sábado, 23 de marzo de 2013

Reflexión del Domingo de la Pasión del Señor.


PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
SEGÚN SAN LUCAS
22, 14- 23, 56

Faltaban dos días para la fiesta de Pascua y de los panes Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando una manera de apresar a Jesús a traición y darle muerte, pero decían: "No durante las fiestas, porque el pueblo podría amotinarse". Estando Jesús sentado a la mesa, en casa de Simón el leproso, en Betania, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y derramó el perfume en la cabeza de Jesús. Algunos comentaron indignados: "¿A qué viene este derroche de perfume? Podía haberse vendido por más de trescientos denarios para dárselos a los pobres".

Llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: "Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios". Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: "Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios". Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: "Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes". Pero miren: la mano del que me va a entregar está conmigo en la mesa. Porque el Hijo del hombre va a morir, según lo decretado; pero ¡ay de aquel hombre por quien será entregado!"

Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que lo iba a traicionar.  Después los discípulos se pusieron a discutir sobre cuál de ellos debería ser    considerado como el más importante. Jesús les dijo: "Los reyes de los paganos los dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor.  Porque, ¿quién vale más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve.  Ustedes han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les voy a dar el Reino, como mi Padre me lo dio a mí, para que coman y beban a mi mesa en el Reino, y se siente cada uno en un trono, para juzgar a las doce tribus de Israel". Luego añadió: Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para zarandearlos como trigo; pero yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos". El le contestó: "Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la cárcel y a la muerte". Jesús le replicó: "Te digo, Pedro, que hoy, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces".

Después les dijo a todos ellos: "Cuando los envié sin provisiones, sin dinero ni sandalias, ¿acaso les faltó algo?" Ellos contestaron: Nada. El añadió: "Ahora, en cambio, el que tenga dinero o provisiones, que los tome; y el que no     tenga espada, que venda su manto y compre una. Les aseguro que conviene que se cumpla esto que está escrito de mí: 'Fue contado entre los malhechores', porque se acerca el cumplimiento de todo lo que se refiere a mí". Ellos le dijeron: "Señor, aquí hay dos espadas". El les contestó: “¡Basta ya!"

Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo: "Oren, para no caer en la tentación". Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y se puso a orar de rodillas, diciendo: "Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya". Se le apareció entonces un ángel para confortarlo; él, en su angustia mortal, oraba con mayor insistencia, y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre, que caían hasta el suelo. Por fin terminó su oración, se levantó, fue hacia sus discípulos y los encontró dormidos por la pena. Entonces les dijo: "¿Por qué están dormidos? Levántense y oren para no caer en la tentación".

Todavía estaba hablando, cuando llegó una turba encabezada por Judas, uno de los Doce, quien se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: "Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?" Al darse cuenta de lo que iba a suceder, los que estaban con él dijeron: "Señor, ¿los atacamos con la espada?"  Y uno de ellos hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo: " ¡Dejen! ¡Basta!" Le tocó la oreja y lo curó. Después dijo Jesús a los sumos sacerdotes, a los encargados del templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: "Han venido a aprehenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido. Todos  los días he estado con ustedes en el templo y no me echaron mano. Pero ésta es su     hora y la del poder de las tinieblas".

Ellos lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía desde lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó también con ellos. Al verlo sentado junto a la lumbre, una criada se le quedó mirando y dijo: "Este también estaba con él". Pero él lo negó diciendo: "No lo conozco, mujer". Poco después lo vio otro y le dijo: "Tú también eres uno de ellos". Pedro replicó: "¡Hombre, no lo soy!" Y como después de una hora, otro insistió: "Sin duda que éste también estaba con él, porque es galileo". Pedro contestó: "¡Hombre, no sé de qué hablas!" Todavía estaba hablando, cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, miró a Pedro.  Pedro se acordó entonces de las palabras que el Señor le había dicho: 'Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces', y saliendo de allí se soltó a llorar amargamente.

Los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, le daban golpes, le tapaban la cara y le preguntaban: "¿Adivina quién te ha pegado?" Y proferían contra él muchos insultos. Al amanecer, se reunió el consejo de los ancianos con los sumos sacerdotes y los escribas. Hicieron comparecer a Jesús ante el sanedrín y le dijeron: "Si tú eres el Mesías, dínoslo". El les contestó: "Si se lo digo, no lo van a creer, y si les pregunto, no me van a responder. Pero ya desde ahora, el Hijo del hombre está sentado a la derecha de Dios todopoderoso". Dijeron todos: "Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?" El les contestó: "Ustedes mismos lo han dicho: sí lo soy". Entonces ellos dijeron: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca".

El consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato. Entonces comenzaron a acusarlo, diciendo: "Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey". Pilato preguntó a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" El le contestó: "Tú lo has dicho". Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: "No encuentro ninguna culpa en este hombre". Ellos insistían con más fuerza, diciendo: "Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí". Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al enterarse de que era de la jurisdicción de         Herodes, se lo remitió, ya que Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.

Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro suyo. Le    hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban ahí los sumos    sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato.

Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: "Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un escarmiento y lo soltaré". Con ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso.  Ellos vociferaron en masa, diciendo: "¡Quita a ése! ¡Suéltanos a Barrabás!" A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando: ¡Crucifícalo, crucifícalo! El les dijo por tercera vez: "¿Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte, de modo que le aplicaré un escarmiento y lo soltaré". Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificara.  Como iba creciendo el griterío Pilato decidió que se cumpliera su petición; soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.

Mientras lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y            lloraban por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: "Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado!' Entonces dirán a los montes: 'Desplómense sobre nosotros', y a las colinas: 'Sepúltennos', porque si así tratan al árbol verde, ¿qué pasará con el seco?" Conducían, además, a dos malhechores, para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar llamado "la Calavera", lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Los soldados se repartieron sus ropas, echando suertes. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: "A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido". También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo". Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: "Este es el rey de los judíos". Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: "Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro le reclamaba, indignado: "¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho". Y le decía a Jesús: "Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí". Jesús le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso".

Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde.  El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" Y dicho esto, expiró.

El oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo: "Verdaderamente este hombre era justo". Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo aquello.

Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, que no había estado de acuerdo con la decisión de los judíos ni con sus actos, que era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y que aguardaba el Reino de Dios, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.  Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Pascua y ya iba a empezar el sábado.  Las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea acompañaron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Al regresar a su casa, prepararon perfumes y ungüentos, y el sábado guardaron          reposo, conforme al mandamiento.


"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen".

            Este último de los domingos de Cuaresma, es llamado también Domingo de la Pasión o Domingo de Ramos. Recuerda dos eventos contrastantes entre sí: La entrada triunfal de Jesús a Jerusalén y la narración de su pasión, desde la Ultima Cena hasta la sepultura.

            Con esto queda claro lo siguiente:

-       Jesús era consciente de cuál era su misión al ir a Jerusalén.
-       No se puede llegar a la gloria sin pasar por la cruz.

            La primera en darnos noticias de este rito es una peregrina española del siglo V que se encuentra en Jerusalén para la Semana Santa. Ella nos dice que la comunidad y el Obispo se reunían poco después del medio día en el monte de los olivos, donde se tenía una muy larga celebración de la Palabra. Poco antes de caer la tarde, se dirigían a Jerusalén portando ramos de palma o de olivo.

            Más tarde las iglesias de Oriente van a tomar esta costumbre que no es sino hasta el siglo VI que llega a Francia y España. Y solo hasta el siglo VIII se tiene noticias de una bendición sobre los ramos que podían ser de otro tipo de árboles. Estos ramos, solo tienen un significado simbólico, como signo de vida, de esperanza, de victoria, pero la piedad popular les ha atribuido una eficacia más fuerte, casi mágica por lo que hay que tener bien presente la catequesis sobre este significado de aclamar públicamente a Cristo como nuestro Señor y Rey, si bien los ramos se conservan, es para recordarnos que somos de Cristo y que jamás debemos aliarnos con sus enemigos.

            Quiero hacer notar la primera afirmación que he puesto al inicio, sobre el conocimiento de Jesús de su pasión al ir a Jerusalén, él mismo lo atestigua anunciando su muerte y resurrección en Jerusalén, aunque sus apóstoles no le entienden, y no le entienden por que no están dispuestos a verlo pasar por la muerte y la cruz. También nosotros a veces queremos pasar a la gloria sin la cruz, y no podemos pasar como brincando o rodeando la cruz. Como cristianos tenemos que confesar y pasar por la cruz con paciencia, como lo hace el mismo Señor. “Podemos caminar mucho, construir mucho, pero si no confesamos a Cristo, y este crucificado, construimos y caminamos en vano”, esto lo ha dicho el Papa Francisco al iniciar en la Capilla Sixtina su pontificado junto a los cardenales que lo eligieron.

            Otra cosa que podemos aprender de Jesús, es su infinita bondad, que a pesar de estar crucificado ya en la cruz, pide perdón por todos los que lo ha llevado a este suplicio. ¿Cómo entender al sentenciado que pida perdón por su verdugo? ¿Cómo entender a Jesús pedir perdón por los que le hacen mal? Es sin duda una gran lección para nosotros, y no lo hace por que es Dios, lo hace porque en si esta la grandeza del ser humano que perdonando incondicionalmente demuestra su verdadera esencia, que es la divina, pues venimos de Dios y vamos hacia él. “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”, debe ser nuestra plegaria cuando nos desprecian, nos calumnian, o simplemente no les caemos bien a alguien. Perdonemos de verdad como Cristo clavado en la Cruz.

¡Iniciemos esta SANTA SEMANA, aprendiendo en todo momento de Jesús que nos instruye con su propia vida, con su muerte y resurrección!

Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.


sábado, 16 de marzo de 2013

Reflexión del V Domingo de Cuaresma.

La mujer adúltera. 

Jn 8, 1-11.
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.  Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". El inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".

¡NINGUNA CONDENA EN NOMBRE DE DIOS!


INTRODUCCIÓN

La principal característica de las tres lecturas de hoy es que nos invitan a mirar hacia adelante. Isaías desde la opresión del destierro, promete algo nuevo para su pueblo. Pablo quiere olvidarse de lo que queda atrás y sigue corriendo hacia la meta. Jesús abre a la adúltera un horizonte de futuro que los fariseos estaban dispuestos a cercenar.

El encuentro con el verdadero Dios nos empuja siempre hacia lo nuevo. En nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás. A Dios no le interesa para nada nuestro pasado. A mí debía interesarme, solo en cuanto me permite descubrir mis verdaderas actitudes del presente y ver lo que tengo que rectificar.

CONTEXTO

El texto que acabamos de leer, está en un contexto artificial. No se encuentra en ningún otro evangelista y, seguramente ha sido añadido al evangelio de Juan. No aparece en los textos griegos más antiguos y ninguno de los Santos Padres lo comenta. Está más de acuerdo con la manera de redactar de Lucas; incluso aparece incorporado a este evangelio en algunos códices.

Está garantizado que es un relato muy antiguo y su mensaje está muy de acuerdo con todos los evangelios, incluido el de Juan. Puede ser que la supresión y los cambios se deban a su increíble mensaje de tolerancia y perdón, que se podía interpretar como lasitud o permisividad, en un tema tan sensible como el sexual.

EXPLICACIÓN

En el relato, se destaca de manera clara el "fariseísmo" de los letrados y fariseos, acusando a la mujer y creyéndose ellos puros. Si con toda certeza saben que es culpable, ¿por qué no la ejecutan ellos? No aceptan las enseñanzas de Jesús, pero con ironía le llaman "Maestro". El texto nos dice expresamente que le estaban tendiendo una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, no solo perdería su fama de bondad y misericordia, sino que iría contra el poder civil, que desde el año treinta había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba abiertamente en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente. Como tantas veces, en el evangelio, los jefes religiosos están buscando la manera de justificar la condena de Jesús.

Si los pescaron "in fraganti", ¿dónde estaba el hombre? (La Ley mandaba apedrear a ambos). Hay que tener en cuenta que se consideraba adulterio la relación sexual de un casado con una mujer casada, no la relación de un casado con una soltera. La mujer se consideraba propiedad del marido, con el adulterio se perjudicaba al marido, por apropiarse de algo que era de él (la mujer). Cuando el marido era infiel a su mujer con una soltera, su mujer no tenía ningún derecho a sentirse ofendida. ¡Cómo iba a considerar venida de Dios, una Ley que estaba de acuerdo con esta barbaridad! ¡Qué poco han cambiado las cosas! Hoy seguimos midiendo con distinto rasero la infidelidad del hombre y de la mujer.

Aparentemente, Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o "privilegio" del testigo. De ese modo se quería implicar de una manera rotunda en la ejecución y evitar que se acusara a la ligera a personas inocentes. Tirar la primera piedra era responsabilizarse de la ejecución. Nos está diciendo que aquellos hombres todos acusaban, pero nadie quería hacerse responsable de la muerte de la mujer.

En contra de lo que nos repetirán hasta la saciedad durante estos días, Jesús perdona a la mujer, antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón, sino que es el descubrimiento del amor incondicional lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. Tenemos aquí otro gran margen para la reflexión. El perdón por parte de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es Amor y está en mí.

APLICACIÓN

Es incomprensible e inaceptable que después de veinte siglos, siga habiendo cristianos que se identifiquen con la postura de los fariseos. Sigue habiendo "buenos cristianos" que ponen el cumplimiento de la "Ley" por encima de las personas. La base y fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, para el Dios de Jesús, el valor primero es la persona de carne y hueso, no la institución ni la "Ley". El PADRE estará siempre con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor.

La cercanía que manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios justiciero. Para ellos el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. La persona estaba sometida al imperio de la Ley. Por eso no tienen ningún reparo en sacrificar a la mujer en nombre de ese Dios inmisericorde. Por el contrario, Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada. Todo tiene que estar al servicio de los individuos.

Desde el Paleolítico, los seres humanos buscaron verse libres de sus culpas por medio de un "chivo expiatorio". En todas las religiones, podemos encontrar esta exigencia de los dioses. El colmo de esta servidumbre fue el sacrificio de un ser humano como medio de aplacar al dios. Una persona "elegida" como instrumento de propiciación y sacrificada, garantizaba la supervivencia y el bienestar del resto del pueblo.

Jesús nos dice que lo más preciado para Dios es precisamente la persona concreta. Que la causa de Dios es la causa de cada ser humano. Lo más contrario a Dios es machacar a un ser humano, sea con el pretexto que sea. Explicar la muerte de Jesús como sacrificio exigido por Dios para poder amarnos, va en contra de la esencia del mensaje del mismo Jesús.

Ni siquiera debemos estar mirando a lo negativo que ha habido en nosotros. El pecado es siempre cosa del pasado. No habría pecado ni arrepentimiento si no tuviéramos conciencia de que podemos hacer las cosas mejor de lo que las hemos hecho. Con demasiada frecuencia la religión nos invita a revolver en nuestra propia mierda, sin hacernos ver la posibilida¬d de lo nuevo, que seguimos teniendo, a pesar de nuestros fallos. Dios es plenitud y nos está siempre atrayendo hacia Él. Esa plenitud hacia la que tendemos, siempre estará más allá. Será como un anhelo que nos dejará sin aliento por lo no conseguido.

En la relación con el Dios de Jesús tampoco tiene cabida el miedo. El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. Miedo a no conseguir lo que deseamos, o miedo a perder lo que tenemos. Una y otra vez Jesús repite en el evangelio: "no tengáis miedo". El miedo paraliza nuestra vida espiritual, metiéndonos en un callejón sin salida. El acercamiento al verdadero Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos con un ídolo, y no con Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos.

El evangelio nos descubre la posibilidad que tiene el ser humano de enfocar su vida de una manera distinta a la habitual. La "buena noticia" consiste en que el amor de Dios al hombre es incondicional, es decir no depende de nada ni de nadie. Me ama porque es amor. Su esencia es el amor y no puede dejar de amar sin destruirse a sí mismo. Pero nosotros seguimos empeñados en mantener la línea divisoria entre el bueno y el malo. Fijaros que Jesús lo que hace es destruir esa línea divisoria. ¿Quién es el bueno y quien es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro hasta la muerte? El fariseísmo sigue arraigado en lo más hondo de nuestro ser.

Recordemos el evangelio del domingo pasado. La adúltera ha desplegado su hermano menor y se cree digna de condena. Los fariseos actúan desde su hermano mayor y se creen con derecho a condenar. Jesús está ya identificado con el Padre y unifica los tres. Tanto el menor como el mayor tienen que ser superados. Una vez más descubrimos que el menor está dispuesto a cambiar con más facilidad que el mayor. Seguimos empeñados en echar la culpa al otro, y naturalmente es el otro el que tiene que cambiar.

Meditación-contemplación

Tampoco yo te condeno.
Jesús nos dice, sin paliativos, que Dios no condena.
Todo aquel que se atreve a condenar, no habla en nombre de Dios.
Mientras esto no lo tenga claro, no daré un paso en la vida espiritual.

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Si uno te ayuda a descubrir tus fallos,
te está ayudando a encontrar el camino de tu plenitud.
Si alguien te convence de que eres una piltrafa,
te está metiendo por un callejón sin salida.

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Dios no es un ser que ama. DIOS ES AMOR y solo amor.
Cuando atribuimos cualidades a Dios, lo ridiculizamos.
Si descubro ese AMOR en lo más hondo de mí,
todo mi ser quedará empapado, trasformado en amor.

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Fray Marcos
http://feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/3451-ninguna-condena-en-nombre-de-dios.html

viernes, 8 de marzo de 2013

Reflexión del IV Domingo de Cuaresma.

Lc 15, 1-3. 11-32.

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola: 


Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa de su padre.

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo". Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!". Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"

martes, 5 de marzo de 2013

Reflexión del III Domingo de Cuaresma.


“Dar fruto a tiempo”

Lc 13, 1-9.
En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera".

Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: "Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?". Pero él respondió: "Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás".

sábado, 2 de marzo de 2013

Reflexión del II Domingo de Cuaresma.


¡Qué bien estamos aquí!
Lc 9, 28-36. La transfiguración de Jesús.
En aquel tiempo Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Él no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo". Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
En muchas ocasiones nos quedamos mirando la gloria de Dios, lo bonito que es el amor de Dios, lo hermoso que es ser cristiano, lo resplandeciente de nuestra Iglesia. Pero cuando vienen las dificultades, cuando vemos las cruces que nos ponen o nosotros mismos nos ponemos, cuando constatamos que el amor de Dios implica renuncias también, que lo hermoso de ser cristianos es decir “Que bien estamos aquí” aunque allá dificultades, retos, cruces, cuando vemos que la Iglesia es resplandeciente por la santidad de sus santos, pero también obscura por las limitaciones de todos nosotros pecadores, entonces hermanos y hermanas, queremos retractarnos de lo que decimos y más aún dejar la fe en que creemos.
Dios habla y se sigue manifestando a nosotros, pero no le escuchamos, la prueba esta en que a veces vamos a la “iglesia” para sentirnos bien, para escapar de nuestros problemas o responsabilidades diarias, queremos escucharlo solo en las celebraciones que se llevan a cabo en los templos, sin embargo Dios, su Hijo Jesús, habla también nuestro lenguaje, en nuestras circunstancias, en nuestras dificultades y tenemos que oírlo allí también.
No es mala la afirmación de los apóstoles cuando veían a Jesús resplandeciente de gloria con los otros dos personajes, con la voz del Padre que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo". Pero no dejemos de lado que este adelanto de lo que seria Jesús, la gloria, el resplandor, tenia que “cumplirse en Jerusalén”, es decir, tenia que pasar por la cruz, por la muerte, por la humillación, y después, la gloria. Como cristianos tenemos que entender que la transfiguración, que la gloria viene a acompañada por la cruz, es un paquete completo, no podemos ser cristianos a medias. Lo que Jesús hace con estos discípulos con esta manifestación es lo que quiere decirnos a nosotros: “así será en la otra vida si pasas por esta vida haciendo el bien, si aceptas el mal que te hacen, si no lo haz buscado y haciendo lo posible por evitarlo, si dices como los apóstoles –“que bien es estar aquí”– aún con las dificultades de la vida”.
Si hermanos, no hay otro camino que el trazado por Jesús, no hay otra forma que la misma forma de Jesús, pero hay que aceptarlo todo, es como el combo en Carl´s Junior, no solo vamos a comernos la hamburguesa, sino también las papas y el refresco, a y el postre. Es como dice san Pedro “si aceptamos de Dios los bienes, no vamos aceptar los males”, claro que esto no es fácil, yo soporto los males de los demás y los míos pero por amor, si no lo hago por esto no vale de nada y no me aprovecha.
Digamos como Cristianos verdaderos: ¡Que bueno estamos aquí, a pesar de las cruces! Pues seguimos a “Cristo pobre y crucificado”.

Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

P. D. En el Evangelio se nos traza un Camino Cuaresmal. Solo si seguimos este camino, el Padre nos dirá como a Jesús: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo"