sábado, 24 de agosto de 2013

Homilía del 21° Domingo del Tiempo Ordinario.

Evangelio según San Lucas 13,22-30.

Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: "Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?". 

El respondió:  "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: 'Señor, ábrenos'. Y él les responderá: 'No sé de dónde son ustedes'. 

Entonces comenzarán a decir: 'Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas'. Pero él les dirá: 'No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!'.  Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. 

Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos".

domingo, 18 de agosto de 2013

Homilía del 20° Domingo del Tiempo Ordinario.



LUCAS 12, 49-53

Fuego he venido a lanzar a la tierra, y ¡cómo deseo que hubiese prendido ya!


LUCAS 12, 49-53 La division et le jugement

Je suis venu jeter un feu sur la terre; comme je voudrais qu'il soit déjà allumé!


LUCAS 12, 49-53 Not Peace, but Trouble

I came to set fire to the earth, and I wish it were already on fire!


LUCAS 12, 49-53 Jesus Não Traz Paz, mas Divisão

Vim trazer fogo à terra, e como gostaria que já estivesse aceso!

LA PAZ SOLO SE CONQUISTA LUCHANDO, LA CARRERA SE GANA CORRIENDO A LA META.


Paz y bien hermanos y hermanas.

Las lecturas de este domingo nos invitan a luchar con valentía en la vida, a conseguir la verdadera paz. San Pablo y Jesús nos dicen que no es fácil, pero que si queremos conseguir la verdadera paz o llagar a la meta, a la victoria, es necesario correr la carrera y luchar la guerra.

Es muy interesante las figuras que Pablo y Jesús proponen para la reflexión de este domingo, uno dice que la vida, que nuestra vida cristiana se parece a una carrera, pues en el camino hay siempre obstáculos que pasar, hay cansancio, hay miedos, hay desanimo, pero dice que hay que correrla y llegar hasta el fin, por otro lado no se puede correr con muchas cosas puestas, a veces en nuestras vidas vamos cargando con cosas pesadas de las cuales no queremos liberarnos, cargamos con la culpabilidad de pecados pasados y que ya hemos confesado, cargamos con traumas personales, con problemas o vicios que no podemos dejar, cargamos con nuestra falta de amor y exigimos que nos amen, sin embargo no estamos dispuestos a amar de verdad, es decir, sin interés. En ocasiones también perdemos la mirada de la meta, nos agobian las dificultades que se nos presentan en el camino, Jesús es la meta y el camino, solo confiando en Él y teniendo la mirada en Él, en lo que Él hizo podemos ser victoriosos, pues la vida cristina es correr la carrera que ya realizó Jesús.

San Lucas, en el Evangelio, pone en boca de Jesús otro ejemplo para vivir nuestra vida cristiana. Todos en esta vida queremos vivir en paz, queremos vivir felices, en armonía, pero pareciera que esto es imposible, pues parece que el mundo en que vivimos le gusta lo contrario. Jesús nos enseña que para que haya paz es necesario que antes tuvo que haber una guerra, por eso dice “yo no he venido a traer la paz, sino la guerra”. Muchas personas le decían al Papa Juan XXIII, que será canonizado junto con Juan Pablo II en fechas próximas, que en el se veía un hombre de paz, y él respondía que para tener paz tenia que haber una guerra en el corazón, y es cierto hermanos y hermanas, solo quien ha luchado, quien ha peleado, puede obtener la paz, pues después de la guerra viene la paz, después de la tempestad viene la calma. En ocasiones pensamos que la paz es pasividad, y Jesús nos enseña que es necesario permanecer en movimiento, que lo que te mantiene en el camino es la lucha, que lo que se consigue después de haber luchado es la satisfacción y el placer de haberlo hecho. No hay paz sin guerra, no hay victoria sin lucha, no hay honor sin haber corrido la carrera.

Cuantos amigos nuestros han claudicado, se han desanimado a lo largo de la carrera, cuantos cristianos se dan por vencidos a la primera batalla. Tenemos miedo de ser derrotados, de que digan y piensen que no pudimos, y nos encontramos muchas veces paralizados, tenemos miedo de deshacer nuestros proyectos, nuestros planes, nuestra vida para rehacerla a la forma de Cristo. No nos gusta que nos vean como fracasados, no nos gusta que nos critiquen por que vivimos conforme a lo que Jesús aconseja,  preferimos vivir como siempre para que no hablen, preferimos vivir como los otros quieren para no ser criticados.

El hijo no quiere llevarle la contra al papa y prefiere hacerle como dice papa, el papa no quiere llevar la contra al hijo y nunca le llama la atención de las cosas malas. La mamá alcahuetea al hijo o  la hija y no permite que crezca. El Papa Francisco decía hace unos días, que a él le da miedo que los jóvenes no sean rebeldes, que no cuestionen, pues un joven así esta destinado a ser relegado o marginado, por lo que invitaba a ser inconformes, a llevar la contra de un sistema que nos propone que lo más importante es lo material, el dinero, la producción, el consumismo. El sistema dominante nos enseña que tenemos que desechar a los ancianos porque no produce, a los jóvenes por que son irresponsables, como cuando tiramos la comida que no nos terminamos. Todos los que nos llamamos cristianos estamos llamados como Jesús, a no estar de acuerdo con el sistema dominante, y si eso nos acarrea muchos problemas e incluso la muerte. Tengamos la valentía para ir contra corriente, como el salmón, no pesemos que ser pacíficos es no decir nada, no aportar nada, no decir nada ante el mal que se hace. Ser pacíficos es luchar contra las injusticias, pues solo cuando haya verdadera justicia, habrá verdadera paz.

No tengamos miedo de expresar nuestra fe en Cristo, no tengamos miedo de decir nuestras opiniones respecto a temas que nos atañen a todos, no tengamos miedo a ser criticados por que pensamos diferente, al contrario, hay que estar consientes de que ser seguidor de Cristo es ir contra corriente, y aceptando los problemas que se nos vienen por ser  verdadero cristiano.

¡¡¡¡ Buen domingo y a disfrutar la vida, siendo rebeldes con causa, a correr la carrera y luchar en la guerra de la vida con valentía y entereza !!!!


Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

sábado, 10 de agosto de 2013

Reflexion del 19° Domingo del tiempo Ordinario.



LUCAS 12, 32-48

No temas, rebaño pequeño, que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho entre vosotros. (Hoy se permite reducir el texto: 32-40).


LUCAS 12, 32-48 Rester actif dans l'attente

N'aie pas peur, petit troupeau! Car il a plu à votre Père de vous donner le *royaume.


LUCAS 12, 32-48 Treasures in Heaven

My little group of disciples, don't be afraid! Your Father wants to give you the kingdom.


LUCAS 12, 32-48 Prontidão para o Serviço

Não tenham medo, pequeno rebanho, pois foi do agrado do Pai dar-lhes o Reino
.

¡Estar alertas!

Hola hermanos y hermanas, Paz y bien.

La semana pasada Jesús nos enseñaba como usar bien de los bienes o de los dones materiales que la vida nos da, nos enseñaba que todo lo que tenemos viene de Dios y que esas cosas no son más importantes que Él aunque a veces pareciera. Hoy el tema principal del evangelio y de la liturgia de este domingo nos hablan de la importancia de la vigilancia, de estar despiertos, atentos.

Muchas veces en nuestra vida perdemos de vista que es lo importante, por eso Jesús decía en el Evangelio del domingo pasado, que la cosa más importante es aquel que da las riquezas, los bienes materiales y que también el compartir nos hace mejor, no importa cuanto compartamos sino que lo hagamos, pues entre más compartimos más va creciendo en nosotros nuestra capacidad de dar y nuestro corazón se va haciendo más acogedor a todos. Hoy Jesús nos invita a estar con los ojos bien abiertos, pues es fácil desviar la mirada, distraernos. Nuestra vida cristiana es como cuando conducimos un coche, tenemos que estar en cinco sentidos para conducirlo bien, con seguridad y para llegar sanos y salvos al destino, por el camino hay muchos anuncios espectaculares que nos distraen, situaciones que atrapan nuestra atención, pero si queremos manejar correctamente tenemos que concentrarnos bien. Así pasa con nuestra vida cristiana, muchas veces hay distracciones y perdemos de vista el destino, muchas veces nos agobian las situaciones que se nos presentan en nuestra vida, por eso es importante ir, por el camino de la vida, con los ojos bien abiertos, vigilantes, alertas, para no dejar pasar ninguna oportunidad de Dios.

En el Evangelio de hoy también se nos invita a compartir y a guardar bienes que no son efímeros, como pueden ser el tiempo que gastamos en cuidar a un enfermos, la atención que ponemos a un familiar anciano, la ayuda que prestamos a un hermano o hermana que nos necesita. Estos son bienes que nos guardamos para la vida eterna. Es fácil perdernos en este mundo de cambios tan rápidos, de la tecnología que cada vez avanza con más rapidez, donde todo es fácil. Pero lo realmente importante, hermanos y hermanas es estar atentos, despiertos, para discernir que es lo esencial, lo más importante en nuestras vidas.

"Donde esta tu tesoro ahí estará tu corazón", en esta frase encontramos una enseñanza muy valiosa. Si ponemos nuestro corazón en cosas sin sentido nuestro tesoro, es decir, lo valioso de nuestra vida serán las cosas sin sentido, pero si ponemos el corazón en las cosas con sentido, que valen en realidad, nuestra vida tendrá sentido y la viviremos con un realismo que asustará a las personas que nos rodean. Es muy triste ver cuantos jóvenes viven sin ilusión, sin sentido, o como muertos en vida, y es porque han puesto el corazón en un tesoro que no es Dios, sino que es el dinero, el poder, el placer. Y estas cosas no son malas, como vimos el domingo anterior, sino el uso que hacemos de ellas son las que nos hacen mal a nosotros y provocan maldad en las personas que nos rodean.

No nos confundamos, hermanos y hermanas, la única oportunidad para hacer el bien al que estamos llamados a hacer, porque somos hijos de un Dios bueno, es esta vida. La única oportunidad de estar con Dios, de estar con nuestros hermanos es esta vida. Estemos vigilantes por que lo que hacemos aquí tendrá repercusión en la vida plena, si nosotros recibimos de Dios muchos bienes el nos pedirá que nos hagamos responsables de estos dones y si los compartimos con los demás. No tengamos miedo, como dice al principio de este Evangelio, animémonos a hacer el bien, a hacer obras que beneficien a muchos hermanos nuestros, no tengamos miedo de ser vigilantes de nuestras vidas y de la vida que Dios ha dado al mundo. Cada vez que nos responsabilizamos por dar vida, escuchando, amando, ayudando, estamos haciendo presente al mismo Dios.

Estemos vigilantes, estemos alerta para no perder de vista lo importante. Ayudemos a los demás y no desperdiciemos la vida con nuestros egoísmos, pues cuando estemos cara a cara con Dios nos juzgará en el amor, por amor que hayamos dado a los demás.

¡¡¡¡Buen domingo, sean felices haciendo el bien!!!!

Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

domingo, 4 de agosto de 2013

Reflexión del 18° Domingo del Tiempo Ordinario.

LUCAS 12, 13-21

El que amontona riquezas para sí, no es rico para Dios.

Hola queridos hermanos y hermanas, paz y bien.


Tanto en la primera lectura como en el trozo del Evangelio, trata del tema de la acumulación desmedida del dinero o las riquezas. El Papa Francisco en su reciente visita a Brasil, hablaba de este problema, y lo más preocupante, decía, es que se están descartando o marginando dos sectores de nuestras sociedades, que si las descartamos estamos destinados a derrumbar el tejido social. "La atroz cultura del dinero", es como llama el Papa a este mal que nos aqueja a todos, incluso a los sacerdotes en la Iglesia Católica, y dice el Papa, que este puede ser uno de los factores por los que los fieles se alejan de la Iglesia y pueden, porque no tienen una fe firme, perder hasta la fe en Dios. Es una clara llamada de atención a todos los que hemos consagrado nuestra vida a Dios y al servicio a los hermanos, pues si seguimos a Cristo, que "se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza", también nosotros debemos enriquecer a la Iglesia con nuestra pobreza, una pobreza que brote de un corazón sencillo, sincero, sin dobles, desapegado, desapropiado como dice San Francisco.

Después de las declaraciones del Papa sobre este tema he escuchado muchas reacciones, y he visto puntos de vista en las redes sociales. Sin duda, después de sus puntos de vista, el Papa, como él mismo dice, ha armado lío. Esto es lo que quiere, aseguro a los jóvenes reunidos con él en la Catedral de Río de Janeiro, que la Iglesia, que los seguidores de Cristo hagan lío, y es que es lo que han hecho muchos santos en la historia, basta ver a un Francisco de Asís, que con "su forma de vida" hizo que la Iglesia se cuestionara sobre su seguimiento de Cristo pobre, no se puede seguir a Cristo si se tiene riquezas, comodidades, lujos, pues quien se queda anclado en estas cosas no hace el Reino de Dios, pues su comodidad no le permite ver la injusticia, el desamor en la que viven tantas personas. Los ancianos y jóvenes están destinados, dice el Papa, a la marginación, "no se dejen marginar" les dijo. Creo que los cristianos de hoy estamos invitados, más que nunca, a seguir a Cristo pobre y crucificado, pues es así como construiremos el Reino de Dios.

El testimonio de fe de los cristianos, de una Iglesia sencilla, de una Iglesia pobre, como ha dicho el Papa, creo que seria muy valioso para que los hermanos que se han ido, regresen, para que demos un mensaje creíble del Señor. Un cristiano, un sacerdote, una religiosa, un seminaristas que no da testimonio de sencillez, de pobreza, de simplicidad, da un mensaje de Cristo a medias. Por supuesto que necesitamos del dinero, pero que esto no sea lo primordial en nuestros planes, en nuestras lineas de pastoral, que lo primordial sea la persona humana en todas sus dimensiones. 

En la segunda lectura de san Pablo a los Colosenses, hasta la respuesta de como tiene que ser el cristiano, de como ha de ser el seguidor de Cristo. "Busque los bienes de arriba", dice, "donde esta Cristo", si hacemos esto, dice san Pablo, "se manifestaran gloriosos juntamente con Cristo". A veces distinguimos tanto entre unos y otros hermanos, es un reto hacer esto, pero dice san Pablo, en este "nuevo orden ya hay distinción entre judío y no judío, entre pobre y rico, entre extranjero o bárbaro, entre esclavos y libres, sino que Cristo es todo en todos". Este nuevo orden, del que habla san Pablo, es la Iglesia, la Iglesia que tiene que voltear a los inicios de la fe en Cristo, el cual es todo en todos. El nuevo orden es el amor fraterno, todos somos hermanos, hijos pequeños (pobres) de Dios que se hizo pobre, para enaltecerlos con bienes espirituales, no materiales. 

"Dejemos el viejo yo", hermanos y hermanas, y vistámonos del nuevo, tengamos la valentía de dejar las cosas que no nos ayudan a dar un buen testimonio, que nos impiden seguir a Cristo por el camino de la pobreza, por el camino de la simplicidad, de la sinceridad. Solo si tenemos esta valentía viviremos felices, estaremos realizados en nuestras vidas, viviremos bien, pues si nos aferramos al "viejo yo" vivimos como muertos, sombríos, sin ganas de mejorar, en el conformismo y el pesimismo.

Adelante queridos hermanos y hermanas, vivamos nuestra vida con entereza, no desviemos nuestra mirada de lo esencial, que es Cristo pobre; y sigamos por su camino, ayudemos a los demás con sincero corazón y coherentemente. y recordemos que el hermano no vale por lo que posea, sino por lo que es, por eso debemos amarlo, porque posee la imagen y semejanza de Dios que es nuestro Creador y Padre.

 ¡¡¡ Feliz domingo !!!!


Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

viernes, 2 de agosto de 2013

Ntra. Sra. de los Ángeles, ¨Patrona de Ntra. Provincia de California.

En este día en que celebramos la solemnidad (pues en nuestra provincia es nuestra patrona) de Ntra. Sra. de los Angeles quiero compartirles un articulo de un hermano capuchino que escribió en una revista francisca que lleva por nombre: "selecciones de franciscanismo". Que la disfruten.

Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

FRANCISCO ALABA A MARÍA.
Las dos oraciones marianas de san Francisco.

Por Leonardo Lehmann, OFMCap.


El Oficio de la pasión del Señor (=OfP), compuesto por Francisco para meditar el misterio pascual, nos presenta a María, la madre del Señor, en uno de sus salmos (OfP 15,3) y, sobre todo, en la Antífona que los enmarca a todos. Vamos, pues, a estudiar más de cerca esta Antífona; en un segundo momento completaremos nuestra meditación examinando otra oración mariana de san Francisco, el Saludo a la bienaventurada Virgen María (=SalVM)

PARTE I:
LA ANTÍFONA DEL «OFICIO DE LA PASIÓN»

Santa Virgen María,
no ha nacido en el mundo entre las mujeres
ninguna semejante a ti,
hija y esclava del altísimo Rey sumo y Padre celestial,
madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo,
esposa del Espíritu Santo:
ruega por nosotros,
junto con el arcángel san Miguel
y todas las virtudes del cielo
y con todos los santos,
ante tu santísimo Hijo amado,
Señor y Maestro.
Gloria al Padre... Como era...

1. UNA ORACIÓN EMPARENTADA CON ORACIONES ANTERIORES

A diferencia del capítulo anterior, sobre los salmos de Francisco,[1] en éste la mayor parte del texto aparece escrita encursiva. Con la cursiva subrayamos las palabras originales de san Francisco, distinguiéndolas de las pertenecientes a una oración más antigua, de la que Francisco se apropia. Esta antigua oración es también una antífona que, desde dos o tres siglos antes, formaba parte de la liturgia con que los monjes celebraban la fiesta de la Asunción de la Virgen María a los cielos. Dice así, según la transcripción de Pedro Damiani:

«Virgen María,
no ha nacido en el mundo entre las mujeres
ninguna semejante a ti,
esplendente como una rosa,
fragante como un lirio;
ruega por nosotros ante tu Hijo».[2]

Aunque los paralelismos entre ambos textos no sean muy extensos, son sin embargo innegables, sobre todo la reproducción literal de la primera parte de la antigua antífona en la de Francisco. Y es muy ilustrativo el modo como Francisco reelabora esta oración, adaptándola a su mentalidad. Él, el famoso amante de la naturaleza, elimina las comparaciones florales e introduce, en su lugar, afirmaciones mucho más importantes:

a) Llama a María « Santa Virgen».

b) La presenta íntimamente relacionada con la santísima Trinidad: María es hija y esclava del Padre, madre del hijo, esposadel Espíritu Santo. Estas relaciones de María con Dios Uno y Trino son, sin ninguna duda, el añadido más importante y más valioso desde el punto de vista ecuménico.

c) Completa el ruego a María con la súplica a todos los ángeles y santos.

d) Amplía la última parte de la oración según su visión de Cristo: califica la palabra «Hijo» con los atributos, sublimes a la vez que íntimos y personales, santísimo, amado, Señor y Maestro.

Tenemos, pues, una vez más, un ejemplo de cómo Francisco vive y se alimenta de la tradición. Para él, la tradición es el terreno donde brota y crece lozano lo nuevo. La Antífona mariana de Francisco brota de una antífona más antigua pero que, con las adiciones fruto de su meditación, se convierte en algo completamente nuevo y personal, que lleva el tono y el timbre, la voz y la firma del Poverello.

En la Antífona resuenan, desde luego, otros títulos marianos provenientes del culto tradicional a María. Invocaciones comosanta Virgen, hija y esclava, y, sobre todo, madre, hunden sus raíces en la Sagrada Escritura y aparecen con frecuencia en la teología de los Padres de la Iglesia. Son títulos cultivados sobre todo en la liturgia, de la que pasaron a la devoción privada.

2. ESTRUCTURA Y COMENTARIO

Como su antiguo modelo, la Antífona de Francisco consta de dos partes: una serie de aclamaciones, la primera, y una súplica, la segunda.

a) Aclamaciones

En primer lugar aparece la veneración y el homenaje. María es aclamada con una serie de títulos que proclaman su dignidad y su unión con Dios Trinidad. El hecho de que esta serie de aclamaciones sea más larga que los ruegos es en sí misma una clara demostración «estadística» de que la aclamación tiene prioridad sobre la súplica.

Santa Virgen María . Con esta aclamación empieza la Antífona. Francisco es consciente de la distancia existente entre él y María. Suele llamar a Dios «santísimo Padre» y a María «santa Madre» o, como aquí, «santa Virgen». Siguiendo el Credo, donde se proclama que Cristo nació «de María, la Virgen», confiesa la virginidad de la Madre de Dios. A esta aclamación sigue la única proposición afirmativa existente en la Antífona: en el mundo no ha nacido ninguna mujer semejante a María. En la misma línea que el saludo de Isabel: «Bendita tú entre las mujeres» (Lc 1,42), subraya el privilegio de la gracia recibida por María, su elección. No describe lo que María hizo, sino que le adjudica títulos que expresan lo que Dios hizo en ella. El enaltecimiento de María sobre todos los seres humanos, su situación única entre todas las mujeres, no es fruto de sus propios méritos sino don de Dios. Por ello, María es también esclava. No es una diosa al lado y a la par que el Dios único; al contrario, su situación privilegiada remite a Aquel que la ha revestido de tal dignidad. La palabra hija evoca inmediatamente al Padre. Es un título que indica dependencia, a la vez que filiación y dignidad.

Hija y esclava . Así, de un tirón, es como la llama. La yuxtaposición de estos dos conceptos es muy significativa y hermosa. Difícilmente podía expresarse con mayor concisión y acierto la elección y la entrega, la dignidad y la actitud de servicio. María es ambas cosas, hija y esclava. Se convirtió en hija del Padre cuando manifestó su disposición a ser la esclava del Señor: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Esta «esclavitud» no tiene, sin embargo, nada de servil y rastrero, es ennoblecedora: María es la esclava del «altísimo Rey sumo». Es característico cómo Francisco se limita a llamar a María hija y esclava, sin añadir ningún adjetivo que la realce; el Padre, en cambio, es el altísimo Rey sumo. Al Padre le corresponde, incluso desde el punto de vista lingüístico, la primacía, la alabanza y homenaje, por delante y por encima de María.

Una norma de nuestra veneración mariana podría consistir en considerar a María al modo de Francisco: como hija y esclava; en su elección por el Padre y en su respuesta obediente al Señor; en su dependencia de Dios y en su total «estar pendiente» de Él, entera y libremente entregada a su servicio. Una visión de estas características preserva de exclusivismos y parcialidades.

Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo. Mediante la escucha de la palabra del ángel Gabriel, María se convirtió en la madre de Jesús. Una vez más el sustantivo con que se aclama a María, en este caso el sustantivo «madre», aparece solo, sin la adición «amada» o «santa». La palabra «madre» lo dice todo: Madre de Dios, madre de nuestro santísimo Señor. El Hijo es más que la madre; por eso se le llama santísimo y Señor. Y no sólo es Señor de María, es nuestro Señor. Desde el mismo momento en que María es madre, su Hijo pertenece a todos y es el Señor de todos.

Esposa del Espíritu Santo. Después de mirar Francisco a María en su relación con el Padre y con el Hijo, la contempla en su relación con el Espíritu Santo. La palabra «esposa» figura, al igual que antes la palabra «madre», en su propio valor y sin añadidos ni calificativos como «pura» u otros semejantes. En cambio, el nombre de la tercera persona de la Trinidad, Espíritu, aparece acompañado del adjetivo santo.

Observamos, pues, una línea de pensamiento: sólo Dios es digno de adoración, sublime, el Santo. María simplemente participa de la santidad de Dios.

Pero lo más importante es que estas aclamaciones contemplan a María en su relación con la Trinidad, como obra de Dios Uno y Trino. La veneración a María se enmarca en la adoración a Dios. María es contemplada en el marco de la historia de la salvación, en sus relaciones personales con las tres divinas personas. La Antífona no califica a la Virgen con ninguna imagen inspirada en objetos (al modo, por ejemplo, de la letanía lauretana, donde se denomina a María «casa de oro», «arca de la alianza», etc.), sino con imágenes tomadas del ámbito de las relaciones humanas, con palabras que se emplean para designar a las personas, con conceptos personales tomados de la vida familiar: hija, madre, esposa, esclava. Estos títulos expresan relaciones de familia: no hay hija sin padre, madre sin hijo, esposa sin esposo. De manera que los títulos con que Francisco designa a María siempre hacen referencia a alguna de las divinas personas. Lo que María es, lo es por Dios.

b) Súplica

Tras haber enumerado, en una corta letanía, los signos distintivos esenciales que María ha recibido de Dios, Francisco añade una petición:


Ruega por nosotros, junto con el arcángel san Miguel y todas las virtudes del cielo y con todos los santos...

La expresión «ruega por nosotros» Francisco la conoce muy bien de la letanía de todos los santos. Lo que aquí llama la atención es que amplíe la breve súplica responsorial de la letanía: no ve a María sola, sino junto con todos los ángeles y con todos los santos. Menciona expresamente a san Miguel, a quien profesa una veneración especial. Entre las virtudes del cielo están los querubines y serafines, los arcángeles y los ángeles. Así pues, María aparece unida al coro de todos los ángeles. En este punto Francisco está influenciado e impresionado por las pinturas antiguas y contemporáneas. Muchos iconos y muchos mosaicos de los ábsides de las iglesias representaban a María rodeada de los ángeles. La Antífona está condicionada por las circunstancias de la época. En cierto sentido es un reflejo del culto contemporáneo a los santos, pero también expresa la actitud personal de Francisco hacia la Madre de Dios. Según los relatos biográficos más antiguos, el Poverello tenía una especialísima devoción a la iglesita de Santa María de los Angeles de la Porciúncula: allí fue donde escuchó las palabras del evangelio de misión, tan decisivas para su vida (1 Cel 22); ella fue la cuna de la Orden, a la que todos los hermanos de todos los tiempos deben considerar y cuidar como su iglesia madre (1 Cel 106); ella fue, también, el lugar del tránsito de Francisco (1 Cel 109).

Estos y otros detalles inducen a pensar que la Antífona mariana -y quizás todo el Oficio de la Pasión- nació en Santa María de los Ángeles, lugar que, por ser la casa madre, estuvo bastante pronto dotado de estructuras conventuales. En todo caso, laAntífona, que invoca a María junto con los ángeles y los santos, respira la atmósfera de la capilla dedicada a María de los Ángeles.

No bastándole con mencionar a los ángeles y a los santos, Francisco prosigue:

...ante tu santísimo Hijo amado, Señor y Maestro.

La Antífona mariana apunta a Cristo, es cristocéntrica. Con todo lo que ello encierra de simbolismo, su última palabra se refiere a Cristo, Señor y Maestro. Él es quien importa, cuando se venera a su Madre. Él es el único mediador. A Él van dirigidas las invocaciones a María como intercesora, y es ensalzado con varios epítetos, cosa que no se hace con María. Se le llama santísimo Hijo amado. Francisco añade también varias veces en sus salmos la expresión «hijo amado» (cf. OfP 7,3; 9,2; 15,3). Y en la Regla recuerda que entre los hermanos no hay otro maestro fuera de Cristo, según la palabra: «Uno sólo es vuestro Maestro» (Mt 23,10), o aquella otra del evangelio de san Juan: «Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy» (cf. 1 R 22,35), Este pasaje sirvió quizás de modelo para la Antífona mariana. Ésta nos revela también la imagen que de Cristo tenía Francisco: Jesucristo es, por una parte, el santísimo Señor, el Señor y Maestro, lleno de majestad, sublime, soberano e instructor; por otra, es el amado Hijo de María, cercano, por consiguiente, a los hombres, que incita al amor y regala amor, a quien podemos imaginamos en brazos de su Madre o junto a ella.

Con su orientación al Hijo, ante quien María debe interceder por nosotros, la Antífona, enteramente trinitaria al principio, se concentra al final en el Hijo. Pero, en el Gloria al Padre... conclusivo, esta concentración vuelve a diluirse en una alabanza a la Trinidad. Así pues, la alabanza a María queda, desde esta perspectiva, plenamente enmarcada también en la alabanza a Dios Trino.

c) Esposa del Espíritu Santo
La aclamación Esposa del Espíritu Santo merece una consideración especial. Es un título que encontramos raras veces en escritos anteriores al tiempo de Francisco. Aparece en el poeta latino Prudencio (†después del año 405) y, cuatro siglos más tarde, en un escritor oriental llamado Cosmas Vestitor, quien en un sermón sobre san Joaquín y santa Ana, los padres de María, afirma que Joaquín «engendró a la esposa del Espíritu Santo». En el siglo XII la expresión aparece con cierta frecuencia en Occidente, sobre todo en los Países Bajos. Un predicador llamado Tanchelmo (†1115) afirmaba que todo cristiano, por el hecho de haber recibido el Espíritu Santo en el bautismo, puede tomar por esposa a María; este predicador se desposó públicamente con María colocando su mano en la mano de una estatua de la Madre de Dios. San Norberto (†1134) hubo de intervenir en contra de tales abusos. San Francisco se mantuvo ajeno a estas ideas. Es posible, en cambio, que tuviera conocimiento del ideal del abad Joaquín de Fiore (†1202). Para el famoso abad cisterciense, María está plena e íntimamente unida al Espíritu Santo; siguiendo su teoría de las tres edades, afirma que María será la madre de la futura Iglesia espiritual. Ella es la madre de Dios y la madre de la Iglesia santa y pura. Aunque Joaquín subraya que el Paráclito se servirá de María-Esposa como madre de la Iglesia espiritual, no emplea expresamente el título deEsposa del Espíritu Santo. Por ello, «en cuanto a este último título, Esposa del Espíritu Santo, no parece exagerado afirmar que Francisco fue el primero en aplicárselo a María de forma explícita en la oración. Todos sus predecesores tienen locuciones equivalentes, pero no la invocación directa y precisa, con esa fórmula expresa».[3]

Es importante el hecho de que Francisco encuadre este título en el marco de una devoción y veneración mariana bíblico-trinitaria, sin caer por ello en un fanatismo unilateral y subjetivo, ni en una mística esponsal exagerada.

Si tenemos en cuenta que la invocación Esposa del Espíritu Santo se recitaba catorce veces al día, ya que la Antífona que la incluye se rezaba antes y después del salmo de cada una de las siete horas del Oficio de la Pasión, podremos formamos una idea de su gran influencia en la vida de los hermanos menores. De hecho, Francisco aplicó desde bien pronto este título a las clarisas y a todos los fieles.

d) Lo que es María, podemos serlo también nosotros

Si buscarnos en los otros escritos de Francisco textos paralelos a la Antífona mariana, observamos que el Poverello aplica el vínculo esponsal existente entre el Espíritu Santo y María a cuantos viven espiritualmente, es decir, a cuantos caminan siguiendo el espíritu de Jesucristo, a cuantos dan cabida en sus vidas al Espíritu Santo. Su «plantita» Clara y las clarisas serán las personas a las que primero aplique el título de esposa del Espíritu Santo, con el que alaba a María en la Antífona. En la breve Forma de vida que les entregó en 1212/1213, les promete amorosa atención, y basa esta promesa sobre el siguiente motivo:


«Ya que, por divina inspiración, os habéis hecho hijas y siervas del altísimo sumo Rey Padre celestial y os habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir según la perfección del santo Evangelio, quiero y prometo dispensaros siempre, por mí mismo y por medio de mis hermanos, y como a ellos, un amoroso cuidado y una especial solicitud».

Las relaciones de parentesco con que se indica en la Antífona la intimísima relación de María con Dios Uno y Trino, Francisco las afirma también respecto a Clara y sus hermanos. «Ya que, por divina inspiración» han elegido «vivir según la perfección del santo Evangelio», se han convertido en « hijas y siervas del altísimo sumo Rey Padre celestial» y se han «desposado con el Espíritu Santo». Ahí radica su analogía con María.

Clara acoge entusiasmada el triple título de «hija-sierva-esposa» y lo profundiza, aplicándolo al carisma peculiar de la segunda Orden. Así, en una de sus Cartas a Inés de Praga, la saluda como a «hija del Rey de reyes, sierva del Señor de los que dominan, esposa dignísima de Jesucristo» (2CtaCl 1). Y en otra le indica a Inés, canonizada el 12 de noviembre de 1989, que es «esposa, madre y hermana de mi Señor Jesucristo» (1CtaCl 12).

Como mujer, Clara vio con más fuerza que Francisco el núcleo de la vida religiosa en el voto de castidad, y caracterizó la vida de las religiosas como desposorios místicos con Cristo. «Clara une la idea del seguimiento de Cristo con su ideal de desposorios místicos» (E. Grau).

Esta vinculación de parentesco con Dios se da no sólo en el caso de las clarisas, sino en el de todos los fieles. Quien se aplica a vivir el Evangelio, a «tener el Espíritu del Señor y su santa operación» (2 R 10,8), está unido a Dios con lazos de parentesco. Por eso puede escribir Francisco a todos los fieles que hacen penitencia:


«¡Oh cuán bienaventurados y benditos son ellos y ellas, mientras hacen tales cosas y en tales cosas perseveran!, porque descansará sobre ellos el espíritu del Señor (cf. Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23), y son hijos del Padre celestial (cf. Mt 5,45), cuyas obras hacen, y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). Somos esposos cuando, por el Espíritu Santo, el alma fiel se une a nuestro Señor Jesucristo. Somos para él hermanos cuando hacemos la voluntad del Padre que está en los cielos (Mt 12,50); madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1Cor 6,20), por el amor divino y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo (cf. Mt 5,16).

»¡Oh cuán glorioso, santo y grande es tener un Padre en los cielos! ¡Oh cuán santo, consolador, bello y admirable, tener un tal esposo! ¡Oh cuán santo y cuán amado, placentero, humilde, pacífico, dulce, amable y sobre todas las cosas deseable, tener un tal hermano y un tal hijo: Nuestro Señor Jesucristo!, quien dio la vida por sus ovejas (cf. Jn 10,15) y oró al Padre diciendo:

»Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado en el mundo (cf. Jn 17,11); tuyos eran y tú me los has dado (Jn 17,6). Y las palabras que tú me diste, se las he dado a ellos, y ellos las han recibido y han creído de verdad que salí de ti, y han conocido que tú me has enviado (Jn 17,8)» (1CtaF I,5-15).

Estas palabras muestran con cuánta emoción describe Francisco las relaciones de parentesco que unen al hombre con Dios. Meditando la inhabitación de la santísima Trinidad en el corazón del hombre, prorrumpe en una triple exclamación de alegría. Esta mística trinitaria brota de la siguiente palabra de Jesús, que Francisco describe y explica: «Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,50).

Reflexionando sobre la maternidad virginal de María y analizando pasajes bíblicos como el que acabamos de citar, los Padres de la Iglesia exponen una doctrina amplia y detallada sobre el nacimiento de Dios en el hombre. Leemos, por ejemplo, en san Juan Crisóstomo: «Nosotros somos el templo, Cristo es el que habita en él. Él es el primogénito, nosotros somos sus hermanos... Él es el novio, nosotros somos la novia». San Agustín y san Gregorio Magno expresaron pensamientos parecidos a los que hemos encontrado en Francisco de Asís. En ellos analizan si podemos permanecer abiertos como María a la acción de Dios Trino. Quien se abre al Espíritu de Dios, se vuelve capaz de engendrar a Jesús y de darlo a luz, como la Virgen María, no, ciertamente, tal y como ella lo dio a luz en Belén, sino mediante una vida ejemplar, con las buenas obras, a través de la predicación... Dice, por ejemplo, Inocencio III: «Por el amor, per affectum, engendramos a Cristo en el corazón, y lo damos a luz realmente, per effectum, mediante las obras». Y san Gregorio Magno escribe: «Debemos saber que quien es hermano y hermana del Señor por la fe, se convierte en su madre por la predicación; en efecto, trae en cierto modo al mundo al Señor y se convierte en su madre cuando, mediante la palabra, lo vierte en el oído del oyente y, por la misma, el amor de Dios nace en el corazón del prójimo».[4]

Francisco tiene también esa visión mística de la acción de Dios Trino en el hombre. Por ello contempla a María, no aislada, sino vinculada con la santísima Trinidad y como nuestro modelo. Ella es la expresión y el más sublime ejemplo de la íntima unión que Dios establece con el hombre, corona de la creación. Incluso en su maternidad divina, María es para Francisco el modelo de lo que todo cristiano deber ser. Su entrega a Dios y su ligazón con Él son la expresión más profunda de la identificación con Dios que se realiza en todo cristiano. Por eso, Francisco aplica a todos los hombres y mujeres que hacen penitencia los mismos títulos honoríficos que le corresponden a María por ser la Madre de Dios.

«Tener a Jesús por hijo» es, sin duda, una hipérbole, que debe entenderse en sentido místico. Al poco de morir Francisco, esta expresión no fue entendida en sentido correcto y se llegó incluso a considerarla herética; por esta causa, las ediciones de los Escritos la suprimieron del texto de la Carta a todos los fieles (cf. 2CtaF 56).[5] Para Francisco, el pensamiento de dar a luz a Jesús y de tenerlo por hijo es una dicha inefable; de ahí su triple exclamación de júbilo. Pero también es un estímulo para la acción, una tarea. El ser madres de Cristo es una posibilidad que tienen todos los fieles, pero supone unas condiciones:


Somos madres de Cristo «cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo, por el amor divino y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo» (1CtaF I,10).

Esta última frase ilustra la visión y el sentido misionero de la devoción mariana de Francisco. En el fondo, propone la actitud de fe y de vida de María como un modelo para todos los fieles, recordando la sublime vocación de los mismos a ser hijos/hijas, hermanos/hermanas y madres de Jesucristo. María ya ha llevado a término esta vocación; por eso la alaba Francisco. Y esta vocación ha sido encomendada también a las clarisas, a todos los fieles, a nosotros. Esa es la razón por la que Francisco exhorta a hacer penitencia y a perseverar en la penitencia hasta el final de la vida. María es nuestro modelo, y también es la posibilidad existente en cada uno de nosotros. En el fondo se trata de que, mediante la devoción mariana -sobre todo mediante la meditación-, descubramos y despertemos a «María en nosotros». Ella es esa parte o dimensión virginal existente en nosotros, la virgen en nosotros, el hondón del alma, como dirán más tarde los místicos. Ella es ese núcleo existente en la profundidad de nuestro ser y que es capaz de acoger y de dar a luz a Dios. Ella es nuestro yo más profundo.[6]

Quien, contemplando de este modo a María, aprende a mirarse a sí mismo, percibe una imagen positiva de su propia persona, de sus posibilidades y aptitudes. ¡Con cuánta frecuencia nos consideramos inútiles y nos minusvaloramos, sin ver nada bueno en nosotros...! Pues bien, hemos de tener presente que Dios en persona nos ha hablado, llamado; en nosotros existe un núcleo bueno, capaz de acoger a Dios, capaz de hacer el bien...

Contemplando a María aprendemos, igualmente, a mirar como ella a los demás, a descubrir el fondo divino en ellos existente, su núcleo sano y bueno...; y aprendemos también a mirar como ella a Dios, que viene a nuestro encuentro, nos habla, nos elige: ¡Dios te salve, lleno/a de gracia, bendito/a tú eres entre los hombres/mujeres! Mirando a María nos damos cuenta de que también a nosotros se nos dirige ese saludo, animándonos a seguir, como ella, nuestro propio camino, pues «Dios ha mirado la pequeñez de su esclava» (Lc 1,48).

Contemplar a María. ¡Cuántos la han contemplado a lo largo de los siglos! ¡Cuántos la contemplan en la actualidad! Existen innumerables imágenes de la Madre de Dios. Ningún álbum podría abarcarlas, ningún museo puede contenerlas todas. Una serie de esas imágenes es lo que nos propone la segunda oración mariana de san Francisco.


PARTE II:
EL SALUDO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA


A 1 Salve, Señora, santa Reina, 
santa Madre de Dios, María,
que eres virgen hecha iglesia,
2 y elegida por el santísimo Padre del cielo,
que te consagró 
con su santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Paráclito,
3 en quien estuvo y está
toda la plenitud de la gracia y todo bien.
B 4 Salve, palacio suyo; 
salve, tabernáculo suyo;
salve, casa suya.
5 Salve, vestidura suya;
salve, esclava suya; 
salve, Madre suya;
C 6 y, salve, todas vosotras las santas virtudes, 
que por la gracia e iluminación del Espíritu Santo
sois infundidas en los corazones de los fieles,
para hacerlos, de infieles, fieles a Dios.

1. ESTRUCTURA

El Saludo a la Bienaventurada Virgen María no consta, como la Antífona, de aclamaciones y una súplica, sino de una serie de siete Salve, en latín Ave. Es una salutatio, un saludo, en forma litánica, a la Madre de Dios. El primero y el último de losSalve son bastante largos; los restantes se limitan a expresar una imagen gráfica. Se distinguen, por tanto, tres partes bien definidas; la central, a su vez, se subdivide en dos, cada una de las cuales tiene tres Salve. Los Salve 2, 3 y 4 presentan una imagen gráfica espacio-temporal; los 5, 6 y 7, una imagen personal. En la parte inicial se saluda a María como elegida por Dios Trinidad; la parte final centra la atención en la acción del Espíritu Santo.

En el Saludo a la Bienaventurada Virgen María se refleja, al igual que en la Alabanza que se ha de decir en todas las horas, la devoción trinitaria de san Francisco. Es un opúsculo que consta de tres estrofas. Cada una de ellas tiene, a su vez, una articulación ternaria: la primera estrofa, la A, consta de tres aclamaciones y tres oraciones de relativo; la B tiene dos partes, que se subdividen en tres Salve, y cada uno de éstos tiene tres palabras; la estructura ternaria de la estrofa C la constituyen un saludo, una oración de relativo y una oración final. Como puede verse, el Saludo a la Bienaventurada Virgen María está construido sobre la base de un esquema de tres por tres. La estrofa central es más breve que las otras dos, pero su mayor brevedad queda compensada con su estructuración en dos partes con tres breves series cada una; su mayor número de saludos suple los predicados que en las estrofas A y C aparecen expresados mediante oraciones subordinadas.

2. COMENTARIO

a) María, obra de Dios Trinidad

La construcción literaria de este breve opúsculo refleja su contenido teológico: la veneración a María está enmarcada en la adoración a la santísima Trinidad. Todas las alabanzas del Saludo a la Bienaventurada Virgen María brotan de la maternidad divina de María, y la expresan y la cantan con imágenes gráficas. Según el Saludo a la Bienaventurada Virgen María, al igual que según la Antífona, la maternidad divina de María es obra de Dios Trinidad. María ha sido elegida por el Padre, que la consagró con su santo Hijo por el Espíritu Santo. Éste, el Espíritu Santo, es citado de nuevo al final del Saludocomo la fuerza que convierte a los infieles en fieles. Así pues, en este opúsculo se da una cierta unidad entre su forma literaria y su fondo teológico.

La estrofa A saluda a María, elegida por el Padre y consagrada por el Espíritu como Madre de Jesucristo. El seno de María fue, valga la expresión, la primera Iglesia.

La estrofa B desarrolla, en su primera parte, el pensamiento de la inhabitación de Dios en María. Los tres primeros Salvepresentan la imagen de vivienda-morada: palacio, tabernáculo, casa. Los otros tres: vestidura, esclava, Madre, inducen a pensar más bien en la persona misma de María. El orden con que aparecen no es casual. María fue creada por Dios, dotada de una vestidura de carne, y, antes de ser Madre de Dios, declaró que era la esclava del Señor.

La estrofa C contempla las virtudes y energías con que el Espíritu Santo dotó a María y que, por el mismo Espíritu, pueden actuar también en los demás hombres.[7]

b) Virgen hecha iglesia

Al igual que la expresión esposa del Espíritu Santo, de la Antífona, la expresión virgen hecha iglesia, del v. 1, requiere una consideración especial.

En efecto, esta expresión pronto resultó oscura o fue malentendida, por lo que los copistas la cambiaron por la expresión «virgo perpetua», virgen perpetua. Y así es como aparecía en todas las ediciones de los Escritos de Francisco anteriores al año 1980. Pero una vez demostrado que el grupo de manuscritos en los que aparecía la expresión «virgo ecclesia facta» era anterior al grupo en el que se lee «virgo perpetua», debe preferirse el primero al segundo, por ser de lectura más difícil. Por otra parte, esta expresión hunde sus raíces en la teología patrística y en la de la alta edad media, así como en la liturgia. De hecho, en estos lugares aparece con frecuencia el pensamiento de la Iglesia como virgen y madre, y el de María como tipo de esa Iglesia virgen y madre. Así lo vemos, por ejemplo, en san Ireneo, en Hipólito, en san Agustín, en Orígenes y, más tarde, en los teólogos de la escuela de San Víctor. Francisco depende de esta tradición más que de la escolástica de la baja edad media, que sitúa en el primer plano la idea de la virginidad perpetua de María.

Los términos «palacio», «tabernáculo», «casa», que aparecen después de la expresión virgen hecha iglesia, en el v. 4, hablan más de «iglesia» que de «perpetua», y son un desarrollo de la idea de María virgen-iglesia.

El descubrimiento del texto original arroja mucha luz sobre la piedad mariana y eclesial de Francisco. Ambas hay que contemplarlas mutua e íntimamente compenetradas. Para Francisco María es también iglesia, la primera iglesia consagrada por Dios Trinidad. Así como la capilla de la Porciúncula, de la que el Saludo a la Bienaventurada Virgen María contiene claras referencias, ha sido consagrada, así también ha sido consagrada María, y en un sentido todavía más profundo, por el Padre, que la ha hecho virgen madre de su Hijo y tabernáculo del Espíritu Santo. María es Virgen hecha Iglesia. A través de la iglesia concreta, Francisco contempla a María; y, a través de María, a la Iglesia. María, virgen y madre de Dios, es el tipo de la Iglesia, el prototipo de la Iglesia virgen y madre.

c) Iglesia universal

El Saludo a la Bienaventurada Virgen María desarrolla una dinámica interna. El primer Salve presenta en primer plano la persona de María y la encarnación de Dios. A continuación, la visión del hecho histórico de la encarnación se abre al tiempo presente: «en quien estuvo y está toda la plenitud de la gracia»; consiguientemente, se amplía también el círculo de las personas. Lo que Dios realizó paradigmáticamente en María, puede seguir realizándolo de otra forma mediante su Espíritu. Es muy significativo, incluso desde el punto de vista lingüístico, que la palabra virgen del primer Salve sea sustituida en el último por la palabra madre: la «virgen-iglesia» se ha convertido en la «madre-iglesia»: la iglesia unipersonal aparece ampliada a todos aquellos que, de infieles, se vuelven fieles a Dios.

La palabra infieles ( infideles en latín) Francisco la emplea también en el capítulo de la Regla en el que habla a los hermanos «que van entre sarracenos y otros infieles» (1 R 16,3; 2 R 12,1).[8] Él, que había emprendido personalmente viajes misioneros y había llegado en 1219 hasta la presencia del mismo sultán de Egipto, tiene también en cuenta en su Saludo a la Bienaventurada Virgen María a los no cristianos, que, «por la gracia e iluminación del Espíritu Santo», pueden llegar a ser creyentes, fieles al Dios vivo y verdadero. La inhabitación de la plenitud de Dios en María y en la Iglesia se repite en cierto modo cada vez que la acción de Dios en el bautismo convierte a los infieles en creyentes y, mediante la infusión de las virtudes, los ilumina y los mantiene fieles a Él. A partir de la contemplación de María, «en quien estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien», la mirada se dilata y se fija en todos los hombres de todos los tiempos. El Hijo y Señor, a quien la Virgen María concibió y dio a luz, es concebido y engendrado por la Virgen-Madre-Iglesia cada vez que alguien recibe la gracia del bautismo. Francisco no se queda en la mera contemplación de María. Partiendo de la plenitud de la vida interior de María, sus ojos se fijan en esa plenitud de gracia de la que pueden participar todos los hombres. El Saludo a la Bienaventurada Virgen María de Francisco es misionero.

d) Meditación sobre el Ave María

Cuanto más detenidamente se contempla el Saludo a la Bienaventurada Virgen María, tanto más se percibe su afinidad con el Ave María. Desde los siglos VII-VIII, el saludo del ángel Gabriel (Lc 1,28) y el de Isabel (Lc 1,42), unidos, fueron empleándose cada vez más en Occidente, llegando a formar una oración mariana de primer orden en la Iglesia. Hacia el 1210 los sínodos empiezan a prescribir que todos los fieles aprendan de memoria, además del Padrenuestro y el Credo, el Ave María, a la que más tarde san Bernardino añadiría el «Santa María, Madre de Dios, ruega...». La difusión del Ave Maríadesde el 1200 induce a pensar, como algo prácticamente evidente, en su influencia en Francisco de Asís. De hecho, no pueden pasar desapercibidas las concordancias lingüísticas existentes entre el Ave María y el Saludo a la Bienaventurada Virgen María, particularmente perceptibles en el latín original. En primer lugar, el saludo Salve, Ave, siete veces repetido en el SalVM. En segundo lugar, la palabra María, que Francisco amplia con tres títulos honoríficos. La expresión llena eres de gracia, gratia plena, aparece también el SalVM en la paráfrasis: «en quien estuvo y está toda la plenitud de la gracia». La palabra el Señor está contigo, Dominus tecum, Francisco la acrecienta aplicándola a las tres divinas personas: «Elegida por el santísimo Padre del cielo, que te consagró con su santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo Paráclito». La frase «bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre» no aparece literalmente en el SalVM, pero si aparece su contenido: en lugar de «vientre», Francisco habla de «tabernáculo», «casa», «vestidura». El que Dios haya hecho de María su morada y la haya bendecido, por lo que es digna de alabanza, son pensamientos comunes al Ave María y al Saludo a la Bienaventurada Virgen María.

Bien mirado, pues, Francisco amplía el Ave María en una especie de letanía de siete Ave, Salve. Ha meditado detenidamente las ideas fundamentales del texto bíblico, y saluda a María aplicándole dichas ideas concretadas en imágenes.

PARTE III: SUGERENCIAS PRÁCTICAS

1. Rezar y meditar el Ave María, y recitar luego lentamente el Saludo a la Bienaventurada Virgen María.

2. Rezar diariamente el Ángelus , comunitariamente. «Esta oración nos ofrece un texto excelente para la meditación» (Eugen Walter). Posee un ritmo ternario todavía más fuerte que el SalVM. En 1269, el Capítulo general de Asís, presidido por san Buenaventura, decidió «que, en honor de la gloriosa Virgen, todos los hermanos enseñarán al pueblo a saludar varias veces a la bienaventurada Virgen cuando suene la campana de completas».[9] Esta práctica dio pie a la difusión cada vez mayor del rezo del Ángelus, tres veces al día, al toque de las campanas. Los franciscanos tuvieron una participación determinante en la difusión de esta devoción. Theodor Schnitzler la considera «una de las más sublimes formas de oración del pueblo», y la llama «breviario popular abreviadísimo», pues recuerda la encarnación, la crucifixión y la ascensión del Señor a las horas de laudes, sexta y vísperas.

3. Antes del rezo de las Horas canónicas, unirse conscientemente, mediante el rezo de la Antífona mariana de Francisco, a la Iglesia triunfante, pidiendo que interceda por nosotros, el pueblo de Dios que peregrina en la tierra.

4. Rezar lentamente el Saludo a la Bienaventurada Virgen María, contemplando un icono o una imagen de María.

5. Repetir lentamente el Saludo a la Bienaventurada Virgen María y detenerse, después de las cuatro primeras aclamaciones, meditando por qué Dios puso su morada en María, convirtiéndola en:

-Palacio de Dios hecho hombre;

-Tabernáculo de Aquel que dijo: «Yo soy el pan de la vida» (Jn 6,48);

-Tienda en la que la Palabra eterna de Dios se hizo carne y «puso su Morada entre nosotros» (Jn 1,14);

-La casa que se preparó Dios mismo.

También yo soy casa de Dios, piedra viva para la construcción de «un edificio espiritual» (1 Pe 2,5), «santuario del Espíritu Santo» (1 Cor 6,19). ¿Cómo le preparo una morada al Señor (cf. Jn 14,23)?

«Ve y repara mi casa», esa casa que eres tú mismo. ¿Me dirige Dios este mandato, como se lo dirigió un día a Francisco?

6. Los siguientes saludos se centran en el tema de «esclava y madre»:

-«Feliz tú, que has creído» (Lc 1,45).

-«He aquí la esclava del Señor» (Lc 1,38).

-Dichosos todos los que, por la acción de Dios, llegan a la fe y crecen en la fe y la fidelidad.

¿Cómo influyen estas afirmaciones en mí?

¿Cómo puedo servir, a la vez, a Dios y a los hombres? ¿Cómo puedo ser, a un tiempo, esclavo/a y madre? ¿Cómo puedo ser, simultáneamente, iglesia, virgen y madre? ¿Cómo concibo la Palabra de Dios y cómo la doy a luz?

7. El papa Juan XXIII concluyó su discurso de Navidad de 1962 con la siguiente oración: «Palabra eterna del Padre, Hijo de Dios y de María, repite una vez más en las secretas profundidades de las almas el milagro de tu nacimiento».

Estas palabras llenas de contenido teológico resumen la doctrina tradicional sobre el triple nacimiento de Dios. En la invocación a la Palabra eterna del Padre, al Hijo de Dios, el Papa se refiere al nacimiento del Logos en la eternidad; en la invocación al Hijo de María, al nacimiento de Jesús en Belén; y, en tercer lugar, pide al Señor que renueve este milagro de su nacimiento en el corazón de cada hombre. ¿Puedo repetir y apropiarme esta oración?

Las siguientes palabras pueden ayudamos a comprender más profundamente estas ideas sobre el nacimiento de Dios:

-«Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).

-«¿De qué me sirve que Cristo nazca de la santísima Virgen, si no nace en mi alma?» (Orígenes).

-«Aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si no nace en ti, estarías perdido para siempre» (Ángel Silesio).

8. Contemplar a María, para así mirar como María:

-a Dios,

-a mí mismo,

-a los demás,

-al mundo.

9. Rezar el Magníficat (Lc 1,46-55); aplicarme las expresiones formuladas en primera persona del singular, con las que María engrandece al Señor: María engrandece... yo engrandezco al Señor... porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava/o...; el Poderoso ha hecho obras grandes en mí...

10. Comparar el Saludo a la Bienaventurada Virgen María con la frase de san Pablo: «Porque en Él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente, y vosotros alcanzáis la plenitud en Él» (Col 2,9).

11. Componer o buscar una melodía para el Saludo a la Bienaventurada Virgen María y cantarla.

12. Hay una lista interminable de Santos que alabaron a María. He aquí una de las plegarias de san Antonio de Padua: «Te rogamos, pues, Señora nuestra, ínclita Madre de Dios, ensalzada por encima de los ángeles, que llenes con la gracia celestial el vaso de nuestro corazón; que lo hagas resplandecer con el oro de la sabiduría; que lo fortalezcas con el poder de tu virtud; que lo adornes con las piedras preciosas de las virtudes; que derrames sobre nosotros el óleo de tu misericordia, tú, olivo bendito, para que cubras la multitud de nuestros pecados, a fin de que merezcamos ser levantados a la altura de la gloria celestial. Ayúdenos Jesucristo, tu Hijo, que te exaltó por encima de los coros de los ángeles, te puso la corona de Reina y te sentó en el trono de luz eterna».

Compárala con el Saludo a la Bienaventurada Virgen María.


N O T A S:

[1] Véase L. Lehmann, Meditaciones sálmicas sobre el misterio pascual. El «Oficio de la Pasión del Señor», enSelecciones de Franciscanismo núm. 63 (1992) 381-401, esp. 385.

[2] PL 151, 9.720; cf. L. Lehmann, Tiefe und Weite, 100-102.

[3] Cf. I. Pyfferoen - O. Van Asseldonk, María Santísima y el Espíritu Santo en San Francisco de Asís , enSelecciones de Franciscanismo núm. 47 (1987) 187-215, esp. 205.

[4] Pueden verse documentos y citas sobre el tema en H. Rahner, Die Gottesgeburg. Die Lehre der Kirchenväter von der Geburt Christi aus dem Herzen der Kirchen und der Gläubigen, en Symbole der Kirche, Salzburgo 1964, 11-87.

[5] Véase K. Esser, Die Opuscula des hl. Franziskus von Assisi (nueva edición crítica), Grottaferrata 1976, 211, n. 104;L. Lehmann, Exsultatio et Exhortatio de Poenitentia. Zu Form und Inhalt der «Epistola ad Fideles», enLaurentianum 29 (1988) 564-608.

[6] E. Jungclaussen, Die Fülle erfahren. Tage der Stille mit Franz von Assisi, Friburgo 1978, 44-54.

[7] C. Paolazzi, Lettura degli scritti di Francesco, Milán 1987, 47-51.

[8] L. Lehmann, Rasgos esenciales del concepto franciscano de misión según 1 R 16, en Selecciones de Franciscanismo núm. 45 (1986) 428-444; Id., Prinzipien franziskanischer Mission nach den frühen Quellen, enLaurentianum 26 (1985) 311-360; Id., Ansätze für eine christlich-islamische Ökumene im Leben Gottes, en Franz Studien 69 (1987) 3-33.

[9] Una breve nota sobre El rezo del Ángelus, puede verse en Selecciones de Franciscanismo núm. 52 (1989) 12.

[Selecciones de Franciscanismo, vol. XXII, n. 64 (1993) 92-108]

[L. Lehmann, Francisco, maestro de oración. Oñate (Guipúzcoa), Editorial Franciscana Arantzazu, 1998, pp. 131-150]