vea lo falso como si fuera real, y lo que es verdadero como si fuera falso.
En la experiencia mística –desde una perspectiva no dual-, el Espíritu no es "Alguien" que hace "algo" sobre "alguien", por más que nuestra mente, en cuanto quiera dar razón de ello, no pueda expresarlo de otro modo.
El término "espíritu", en las tradiciones antiguas, aparece vinculado al viento, a la respiración y a la energía. Ruaj, en hebreo; pneuma, en griego; spiritus, en latín; qi (o chi), en chino; prana, en sánscrito... Todos ellos son términos que hacen referencia a "aliento vital", "soplo de vida", "energía"..., y guardan una estrecha relación con la propia respiración.
A partir del simbolismo que nos regalan las etimologías, podemos hablar del Espíritu como del Aliento último de todo lo que es, pero un Aliento no-separado de lo que es, sino haciendo posible que sea y constituyéndolo en su núcleo más íntimo; como de la Energía primera que todo lo mueve y de la que están hechas todas las cosas; como del Dinamismo vital que hace posible la vida y el despliegue de la misma en infinitas formas; como del Vacío primordial –atemporal e ilimitado- de cuyo interior está brotando todo lo manifiesto...
Desde esta perspectiva también, en todo lo que vemos, estamos "viendo" al Espíritu en acción, al que reconocemos, además, como nuestro núcleo más íntimo, la Identidad más profunda.
Y nos vienen a la memoria las sabias palabras de Pierre Teilhard de Chardin: "No somos seres humanos viviendo una aventura espiritual, sino seres espirituales viviendo una aventura humana".
Solo así puede captarse adecuadamente lo que es la evolución en toda su profundidad: El Espíritu duerme en los minerales, despierta en los vegetales, siente en los animales y ama en los humanos. O, dicho de otra manera: El Espíritu duerme en la piedra, sueña en la flor, despierta en el animal y sabe que está despierto en el ser humano.
Me quedé sorprendido al constatar que, al presentarlo de este modo a alumnos de Bachillerato, dijeron "entender" lo que es la Trascendencia y la Unidad de todo.
Sin duda, los niños y los jóvenes se hallan capacitados para percibir la dimensión espiritual de todo lo real. Lástima que la educación académica siga siendo tan chata y materialista, porque les está privando de cuidar su mayor riqueza: la inteligencia espiritual.
Esa inteligencia es la capacidad de tomar distancia de la mente separadora, dejar de identificarnos con ella y tomar conciencia de nuestra verdadera identidad.
Entonces caeremos en la cuenta de que el Espíritu vive en nosotros, impulsando nuestra consciencia... hasta que reconozcamos en él nuestro verdadero rostro.

Enrique Martínez Lozano

viernes, 18 de mayo de 2012

Reflexión sobre la Ascención del Señor.

(pinchar cita para leer evangelio)
NUEVO COMIENZO
por JOSÉ ANTONIO PAGOLA
Los evangelistas describen con diferentes lenguajes la misión que Jesús confía a sus seguidores. Según Mateo, han de "hacer discípulos" que aprendan a vivir como él les ha enseñado. Según Lucas, han de ser "testigos" de lo que han vivido junto él. Marcos lo resume todo diciendo que han de "proclamar el Evangelio a toda la creación".
Quienes se acercan hoy a una comunidad cristiana no se encuentran directamente con el Evangelio. Lo que perciben es el funcionamiento de una religión envejecida, con graves signos de crisis. No pueden identificar con claridad en el interior de esa religión la Buena Noticia proveniente del impacto provocado por Jesús hace veinte siglos.
Por otra parte, muchos cristianos no conocen directamente el Evangelio. Todo lo que saben de Jesús y su mensaje es lo que pueden reconstruir de manera parcial y fragmentaria escuchando a catequistas y predicadores. Viven su religión privados del contacto personal con el Evangelio.
¿Cómo podrán proclamarlo si no lo conocen en sus propias comunidades? El Concilio Vaticano II ha recordado algo demasiado olvidado en estos momentos: "El Evangelio es, en todos los tiempos, el principio de toda su vida para la Iglesia". Ha llegado el momento de entender y configurar la comunidad cristiana como un lugar donde lo primero es acoger el Evangelio de Jesús.
Nada puede regenerar el tejido en crisis de nuestras comunidades como la fuerza del Evangelio. Solo la experiencia directa e inmediata del Evangelio puede revitalizar a la Iglesia. Dentro de unos años, cuando la crisis nos obligue a centrarnos solo en lo esencial, veremos con claridad que nada es más importante hoy para los cristianos que reunirnos a leer, escuchar y compartir juntos los relatos evangélicos.
Lo primero es creer en la fuerza regeneradora del Evangelio. Los relatos evangélicos enseñan a vivir la fe, no por obligación sino por atracción. Hacen vivir la vida cristiana, no como deber sino como irradiación y contagio. Es posible introducir ya en las parroquias una dinámica nueva. Reunidos en pequeños grupos, en contacto con el Evangelio, iremos recuperando nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús.
Hemos de volver al Evangelio como nuevo comienzo. Ya no sirve cualquier programa o estrategia pastoral. Dentro de unos años, escuchar juntos el Evangelio de Jesús no será una actividad más entre otras, sino la matriz desde la que comenzará la regeneración de la fe cristiana en las pequeñas comunidades dispersas en medio de una sociedad secularizada.

viernes, 11 de mayo de 2012

Reflexión del 6to. Domingo de Pascua.

Mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
POR Y CON EL AMOR DE DIOS
INTRODUCCIÓN
El evangelio de hoy es continuación del que leímos el domingo pasado. Sigue explicando, en qué consiste esa pertenencia del cristiano a la vid. Poniendo como modelo su unión con el Padre, va a concretar Jesús lo que constituye la esencia de su mensaje. Ya sin metáforas ni comparaciones, nos coloca ante la realidad más profunda del mensaje del evangelio: El AMOR, que es a la vez la realidad que nos hace más humamos
Jesús les da las señas de identidad que tienen que distinguirlos como cristianos. Es el mandamiento nuevo, por oposición al mandamiento antiguo, la Ley. Queda establecida la diferencia entre las dos alianzas. Jesús no manda amar a Dios ni amarle a él, sino amar como él ama.
En realidad no se trata de una ley, sino de una respuesta a lo que Dios es en cada uno de nosotros, y que en Jesús se ha manifestado de manera contundente. Nuestro amor será “un amor que responde a su amor” (Jn 1,16). El amor que pide Jesús tiene que surgir desde dentro, no imponerse desde fuera. Se trata de manifestar lo que es Dios en lo hondo de mi ser, a través de las obras.
EXPLICACIÓN
Juan emplea en este relato la palabra agape. Los primeros cristianos emplearon no menos de ocho palabras, para designar el amor: agape, caritas, philia, dilectio, eros, libido, stergo, nomos. Ninguna de ellas excluye a las otras, pero solo el “agape” expresa el amor sin mezcla alguna de interés personal. Sería el puro don de sí mismo, solo posible en Dios.
Al emplear agapate (que os améis), está haciendo referencia al amor que es Dios, es decir, al grado más elevado de don de sí mismo. No está hablando de un amor de amistad o de una “caridad”. No es desarrollando sus cualidades humanas como puede el cristiano cumplir el encargo de Jesús. Se trata de desplegar una cualidad exclusiva de Dios. Se nos está pidiendo que amemos con el mismo amor de Dios.
Dios demostró su amor a Jesús con el don de sí mismo. Jesús está en la misma dinámica con los suyos, es decir, les manifiesta su amor hasta el extremo. El amor de Dios es la realidad primera y fundante.
Juan lo ha dejado bien claro en la segunda lectura: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó”. Descubrir esa realidad y vivirla, es la principal tarea del que sigue a Jesús. Es ridículo seguir enseñando que Dios está condicionado por nuestras obras; es decir, nos ama si somos buenos y nos rechaza si somos malos.
Pero hay una diferencia que tenemos que aclarar. Dios no es un ser que ama, es el amor. En Él, el amor es su esencia, no una cualidad como en nosotros. Yo puedo amar o dejar de amar, y sigo siendo yo. Si Dios dejara de amar un solo instante, dejaría de existir.
Dios manifiesta su amor a Jesús, como se lo manifiesta a todas sus criaturas; como me lo manifiesta a mí. Pero no lo hace como nosotros. No podemos esperar de Dios “muestras puntuales de amor”, porque no puede dejar de demostrarlo un instante.
El amor que es Dios, tenemos que descubrirlo dentro de nosotros, como una realidad que está inextricablemente unida al ser. Jesús, que es hombre, sí puede manifestar el amor de Dios, amando como Él ama y obrando como Él obraría si fuera un ser humano.
Otra consecuencia decisiva de la idea de Dios, que Juan intenta trasmitirnos, es que, hablando con propiedad, Dios no puede ser amado. Él es el amor con el que yo amo, no el objeto de mi amor. Aquí está la razón por la que Jesús se olvida del primer mandamiento de la Ley: “amar a Dios sobre todas las cosas”. Juan comprendió perfectamente el problema, y deja muy claro que solo hay un mandamiento: amar a los demás, no de cualquier manera, sino como Jesús nos ha amado. Es decir, manifestar plenamente ese amor que es Dios, en nuestras relaciones con los demás.
Naturalmente, no se puede imponer el amor por decreto. Todos los esfuerzos que hagamos por cumplir un "mandamiento" de amor, están abocados al fracaso. El esfuerzo tiene que estar encaminado a descubrir a Dios que es amor dentro de nosotros. Todas las energías que empleamos en ajustarnos a una programación, tienen que estar dirigidas a tomar conciencia de nuestro verdadero ser.
En el fondo, se nos está diciendo que lo primero para un cristiano es la experiencia de Dios. Solo después de un conocimiento intuitivo de lo que Dios es en mí, podré descubrir los motivos del verdadero amor.
El amor del que nos habla el evangelio es mucho más que instinto o sentimiento. A veces tiene que superar sentimientos e ir mucho más allá del instinto. Esto nos despista y nos lleva a sentirnos incapaces de amar. Los sentimientos de rechazo a un terrorista o a un violador, pueden hacernos creer que nunca llegaré a amarle. El sentimiento es instintivo, involuntario y anterior a la intervención de nuestra voluntad. Pero el amor va más allá del sentimiento. Y la verdadera prueba de fuego del amor es el amor al enemigo. Si no llego hasta ese nivel, todos los demás amores que pueda desplegar, son engañosos.
El amor no es sacrificio ni renuncia, sino elección gozosa. Esto que acaba de decirnos el evangelio, no es fácil de comprender. Tampoco esa alegría de la que nos habla Jesús es un simple sentimiento pasajero; se trata más bien, de un estado permanente de plenitud y bienestar, por haber encontrado tu verdadero ser y descubrir que ese ser es inmutable y eternamente estable. Una vez que has descubierto tu ser luminoso indestructible, desaparece todo miedo, incluido el miedo a la muerte. Sin miedo, como decía Buda, no puede haber sufrimiento. Surgirá espontáneamente la alegría que es nuestro estado natural cuando nada impide que el ser se despliegue totalmente.
Solo cuando has descubierto que lo que realmente eres, no puedes perderlo, estás en condiciones de vivir para los demás sin límites. El verdadero amor es don total. Si hay un límite en mi entrega, aún no he alcanzado el amor evangélico. Dar la vida, por los amigos y por los enemigos, es la consecuencia lógica del verdadero amor. No se trata de dar la vida biológica muriendo, sino de poner todo lo que somos al servicio de los demás.
Desde esta dinámica, no tiene ningún sentido hablar de siervo y de señor. Más que amigos, más que hermanos, identificados en el mismo ser de Dios, ya no hay lugar ni para el “yo” ni para lo “mío”. Comunicación total en el orden de ser, en el orden del obrar y en el orden del conocer.
Jesús se lo acaba de demostrar poniéndose un delantal (vestido de siervo) y lavándoles los pies. La eucaristía nos dice exactamente lo mismo: Yo soy pan que me parto y me reparto para que todos me coman. Yo soy sangre (vida) que se derrama por todos para comunicarles esa misma Vida. ¿Dónde pueden albergarse ahora los secretos, si ha desaparecido la individualidad diferenciadora? Jesús lo compartió todo.
Que vuestra alegría llegue a plenitud. Es una idea que hay que resaltar, porque en nuestro cristianismo no siempre lo hemos tenido claro. Jesús afirma que Dios quiere que seamos felices, eso sí, con una felicidad plena y definitiva, no con la felicidad que puede dar la satisfacción de nuestros sentidos. La causa de esa alegría es saber que Dios nos ama incondicionalmente; que esa actitud nos transforma en amigos; que nada podrá apartarnos de Él. Nos decía un maestro de novicios: “Un santo triste es un triste santo”.
“No me elegisteis vosotros a mí, os elegí yo a vosotros”. Expresa la experiencia de los primeros cristianos. Son conscientes de su libertad a la hora de seguir a Jesús, pero saben que el acercamiento empieza siempre por el amor de Jesús a cada uno. Debemos recuperar esta vivencia. El amor de Dios es lo primero. Dios no nos ama coma respuesta a lo que somos o hacemos, sino por lo que es Él.
No tiene ningún sentido seguir hablando del Dios que premia a los buenos y castiga a los malos. Dios ama a todos de la misma manera, porque no puede amar más a uno que a otro. De ahí el sentimiento de acción de gracias en las primeras comunidades cristianas. De ahí el nombre que dieron los primeros cristianos al sacramento del amor. “Eucaristía” significa acción de gracias.
APLICACIÓN
Para saber si estamos con Jesús no hay más criterio que las obras de amor. Cualquier relación con Dios sin un amor manifestado en obras, será pura idolatría. Pero esa manera de actuar tiene que surgir de lo hondo del ser, y no de una obligación externa.
La nueva comunidad no se caracterizará por doctrinas, ritos o normas morales. El único distintivo debe ser el amor manifestado. La base y fundamento de la nueva comunidad será la vivencia, no la programación. Jesús no funda un club cuyos miembros tengan que ajustarse a unos estatutos (este sigue siendo hoy nuestro error fundamental) sino una comunidad que experimenta a Dios como amor y cada miembro lo imita, amando como Él ama.
Esta oferta supera todas las ofertas que las instituciones pueden hacer, por eso se muestra Jesús a distancia e independiente de todas ellas. Ninguna otra realidad puede sustituir lo esencial. Si esto falta no puede haber comunidad cristiana.

Meditación-contemplación

Sin la experiencia de unidad con Dios
no podemos desplegar el verdadero amor (agape).
Sin la savia divina que nos atraviesa
nunca podremos dar el verdadero fruto.
…………………

Desde lo puramente humano ese amor es imposible.
No somos nosotros los que tenemos que amar.
Es el mismo Dios el que se da a través nuestro.
Desde nuestra verdadera humanidad podemos manifestar lo divino.
………………….

El verdadero amor no es fruto del voluntarismo.
Tampoco surge del deseo de alcanzar una plenitud.
Amar es deshacerme de todo lo que creo ser,
para que solo quede en mí lo que es Dios.
…………..

  
Fray Marcos  

miércoles, 2 de mayo de 2012

Reflexión del 4to. Domingo de Pascua

(pinchar cita para leer evangelio)
VA CON NOSOTROS

El símbolo de Jesús como pastor bueno produce hoy en algunos cristianos cierto fastidio. No queremos ser tratados como ovejas de un rebaño. No necesitamos a nadie que gobierne y controle nuestra vida. Queremos ser respetados. No necesitamos de ningún pastor.
No sentían así los primeros cristianos. La figura de Jesús buen pastor se convirtió muy pronto en la imagen más querida de Jesús. Ya en las catacumbas de Roma se le representa cargando sobre sus hombros a la oveja perdida. Nadie está pensando en Jesús como un pastor autoritario dedicado a vigilar y controlar a sus seguidores, sino como un pastor bueno que cuida de ellas.
El "pastor bueno" se preocupa de sus ovejas. Es su primer rasgo. No las abandona nunca. No las olvida. Vive pendiente de ellas. Está siempre atento a las más débiles o enfermas. No es como el pastor mercenario que, cuando ve algún peligro, huye para salvar su vida abandonando al rebaño. No le importan las ovejas.
Jesús había dejado un recuerdo imborrable. Los relatos evangélicos lo describen preocupado por los enfermos, los marginados, los pequeños, los más indefensos y olvidados, los más perdidos. No parece preocuparse de sí mismo. Siempre se le ve pensando en los demás. Le importan sobre todo los más desvalidos.
Pero hay algo más. "El pastor bueno da la vida por sus ovejas". Es el segundo rasgo. Hasta cinco veces repite el evangelio de Juan este lenguaje. El amor de Jesús a la gente no tiene límites. Ama a los demás más que a sí mismo. Ama a todos con amor de buen pastor que no huye ante el peligro sino que da su vida por salvar al rebaño.
Por eso, la imagen de Jesús, "pastor bueno", se convirtió muy pronto en un mensaje de consuelo y confianza para sus seguidores. Los cristianos aprendieron a dirigirse a Jesús con palabras tomadas del salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo... Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida".
Los cristianos vivimos con frecuencia una relación bastante pobre con Jesús. Necesitamos conocer una experiencia más viva y entrañable. No creemos que él cuida de nosotros. Se nos olvida que podemos acudir a él cuando nos sentimos cansados y sin fuerzas o perdidos y desorientados.
Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, confesado solo de manera doctrinal, un Jesús lejano cuya voz no se escucha bien en las comunidades..., corre el riesgo de olvidar a su Pastor. Pero, ¿quién cuidará a la Iglesia si no es su Pastor? 
José Antonio Pagola