sábado, 27 de abril de 2013

Reflexión del 5to. Domingo de Pascua.


Fue por amor, no hay otra explicación.

Después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: "A donde yo voy, ustedes no pueden venir".
Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros". (Juan 13, 31-35)


Hola queridos hermanos y hermanas, la liturgia de este domingo V de pascua, nos invita a mirar hacia atrás para descubrir el magnifico milagro de la Resurrección del Señor. Nos invita a preguntarnos muchas cosas, por ejemplo ¿Por qué Jesús acepta a Judas como Apóstol, sabiendo que lo traicionaría? ¿Por qué pide un amor que no es tan fácil de asimilar?

Tratemos de reflexionar en base a la primera pregunta. Jesús elige a sus discípulos, y no los elige como ahora lo hacen las empresas al contratar personal, los elige con determinadas cualidades pero que Él mismo iba a ayudarles a desarrollar, a cada uno lo trataba diferente pues cada uno era diferente, a cada uno le confiaba totalmente su misión, a pesar que podían fallarle. Así eligió a los hijos del trueno, a Pedro, a  Mateo, a Judas. Ninguno tenia una mala intención y eran hombres buenos, sin embargo cada uno se abría distinto al mensaje de Jesús, a sus muestras de afecto, a su amor. Seguramente que Judas lo entregó, no para que lo mataran, sino para que lo pudieran escuchar el sumo sacerdote y los demás miembros del sanedrín; algo de esto maneja Franco Cefireli en su película “Jesús de Nazareth”; sin embargo los fariseos y saduceos al tenerlo en sus manos, y después de que Jesús había sido muy duro con ellos en sus predicaciones, se dijeron, ya que esta indefenso, sin nadie que lo defienda vamos a acusarlo y a matarlo “pues es mejor que uno muera por la nación, que la misma nación”. Pero Judas, al igual que Pedro, Tomas y los demás discípulos, tuvo la oportunidad de arrepentirse, de reconciliarse, pues Jesús después de resucitar de seguro le hubiera perdonado, pero Judas tomo una decisión que ojala nosotros nunca tomemos, se encerró, se culpabilizó al extremo de quitarse la vida.

Ojala queridos hermanos y hermanas, nos demos una oportunidad de acercarnos a Dios, no por temor de condenarnos, sino por amor. Nos demos la oportunidad de experimentar su misericordia y no nos cerremos como Judas, que podamos experimentar su amor que sana, que libera, que mantiene la alegría en el corazón, y no seamos en vida como muertos colgados del cuello como Judas. Jesús anuncia que su glorificación se dio por la circunstancia que Judas propicio, pero le da la libertad de reaccionar como quiere, por desgracia decidió mal. No decidamos mal, decidamos el bien, decidamos el amor, pues no hay otra explicación por la que Jesús soportó tantas cosas.

Por amor elige a sus apóstoles, por amor les tiene paciencia, por amor soportó el desprecio, por amor va a la cruz y por amor resucita. Todo el seguimiento de Jesús es por amor, y si nos decimos cristianos tendríamos que asumir que el amor es la manera de Jesús, pues como nos dice: “ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”, la medida, el ejemplo de como amar nos lo dio el mismo Cristo, amar siempre, aunque nos duela, es más si no duele puede ser que no sea verdadero amor, pues el amor verdadero pasa necesariamente por el dolor, por la cruz, por el sufrimiento, y es así como madura.

Animémonos a amar de verdad, de acercarnos a Dios por amor, para vivir en su amor con los hermanos, pues como decía San Francisco de Asís –cada hermano es un don de Dios –, aún con sus fallas tenemos que descubrir que Dios, Jesús lo ama así como es y también nosotros por ser cristianos, seguidores de Cristo, tenemos que amarlo como es. Solo así los demás reconocerán que somos verdaderos seguidores, verdaderos discípulos del Señor Resucitado.

Jesús lo hizo todo por amor, en el amor y con amor, acerquémonos a ese amor, practiquemos ese amor y veremos que todo va mejor en nuestras vidas. Y si el hermano es difícil “amalo más por esto” para que lo acerques a Dios.
Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

viernes, 19 de abril de 2013

Reflexión del 4to. Domingo de Pascua.


¿Quiénes son las ovejas de Jesús?


Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa.
(Juan 10,17-30)


Jesús se encuentra en el Templo ante los judíos, y seguramente ante los fariseos y saduceos, los cuales dicen que se presente tal cual es, si es el Hijo de Dios o el Mesias que lo diga claramente. Jesús contesta que ellos no creen ni por las obras que Él ha realizado y porque no son de sus ovejas. Es entonces cuando dice las palabras que hoy leemos este domingo en el Evangelio de San Juan. Pero, ¿Quiénes son, en realidad, las ovejas de Jesús? San Juan expone en estas palabras como debemos ser las ovejas que seguimos al Buen Pastor, expone la actitud de la oveja, la actitud del pastor y el camino que sigue la oveja.

Veamos detenidamente. Las ovejas del rebaño de Jesús, escuchan su voz: esta es la primera actitud de nosotros si queremos ser cristianos de verdad. Escuchar significa en la lengua judía “poner por obra lo que se conoce”, es decir, Jesús nos da a conocer lo que es Él, y lo escuchamos si ponemos en practica sus enseñanzas, su ejemplo, su mandamiento de amor, sus palabras, que son palabras de vida, pues las puso por obra Él primero, y dan vida si nosotros la ponemos en practica.

Después dice el texto, yo las conozco: Jesús, el Buen Pastor, conoce de que estamos hechos, pues Él nos ha creado, junto con el Padre y el Espíritu Santo, nos ha hecho con polvo (adan) y aliento de vida (eva), sin embargo nos ha creado a su Imagen y Semejanza (Cf. Gn 1, 26-31). Queridos hermanos y hermanas, Dios, la Trinidad, nos ha creado en su amor y por su gracia, antes de existir el pecado nos creo en gracia original, antes del pecado fuimos hechos en su amor, un amor puro, recuperemos este amor puro, reconociendo nuestras faltas claro, pero sin que ellas nos impidan acercarnos a Dios que nos ha creado, si nos acercamos con un corazón arrepentido Él nos perdona, pues conoce todo antes que se lo digamos. No tengamos miedo de encontrarnos con Dios, con su Hijo, el Señor Resucitado, pues Él conoce de que estamos hechos, pero nos da su gracia y amor para poder ser como Él, es decir, perecidos a Él, semejantes a Él, por eso en la misa al alimentarnos, Él nos hace como Él.

Otra característica de las ovejas es que ellas siguen al Pastor. Seguir y no imitar, pues imitar presupone copiar gestos, palabras, actitudes, copiar a la misma persona. En cambio, seguir, supone creatividad en el camino en el que se sigue a una persona, en este caso a Jesús. Si queridos hermanos y hermanas, seguimos a Jesús, pues “la vida Cristiana es un camino, es un movimiento” (Cf. Papa Francisco, Homilía de 1ra. Misa con el Colegio de Cardenales) es el camino que Jesús mismo marco, y es este camino que debemos seguir, la persona de Jesús es el camino y el Espíritu de Dios nos guía a cada uno de manera diferente por este mismo camino. Lo comprobamos cuando nos acercamos a Jesús. Él nos trata a todos de diferente forma, Él no quiere que lo sigamos como robots, en serie, se relaciona con nosotros como personas libres que somos, y a la vez como personas diferentes. Jesús quiere que lo sigamos libremente, y con gran amor, manifestado a aquellos que nos rodean, a los que están más próximos (prójimos) su amor de Padre y Madre. Por eso dice el mismo San Juan, “es así como conocerán a los cristianos, que se aman los unos a los otros”.

Si escuchamos la voz de Jesús, si tenemos siempre la conciencia de que Él nos conoce y nos perdona siempre, y si lo seguimos por el camino del amor tendremos vida eterna, no pereceremos y nadie nos arrebatará de sus manos. Jesús y el Padre son la misma cosa, es decir, son Dios, por lo mismo si permanecemos en Dios, en sus manos, junto a Él, con Él, nada nos faltará. ¡Animo! No tengamos miedo de escuchar su voz en el sagrario de nuestra conciencia, en los hermanos, en las circunstancias de la vida, en toda su creación. No tengamos miedo de acercarnos a Él, pues conoce perfectamente todo lo que somos, y “esto que Él sabe que somos es lo que somos en realidad y nada más” (San Francisco de Asís). No tengamos miedo de seguirlo por el camino difícil, por el camino de espinas, pues después de este camino esta Él mismo esperándonos, como nos espera en la cruz, con los brazos abiertos y entrar en su gloria. Solo se llega a la gloria pasando (pascua) por la cruz, que no es símbolo de martirio, sino de amor, un amor al recibir los bienes de Dios, pero también los males que nos aquejan por nuestra condición.
Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

viernes, 12 de abril de 2013

Reflexión del 3er. Domingo de Pascua.



Juan 21, 1-19.
Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.

Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". Él les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.

Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres?", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.

Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". Él le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos". Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". Él le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.

Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras". De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme".

La otra pesca milagrosa.

Hoy en el Evangelio se repite el mismo milagro de la pesca milagrosa con la que Jesús llamó algunos de los discípulos, es el mismo mar, la misma circunstancia de tristeza y desamparo por no pescar nada, aparece de nuevo Jesús y no lo conocen como la primera vez, en que a lo mejor Pedro enojado dijo: este pobretón que no sabe nada de pesca viene a enseñarme a mi. Jesús nuevamente con la misma paciencia les dice que hacer, y al repetirse el milagro de la pesca uno de ellos le reconoce y el primero en ir hacia Jesús es Pedro, el renegón, el incrédulo como Tomas, al que le pidió a Jesús que lo salvará porque se hundía, el que le hizo una de las confesiones más memorables a Jesús: “Tu eres el Hijo de Dios”, el que lo negó, al que confirma el mismo Jesús en su amor en este mismo Evangelio.

Si queridos hermanos, el gran mensaje de este domingo es que no importa que grandes sean nuestro pecados, que grandes sean nuestras faltas de amor a Dios y a los hermanos, Dios, el Padre amoroso que revela Jesús siempre tiene paciencia, siempre enseña, siempre hace recuperar el primer amor con el que nos encontramos. La invitación este domingo es a tener la valentía, si estamos emprendiendo un nuevo rumbo en nuestra vida, a permanecer en el amor de Jesús, y si ya he llevado una vida cristiana, como la de aquel Joven rico, pero en los últimos años se me ha ido el animo, el entusiasmo y me he vuelto un poco negativo, recuperemos el primer amor, es decir, recuperemos el mismo entusiasmo con el que fuimos ha encontrarnos con Jesús por primera vez; y por supuesto que no será lo mismo pues hemos madurado ahora más, será como una respuesta más generosa, más consiente, pero con el mismo entusiasmo.

Esta Palabra de Dios nos ayuda a entender que a Dios y a su Hijo Jesús Resucitado, no le interesa la poca fe, la poca entrega, le importa el mucho amor. Por eso en este pasaje Pedro es confirmado tres veces por Jesús con la pregunta: “Simón, Hijo de Juan, ¿me amas?”; esta triple pregunta y la triple respuesta de Pedro: “Señor, tu lo sabes todo, tu bien sabes que te amo”, es la alusión de las tres negaciones de Pedro, como si el Señor estuviera sanando sus heridas, la herida de Pedro de haber negado a su Dios. También nosotros cuantas veces no nos sentimos dignos de acercarnos a Dios con todo el corazón, nos quedamos agazapados en un rincón, como cuando un gato tiene miedo,  pero Él siempre esta esperándonos y el mismo nos hace dignos, quien sobre esta bendita tierra es digno, es perfecto, para acercarse a Dios.

Queridas hermanas y hermanos no tengamos miedo de pescar a la forma de Jesús, y si lo hemos olvidado o si lo hemos dejado de hacer como la primera vez que nos dijo, recuperemos esa primera forma como Jesús nos enseño, no tengamos miedo de acercarnos a Dios, a Jesús, y aunque hayan mucho que no dan buen testimonio, y aunque hayan muchos hermanos que no comprenden su mensaje acerquémonos, pues los que nos estamos perdiendo sus regalos somos nosotros al no acercarnos a Él. Dejemos de lado nuestras malas concepciones de pureza, de dignidad, de perfección, solo Él nos hace puros, solo Él nos hace dignos, solo Él nos hace perfectos. Nos escoge, nos llama, no por ser los mejores, sino por amor, por que nos quiere, solo si descubrimos su amor podremos ser pescadores de hombres en esta sociedad sin sentido, sin valores, sin Dios, aunque andamos todos buscando a Dios.

Jesús nos habla a todos los cristianos “comprometidos”, a todos los bautizados: “apacienta mis ovejas”, no solo Pedro es el encargado de apacentar, también nosotros simples cristianos, hermanos menores, tenemos que apacentar con nuestro ejemplo a otros hermanos que andan perdidos, que otros se sientan contagiados a ser cristianos de verdad. A todos nos dice: “sígueme”, y sígueme por el mismo camino, pues Él es el camino, la verdad y la vida.

¡Con ánimo alegre sigamos a Jesús, pesquemos a su forma, amemos a su manera!

Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

domingo, 7 de abril de 2013

Reflexión del 2do. Domingo de Pascua.


Juan 20, 19-31.

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes!

Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomás respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. 


“…no seas incrédulo, sino hombre de fe”

Todos de alguna forma somos incrédulos a algo o a alguien. Todos estos días de la Octava de Pascua, es decir, del Día de Resurrección, pues aunque ha sido una semana es como si fuese un día, las lecturas del la misa han estado hablando de la fe en Jesucristo vivo y presente después de la muerte en la cruz, y como era difícil para sus seguidores creer que había resucitado. Es fácil constatar en nuestra cultura en México, como nos quedamos con un Cristo muerto, sangriento, ultrajado, y nos olvidamos que resucitó, nos cuesta creer que Jesús siempre vive entre nosotros y en nosotros, que lo que celebramos en la Semana Santa es un memorial de lo que Jesús hace cada día en la misa. Si, queridos hermanos y hermanas, Cristo ha resucitado, creamos de verdad en este misterio de fe. No podemos acceder a Dios solo con la razón, con explicaciones lógicas, se necesita que demos un asentimiento confiado en Dios, a su amor, a su misericordia.

En esta parte del Evangelio de hoy, es notable que Jesús les desea tres veces la paz a sus seguidores, que es lo que significa esto, veamos. Para que uno pueda creer en algo y en alguien se necesita estar tranquilo, en paz, por lo tanto la primera cosa para que uno crea es tener paz, pero la paz que Cristo da. Él nos da la fe, muchas veces pensamos que vamos a tener paz cuando tengamos cosas, o lo necesario, o cuando tengamos una novia y novio que nos comprenda, o cuando tengamos toda la salud y los mejores doctores a nuestro alrededor, o cuando tengamos un carro último modelo, pero a veces constatamos que la paz no llega con estas cosas. En la Semana Santa fuimos de misiones con los hermanos que están discerniendo si Dios esta llamándolos para ser sus instrumentos, y en el lugar en que fuimos tiene tres años que no cuentan con agua potable, no hay agua siquiera para lavar los trastes, para lo más indispensable en el hogar, sin embargo aunque ya pronto los funcionarios dejen su corrupción, su falta de cercanía con la gente, y les pongan por fin el agua a estas personas, no les llegará la paz, pues la paz verdadera la da Jesús, Jesús vivo y presente en nuestras vidas. Creer y tener la paz son dos cosas inseparables, pero una sucede a la otra, no se puede tener paz verdadera si no se cree en Cristo Resucitado, es decir, solo tendremos paz si aceptamos, si nos damos cuenta que Cristo esta siempre con nosotros, que esta presente, verdaderamente vivo, para ayudarnos, después de que tengamos esta certeza vendrá la paz.

Hermanos y hermanas, lo más lamentable en nuestras vidas es no creer o creerle a alguien, pues siempre necesitamos de una seguridad, de una certeza; todos creemos o ponemos nuestra confianza en algo o en alguien, sin embargo no es Dios, no es Jesús Resucitado, y si Dios no es el objeto de nuestra confianza, de nuestra fe, de nuestro amor, no podemos realmente ser felices, no podemos sentir la paz verdadera, ¿por qué creen que cuando se encuentran en un lugar santo, como un templo, un convento o seminario, un lugar donde se hace el bien y se desea la paz, se esta muy bien? Precisamente porque son lugares donde Dios es constatado en la vida de las personas que están en estos lugares y es donde Dios deja más sensiblemente denotar su amor y ternura a todos. Seamos hombres y mujeres de fe, es decir, hombres y mujeres que confiamos en Dios, y así como Jesús resucitado le dijo a una monjita polaca, dime siempre: “Jesús en ti confió”, así digámosle a Jesús todos los días, así como le tenemos devoción a Jesús de la Misericordia o a otra imagen de un santo, digámosle y constatemos en nuestra vida que Jesús esta vivo y presente en nuestras vidas y sobre todo en los tiempos difíciles. No esperemos milagros espectaculares para creer, como los hacían en los Hechos de los Apóstoles, fijémonos en los milagros cotidianos, como el despertar cada mañana, como el cambio de algunas personas que conocemos, como la vida de un bebe recién nacido, como la fe inquebrantable de algunos hermanos que nos animan, etc., tantos milagros que no alcanzamos ver, y recordemos las palabras de Jesús a Tomas, “¡Felices los que creen sin haber visto!".

Solo quien le cree a Dios, puede hacer grandes cosas, como las que hace Dios, milagros como los que hace Dios.
Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

Reflexión del Día de la Resurrección del Señor.


HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana
Sábado Santo 30 de marzo de 2013

Queridos hermanos y hermanas

1. En el Evangelio de esta noche luminosa de la Vigilia Pascual, encontramos primero a las mujeres que van al sepulcro de Jesús, con aromas para ungir su cuerpo (cf. Lc 24,1-3). Van para hacer un gesto de compasión, de afecto, de amor; un gesto tradicional hacia un ser querido difunto, como hacemos también nosotros. Habían seguido a Jesús. Lo habían escuchado, se habían sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían acompañado hasta el final, en el Calvario y en el momento en que fue bajado de la cruz. Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una cierta tristeza, la pena porque Jesús les había dejado, había muerto, su historia había terminado. Ahora se volvía a la vida de antes. Pero en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús lo que les impulsa a ir al sepulcro. Pero, a este punto, sucede algo totalmente inesperado, una vez más, que perturba sus corazones, trastorna sus programas y alterará su vida: ven corrida la piedra del sepulcro, se acercan, y no encuentran el cuerpo del Señor. Esto las deja perplejas, dudosas, llenas de preguntas: «¿Qué es lo que ocurre?», «¿qué sentido tiene todo esto?» (cf. Lc 24,4). ¿Acaso no nos pasa así también a nosotros cuando ocurre algo verdaderamente nuevo respecto a lo de todos los días? Nos quedamos parados, no lo entendemos, no sabemos cómo afrontarlo. A menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad que Dios nos trae, la novedad que Dios nos pide. Somos como los apóstoles del Evangelio: muchas veces preferimos mantener nuestras seguridades, pararnos ante una tumba, pensando en el difunto, que en definitiva sólo vive en el recuerdo de la historia, como los grandes personajes del pasado. Tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Queridos hermanos y hermanas, en nuestra vida, tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Él nos sorprende siempre. Dios es así.

Hermanos y hermanas, no nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas. ¿Estamos acaso con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él.

2. Pero volvamos al Evangelio, a las mujeres, y demos un paso hacia adelante. Encuentran la tumba vacía, el cuerpo de Jesús no está allí, algo nuevo ha sucedido, pero todo esto todavía no queda nada claro: suscita interrogantes, causa perplejidad, pero sin ofrecer una respuesta. Y he aquí dos hombres con vestidos resplandecientes, que dicen: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6). Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor – el ir al sepulcro –, ahora se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad. Jesús no está muerto, ha resucitado, es el Viviente. No es simplemente que haya vuelto a vivir, sino que es la vida misma, porque es el Hijo de Dios, que es el que vive (cf. Nm 14,21-28; Dt 5,26, Jos 3,10). Jesús ya no es del pasado, sino que vive en el presente y está proyectado hacia el futuro, Jesús es el «hoy» eterno de Dios. 

Así, la novedad de Dios se presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de todos nosotros: la victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la muerte, sobre todo lo que oprime la vida, y le da un rostro menos humano. Y este es un mensaje para mí, para ti, querida hermana y querido hermano. Cuántas veces tenemos necesidad de que el Amor nos diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura..., y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive. Acepta entonces que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de él, da un peq
ueño paso: te acogerá con los brazos abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere.

3. Hay un último y simple elemento que quisiera subrayar en el Evangelio de esta luminosa Vigilia Pascual. Las mujeres se encuentran con la novedad de Dios: Jesús ha resucitado, es el Viviente. Pero ante la tumba vacía y los dos hombres con vestidos resplandecientes, su primera reacción es de temor: estaban «con las caras mirando al suelo» – observa san Lucas –, no tenían ni siquiera valor para mirar. Pero al escuchar el anuncio de la Resurrección, la reciben con fe. Y los dos hombres con vestidos resplandecientes introducen un verbo fundamental: Recordad. «Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea... Y recordaron sus palabras» (Lc 24,6.8). Esto es la invitación a hacer memoria del encuentro con Jesús, de sus palabras, sus gestos, su vida; este recordar con amor la experiencia con el Maestro, es lo que hace que las mujeres superen todo temor y que lleven la proclamación de la Resurrección a los Apóstoles y a todos los otros (cf. Lc 24,9). Hacer memoria de lo que Dios ha hecho por mí, por nosotros, hacer memoria del camino recorrido; y esto abre el corazón de par en par a la esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer memoria de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.

En esta Noche de luz, invocando la intercesión de la Virgen María, que guardaba todos estas cosas en su corazón (cf. Lc 2,19.51), pidamos al Señor que nos haga partícipes de su resurrección: nos abra a su novedad que trasforma, a las sorpresas de Dios, tan bellas; que nos haga hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que él hace en nuestra historia personal y la del mundo; que nos haga capaces de sentirlo como el Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros; que nos enseñe cada día, queridos hermanos y hermanas, a no buscar entre los muertos a Aquel que vive. Amén.