sábado, 24 de enero de 2015

Homilía del 3er. Domingo del Tiempo Ordinario.

Del libro del profeta Jonás. 3, 1-5. 10.

El Señor dirigió otra vez la palabra a Jonás: 
—Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y anuncia lo que yo te digo.

Se levantó Jonás y fue a Nínive, como le mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Jonás se fue adentrando en la ciudad y caminó un día entero pregonando: —¡Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada! Creyeron a Dios los ninivitas, proclamaron un ayuno y se vistieron de sayal pequeños y grandes. 

Vio Dios su obras y que se habían convertido de su mala vida, y se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado a Nínive y no la ejecutó.

"CREYERON A DIOS"


Hola hermanos y hermanas, paz y bien.

En ocasiones pensamos que ya es un hecho el creer en Dios, podemos creer en Él, pero muy pocas veces le creemos, estamos inseguros de su amor, de que nos ama. Dudamos, somos inconstantes. La fe es más que una costumbre, que un hecho, es una certeza que se debe renovar todos los días, es nuestro "si" a Dios, así como el "si" de los esposos en el día del matrimonio se debe renovar cada día.

Es fácil creer en tiempos en que nos va bien, en tiempos de abundancia, en tiempos en que todo nos sonrie, incluso podemos olvidar que "la fe en Dios no es fácil". Si queridos hermanos (as) la fe en Dios, creerle a Dios no es fácil, es fácil decirlo, pero permanecer, serle fiel no es tan fácil. Podemos olvidar, como el pueblo de Nínive, que nuestra fe tiene que dar obras concretas de amor, podemos pensar que no necesitamos de Dios, o que Dios se ha olvidado de nosotros porque nos pasa tal o cual situación difícil. 

Creemos en Dios pero pensamos que podemos servirle sin renunciar a nuestros vicios, sin renunciar a lo mal que puede ser nuestro testimonio a los demás, incluso podemos decirle: "yo creo en ti, pero no me pidas que sea santo". Creerle a Dios significa que voy a vivir la misma vida que Él me vino a enseñar en Jesucristo. Cuando dice la primera lectura que los ninivitas le "creyeron a Dios", inmediatamente después dice que se arrepintieron y cambiaron de vida. Creer en Dios y creerle de verdad es cambiar de vida, no seguir con la misma mediocridad.

Cuando le creemos a Dios, se nota, los demás notan que en realidad soy un creyente. Si soy uno más que dice yo creo en Dios, pero no voy a la Iglesia, yo creo en Dios pero a mi manera, yo creo en Dios pero no necesito ser santo, yo creo en Dios pero no en la gente que dice que cree, los demás lo notamos. Lo notamos cuando el servidor y el creyente no se entrega completamente, cuando el creyente no es alegre, cuando el creyente es pesimista, es chismoso, quejumbroso, no tiene iniciativa, se cree él y no cree a Dios.

Necesitamos hermanos y hermanas creerle más a Dios, creerle en nuestra vida, que se note en nuestra vida que le creemos, que se note que Él es nuestro salvador. Si necesitamos conversión hay que animarse a convertirse, a hacer penitencia (un esfuerzo) como los ninivitas. Tengamos la valentía y dejemos de ser cristianos a medias, cristianos de museo, cristianos de funeral, cristianos que dicen creerle a Dios y a su Hijo pero que no se les nota.

Solo los santos, los que mueren por Dios, los que lo confiesan sin vergüenza, los que dan buen testimonio del nombre que llevan, son los verdaderos creyentes. 

¡Buen Domingo!

Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

Homilía 2º Domingo del Tiempo Ordinario

Del segundo libro de Samuel. 3. 3b-11. 19.


Samuel estaba acostado en el santuario del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó:
   —¡Samuel, Samuel!
   Y éste respondió:
   —¡Aquí estoy!
Fue corriendo adonde estaba Elí, y le dijo:
   —Aquí estoy; vengo porque me has llamado.
Elí respondió:
   —No te he llamado, vuelve a acostarte. 
Samuel fue a acostarse, y el Señor lo llamó otra vez. Samuel se levantó, fue a donde estaba Elí, y le dijo:
   —Aquí estoy; vengo porque me has llamado.
 Elí respondió:
   —No te he llamado, hijo; vuelve a acostarte. 
Samuel no conocía todavía al Señor; aún no se le había revelado la Palabra del Señor. El Señor volvió a llamar por tercera vez. Samuel se levantó y fue a donde estaba Elí, y le dijo:
   —Aquí estoy; vengo porque me has llamado.
Elí comprendió entonces que era el Señor quien llamaba al niño,
 y le dijo:
   —Anda, acuéstate. Y si te llama alguien, dices: Habla, Señor, que tu servidor escucha.

Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y lo llamó como antes:
   —¡Samuel, Samuel!
Samuel respondió:
   —Habla, que tu servidor escucha.

Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.


HABLA, QUE TU SIERVO ESCUCHA.

Hola hermanos y hermanas, Paz & bien.

En este segundo domingo del tiempo ordinario, el tema de las lecturas que escuchamos en la misa es la llamada que Dios hace a cualquier persona para ayudarle en la extensión de su Reino. Sin embargo quiero hacer notar las formas de respuestas que hacemos de Dios, pues la llamada es de Dios y es casi en todos los casos igual, con un gran amor de parte de Dios por la persona que llama y no se fija de sus limitaciones, pues Él es el que da las fuerzas y la gracia para realizar la misión. 

Respuesta del distraído: se parece a Samuel, el muchacho distraído que hace caso a diversas voces que se le presentan y no sabe distinguir la llamada de Dios en su vida. estas voces no siempre son sonoras, o no se pueden escuchar siempre con los oídos físicos; un ejemplo de voces distintas a las de Dios es el facebook, por estar horas y horas en esta red social no tenemos tiempo para reflexionar, para hablar con Dios como con una persona querida, que se le tenga confianza. Esta respuesta es muy típica entre los jóvenes o los que llevan poco sirviendo en algún apostolado.

Respuesta del que le da largas a Dios. Es aquella persona que se ha dado cuenta que Dios le esta llamando pero su respuesta no es pronta, o se hace que la "virgen le habla!", es decir, su respuesta es si pero todavía no, es una respuesta algo escatológìca. En los servidores en los grupos de la parroquia son personas con muchos dones, pero dicen que no pueden, que son muy poca cosa, son inseguros y no quieren hacerse responsables de los retos que implica decirle "Si" a Dios.

Respuesta del "importante". Es el que quiere que Dios ande de tras de el, que le tome parecer siempre, que siempre le diga que hacer. La respuesta de esta persona es algo parecido cuando le hablas a alguien y hace como que no se da cuenta que le llamas, o dice: "¿es a mí?. Es aquel servidor que le gusta que lo anden arriando, que no tiene iniciativa propia, que le gusta aparecer o se siente con más conocimiento que todos los demás. Es aquel servidor que se hace la victima pero en realidad es el victimario, le gusta que le rueguen.

Respuesta del desanimado. Este tipo de personas responden a Dios inmediatamente después de escuchar su llamada, pero al darse cuenta de lo que implica el llamado y su respuesta se desaniman. Estos servidores se desaniman de todo, son celosos, sentidos, no aguantan el peso de la responsabilidad y quieren dejarlo todo por nada. Se quejan de todo, piensan que solo su opinión es valida. Es el servidor que sirve a Dios, pero a medias, pues siempre se queja, no se entrega completamente.

Respuesta del "seguro". Es aquel que se da cuenta de la llamada de Dios sin tanta distracción, es decir, su capacidad para discernir es casi perfecta. Pero tanta seguridad es también su mal, pues a la hora de responder, le responden a Dios casi haciéndolo a un lado y pensando que todo lo que hacen es por sus fuerzas, por sus méritos y para su gloria, no para la de Dios. Son aquellos servidores que son muy eficientes pero pecan de arrogancia, de soberbia y vanagloria. Lo hacen todo para ser notados y solo las cosas salen bien si ellos están.

Respuesta del consiente. Es el hermano que responde a Dios con miedo, con incertidumbre, midiendo sus fuerzas, esta consiente que no es el mejor, pero da lo mejor. Sabe que es solo un instrumento, tiene sus errores como todos pero los sabe reconocer. Son aquellos servidores alegres, creativos, que tratan bien a los demás, que llegan a la madurez gracias a su disponibilidad a la voluntad de Dios, pueden repetir como Jesús en el huerto: "aparta de mi este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya".

Podría enumerar más pero creo que es suficiente para identificar que tipo de respuesta le vamos dando a Dios, puede ser que le demos especialmente una o haya un poco de todas, pero es bueno reflexionar, ¿qué tipo de respuesta estoy dando a Dios? ¿en realidad soy feliz, respondiendo a la llamada de Dios? ¿es una respuesta a la llamada de Dios o es un refugio a mis limitaciones, a mis frustraciones?

¡Buen domingo hermanos!

Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.


domingo, 11 de enero de 2015

Homilía de la Solemnidad del Bautismo del Señor.

Del libro de Isaías: 42,1-4.6-7.

Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»


"TE HE TOMADO DE LA MANO"

Hola hermanos y hermanas, Paz & Bien. 

Este domingo celebramos el bautismo del Señor, y con él termina el tiempo de navidad. Pero si Jesús no era un pecador sino el Santo de Dios, por eso no tenía necesidad del bautismo, ¿qué significa que Jesús se haya dejado bautizar por Juan el bautista? El bautismo del Señor no le convenía a Él sino a nosotros, pues lo que realiza, como todo en su vida, lo hizo por amor a nosotros. Cuando Jesús fue sumergido por Juan en el Jordán todas las aguas, con las que fuimos bautizados todos, quedaron santificadas; así lo dicen los antiguos padres que ha reflexionado este hecho. Pero sin duda el gran regalo que nos ha dado es ser: "liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión" (CEC; 1213)

Dios por medio del bautismo nos introduce a su casa, a su Iglesia. Pero quiero ponerles un ejemplo muy sencillo para comprender nuestro bautismo, que tiene sentido por el bautismo de Jesús: 

Jesús, por su bautismo, se parece a un padre o madre de familia que lleva a su hijo o hija al catecismo, lo guía, va muy feliz a dirigirlo al Padre Dios. No necesita una hojita para firmar las asistencias a la Misa, no lo lleva enojado porque no lo dejan descansar el domingo y, más aún, no nos deja solos en el camino hacía Dios como lo hacen algunos padres en algunas parroquias. Nos hemos acostumbrado a hacerlo todo por requisito y no por responsabilidad, vamos a Misa (lo decimos) cuando nos nace. A poco vamos al IMSS cuando nos nace, claro que no, vamos al IMSS o al medico porque estamos necesitados de salud; y Dios, así como su Hijo y el Espíritu Santo son nuestra Salud. ¿Acaso no cambiarían muchas cosas en la Iglesia si cada uno viviera con responsabilidad su compromiso cristiano? 

Pero es una realidad que los pastores (catequistas, religiosos, sacerdotes u obispos) no hemos sabido hacer madurar la fe y el compromiso del pueblo cristiano. Me parece triste y sin sentido que un pastor se preocupe más por la firma (que se puede conseguir con trampas) de asistencia o confesión, que de la formación y la respuesta amorosa de los fieles a Dios que nos ama tanto, que se nos ha entregado desde siempre y que se sigue entregando con su Cuerpo y su Sangre. ¡Que ciegos somos al no darnos cuenta de lo más importante en nuestra vida! Cada pastor debe llevar a los demás a Dios, no es suficiente la formalidad en la formación (hojitas de asistencia, libros, tareas, etc.) es necesario asegurarse que los hermanos a quienes servimos vayan creciendo en su fe, en su relación con Dios. Y esto se consigue con creatividad, con una buena animación, con una buena formación, pues uno no puede dar lo que no tiene. Que triste cuando un servidor o pastor no quiere formarse, o simplemente es del montón y no da testimonio; y luego los demás dice: ¡Si eso lo hace él o ella que esta cerca de la Iglesia, pues yo también!

No olvidemos hermanos y hermanas que somos guías, y los que guiamos van viendo nuestro testimonio, tenemos que ir luchando para ser un mejor discípulo y testigo del amor de Dios en la vida concreta. Y así como el bautismo es un sacramente por el que se nos cuminica las gracias para caminar la senda de la vida cristiana, así nosotros con nuestro testimonio (sacramento o signo) ayudamos a caminar a otros por la vida cristiana. Ojala que al final de nuestra vida, cuando sea la hora de encontrarnos con el Señor nos de las gracias por haber "tomado a otros de la mano" para guiarlos hacía Él, y ojala que no nos reclame porque alejamos a muchos de su camino.

¡Buen domingo!

Fray Juan Gerardo  Morga, OFMCap.

domingo, 4 de enero de 2015

Homilía de la Manifestación del Señor a las naciones.

Del libro de Isaías 60,1-6.

¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.

...SOBRE TI AMANECERÁ EL SEÑOR...

Paz & Bien, hermanos (as).

Hoy el Señor se manifiesta (epifanía) a todas las naciones, es lo que quieren significar los magos que llegan al portal donde nació nuestro Amor, nuestro Salvador, el REDENTOR; también los regalos que llevan estos reyes significa que Él es REY (oro), que Él es DIOS (incienso) y Él es HOMBRE (mirra). Es la fiesta de la luz, pues la LUZ iluminó las tinieblas, y es la fiesta de los regalos, pero no que nos van a dar regalos, sino que nosotros vamos a dar regalos al NIÑO JESÚS, pues Él es el festejado, pues ¿cuándo se ha visto que Él que cumple años reparte regalos a los que son invitados a su fiesta?

Es la fiesta de la luz, sin embargo, en ocasiones estamos medios apagados, como en tinieblas, como desganados. Y esto lo digo por propia experiencia, pues aveces los quehaceres diarios te desgastan, te agobian, incluso en ocasiones sobrepasan nuestras competencias, nuestras fuerzas, sin embargo cuando llegamos a este limite tenemos que reconocer lo limitado que somos, que somos instrumentos y es el Señor que amanecerá en tal o cual situación. Cuantos servidores van dando un servicio a medias, necesitados de atención, celosos por que el padre privilegia a algunos, haciendo las cosas solo porque le tocan, haciendo el servicio por protagonismo, y mas aún. viendo el servicio como un puesto de poder o un puesto privilegiado para ser mal encarados, dictador o con derechos preternaturales. Pensamos que somos indispensables en estos servicios, que solo yo estoy bien con mi plan de parroquia.

Estas actitudes o situaciones que enumero es porque no tenemos claro el ejemplo Del que según seguimos, y no quiero decir que yo soy un excelente seguidor de Cristo, un discípulo y misionero ideal como lo proponen los documentos de la Iglesia, pero hay algunas actitudes mínimas que nos hacen pensar que "sobre nosotros amanecerá el Señor", por eso quiero enumerar algunas de las actitudes para que amanezcamos a una nueva realidad:

  1. "Levántate, brilla, (ponga c/u su nombre) que llega tu luz". Muchas ocasiones nos gusta estar tirados, vivir en penumbras, en tinieblas. También a veces queremos brillar con luz propia, pensamos o nos creemos "estrellitas" que solo estrellamos con nuestro testimonio. El profeta nos invita a levantarnos y a brillar pero con el Señor, no solos, pues si lo hacemos solos nos creemos, somos arrogantes, no brillamos con luz propia sino con la LUZ que es el SEÑOR.
  2. "Mira: las tinieblas... y la oscuridad... pero sobre ti amanecerá el Señor". Sabemos porque a diario lo vemos que la oscuridad, que las tinieblas parece que ganan, incluso somos en ocasiones sus instrumentos en lugar de ser instrumentos de la LUZ, pero el profeta dice que no perdamos la esperanza, la perdemos porque nos confiamos en nuestras fuerzas o en la de los otros hermanos que son igual de limitados que nosotros. No lo olvidemos; la FUERZA, la LUZ es JESÚS.
  3. "Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora". Solo si nosotros somos instrumentos de la LUZ (JESÚS), como la estrella que guió a los magos hacía Jesús, podremos ser que otros hermanos y hermanas caminen a la LUZ para guiar a los reyes (servidores) caminen al resplandor de la aurora (Jesús).
  4. "Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos". A veces como servidores solo estamos viendo lo que hacemos y incluso no nos damos cuenta que no lo hacemos bien, pues no lo hacemos con amor, con generosidad; solo lo hacemos porque me toca, porque me pagan, porque no hay nadie más, pero se no se nos olvide que si hay más hermanos que quisieran hacerlo bien, que hay más personas que lo pudieran hacer, pero estamos aquí porque necesitamos de Dios. No olvidemos que trabajamos para Dios y para sus hijos aunque solo vengan por la firma de la misa, aunque solo vengan porque necesitan de Dios, aunque solo vengan porque tiene un problema difícil, pero ¿acaso no nosotros venimos por lo mismo? solo que venimos con más conciencia y más conscientes; se nos olvida que la Iglesia de Dios es un hospital donde los enfermos venimos a curarnos.
  5. "Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos". Solo cuando abrimos bien los ojos, solo cuando no nos encerramos y vemos en torno a nosotros, solo entonces lo veremos todo diferente, lo veremos radiante de alegría; entonces nos sorprenderá de lo que nos estábamos perdiendo; soló así nuestro corazón se ensanchará y daremos cabida a todos y a todas sus ideas, sus sueños. Sólo con una actitud de apertura, de disposición, de servicio humilde, hacerlo todo con amor, no porque me toca, solo entonces no estaremos perdiendo las riquezas que si valen la pena como lo son: una comunidad unida, viva, animada, iluminada y incluyente.
  6. "Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá". Creo que hay muchos que quieren ayudar a la Iglesia en sus necesidades, pero no permitimos (los que ya estamos sirviendo) que otros ayuden porque somos celosos, nos creemos los todopoderosos, recordemos que todos somos hijos en el Hijo (Jesús) del Padre de la gloria.
  7. "Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor". Solo con las actitudes que antes enumeré, las actitudes que cada uno tendría que encarnar, tendremos una parroquia, una diócesis, una Iglesia, donde la gente no solo venga por obligación, por la hojita de asistencia del catecismo; la educación no consiste en darle información a la gente sino en dar gestos, actitudes concretas de apertura, de solidaridad, de amor verdadero, desinteresado. 
Ojala todos hagamos un regalo a Jesús y que sea alguna actitud buena hacía los demás, y si estamos sirviendo sepamos cargar no solo con los reflectores, sino con la cruz que supone. 

El Señor nos ayude. ¡FELIZ DOMINGO!

Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.




sábado, 3 de enero de 2015

Homilía en la Solemnidad de Santa María Madre de Dios.


Del libro de los Números. 6, 22-27.


El Señor habló a Moisés: «Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz." Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.»

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HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica Vaticana
Jueves
 1 de enero de 201
5



Vuelven hoy a la mente las palabras con las que Isabel pronunció su bendición sobre la Virgen Santa: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1,42-43).

Esta bendición está en continuidad con la bendición sacerdotal que Dios había sugerido a Moisés para que la transmitiese a Aarón y a todo el pueblo: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,24-26). Con la celebración de la solemnidad de María, la Santa Madre de Dios, la Iglesia nos recuerda que María es la primera destinataria de esta bendición. Se cumple en ella, pues ninguna otra criatura ha visto brillar sobre ella el rostro de Dios como María, que dio un rostro humano al Verbo eterno, para que todos lo puedan contemplar.

Además de contemplar el rostro de Dios, también podemos alabarlo y glorificarlo como los pastores, que volvieron de Belén con un canto de acción de gracias después de ver al niño y a su joven madre (cf. Lc 2,16). Ambos estaban juntos, como lo estuvieron en el Calvario, porque Cristo y su Madre son inseparables: entre ellos hay una estrecha relación, como la hay entre cada niño y su madre. La carne de Cristo, que es el eje de la salvación (Tertuliano), se ha tejido en el vientre de María (cf. Sal 139,13). Esa inseparabilidad encuentra también su expresión en el hecho de que María, elegida para ser la Madre del Redentor, ha compartido íntimamente toda su misión, permaneciendo junto a su hijo hasta el final, en el Calvario.

María está tan unida a Jesús porque él le ha dado el conocimiento del corazón, el conocimiento de la fe, alimentada por la experiencia materna y el vínculo íntimo con su Hijo. La Santísima Virgen es la mujer de fe que dejó entrar a Dios en su corazón, en sus proyectos; es la creyente capaz de percibir en el don del Hijo el advenimiento de la «plenitud de los tiempos» (Ga 4,4), en el que Dios, eligiendo la vía humilde de la existencia humana, entró personalmente en el surco de la historia de la salvación. Por eso no se puede entender a Jesús sin su Madre.

Cristo y la Iglesia son igualmente inseparables, porque la Iglesia y María están siempre unidas y éste es precisamente el misterio de la mujer en la comunidad eclesial, y no se puede entender la salvación realizada por Jesús sin considerar la maternidad de la Iglesia. Separar a Jesús de la Iglesia sería introducir una «dicotomía absurda», como escribió el beato Pablo VI (cf. Exhort. ap. N.Evangelii nuntiandi, 16). No se puede «amar a Cristo pero sin la Iglesia, escuchar a Cristo pero no a la Iglesia, estar en Cristo pero al margen de la Iglesia» (ibíd.). En efecto, la Iglesia, la gran familia de Dios, es la que nos lleva a Cristo. Nuestra fe no es una idea abstracta o una filosofía, sino la relación vital y plena con una persona: Jesucristo, el Hijo único de Dios que se hizo hombre, murió y resucitó para salvarnos y vive entre nosotros. ¿Dónde lo podemos encontrar? Lo encontramos en la Iglesia, en nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica. Es la Iglesia la que dice hoy: «Este es el Cordero de Dios»; es la Iglesia quien lo anuncia; es en la Iglesia donde Jesús sigue haciendo sus gestos de gracia que son los sacramentos.

Esta acción y la misión de la Iglesia expresa su maternidad. Ella es como una madre que custodia a Jesús con ternura y lo da a todos con alegría y generosidad. Ninguna manifestación de Cristo, ni siquiera la más mística, puede separarse de la carne y la sangre de la Iglesia, de la concreción histórica del Cuerpo de Cristo. Sin la Iglesia, Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo.

Queridos hermanos y hermanas. Jesucristo es la bendición para todo hombre y para toda la humanidad. La Iglesia, al darnos a Jesús, nos da la plenitud de la bendición del Señor. Esta es precisamente la misión del Pueblo de Dios: irradiar sobre todos los pueblos la bendición de Dios encarnada en Jesucristo. Y María, la primera y perfecta discípula de Jesús, la primera y perfecta creyente, modelo de la Iglesia en camino, es la que abre esta vía de la maternidad de la Iglesia y sostiene siempre su misión materna dirigida a todos los hombres. Su testimonio materno y discreto camina con la Iglesia desde el principio. Ella, la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y, a través de la Iglesia, es Madre de todos los hombres y de todos los pueblos.

Que esta madre dulce y premurosa nos obtenga la bendición del Señor para toda la familia humana. De manera especial hoy, Jornada Mundial de la Paz, invocamos su intercesión para que el Señor nos de la paz en nuestros días: paz en nuestros corazones, paz en las familias, paz entre las naciones. Este año, en concreto, el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz lleva por título: «No más esclavos, sino hermanos». Todos estamos llamados a ser libres, todos a ser hijos y, cada uno de acuerdo con su responsabilidad, a luchar contra las formas modernas de esclavitud. Desde todo pueblo, cultura y religión, unamos nuestras fuerzas. Que nos guíe y sostenga Aquel que para hacernos a todos hermanos se hizo nuestro servidor.

Miremos a María, contemplemos a la Santa Madre de Dios. Os propongo que juntos la saludemos como hizo aquel pueblo valiente de Éfeso, que gritaba cuando sus pastores entraban en la Iglesia: «¡Santa Madre de Dios!». Qué bonito saludo para nuestra Madre… Hay una historia que dice, no sé si es verdadera, que algunos de ellos llevaban bastones en sus manos, tal vez para dar a entender a los obispos lo que les podría pasar si no tenían el valor de proclamar a María como «Madre de Dios». Os invito a todos, sin bastones, a poneros en pie y saludarla tres veces con este saludo de la primitiva Iglesia: «¡Santa Madre de Dios!».

Homilía en la Solemnidad de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.

Del libro del Eclesiástico: 3,2-6.12-14.

Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.

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Ahora los dejaré con el Papa Francisco y el mensaje del Ángelus en esta solemnidad:


Homilía en la Solemnidad del la Natividad del Señor.

Del libro de Isaías: 52, 7-10.

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es rey»! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

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LLEGÓ LA PAZ, LA BUENA NUEVA, LA VICTORIA 
Y ES NUESTRA.

Paz & bien, hermanos (as) ¡FELIZ NAVIDAD!

Como ahora es Navidad no voy a dirigirme a ustedes como siempre, sino un mejor predicador:

«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló» (Is 9,1). «Un ángel del Señor se les presentó [a los pastores]: la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2,9). De este modo, la liturgia de la santa noche de Navidad nos presenta el nacimiento del Salvador como luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad. La presencia del Señor en medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría. 
También nosotros, en esta noche bendita, hemos venido a la casa de Dios atravesando las tinieblas que envuelven la tierra, guiados por la llama de la fe que ilumina nuestros pasos y animados por la esperanza de encontrar la «luz grande». Abriendo nuestro corazón, tenemos también nosotros la posibilidad de contemplar el milagro de ese niño-sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte. 
El origen de las tinieblas que envuelven al mundo se pierde en la noche de los tiempos. Pensemos en aquel oscuro momento en que fue cometido el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín, cegado por la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel (cf. Gn 4,8). También el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios, que había puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Dios esperaba. Esperó durante tanto tiempo, que quizás en un cierto momento hubiera tenido que renunciar. En cambio, no podía renunciar, no podía negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13). Por eso ha seguido esperando con paciencia frente a la corrupción de los hombres y de los pueblos. La paciencia de Dios.  
Qué difícil es entender esto: la paciencia de Dios con nosotros.A lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrupción. En esto consiste el anuncio de la noche de Navidad. Dios no conoce los arrebatos de ira y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, esperando atisbar a lo lejos el retorno del hijo perdido; y todos los días, pacientemente. La paciencia de Dios.  
La profecía de Isaías anuncia la aparición de una gran luz que disipa la oscuridad. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las manos tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los pastores. Cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Redentor, lo hicieron con estas palabras: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). La «señal» es precisamente la humildad de Dios, la humildad de Dios llevada hasta el extremo; es el amor con el que, aquella noche, asumió nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos y nuestras limitaciones. El mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más profundo de su alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez. 
Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él, o le impido que se acerque? «Pero si yo busco al Señor» –podríamos responder–. Sin embargo, lo más importante no es buscarlo, sino dejar que sea él quien me busque, quien me encuentre y me acaricie con cariño. Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me quiera? 
Y más aún: ¿tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el calor del Evangelio? ¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy! Paciencia de Dios, cercanía de Dios, ternura de Dios. 
La respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre. Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado de nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y suplicarle: «Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la humildad en cualquier conflicto». Queridos hermanos y hermanas, en esta noche santa contemplemos el misterio: allí «el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). La vio la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios. En cambio, no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de cerrazón. Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la Virgen Madre: «María, muéstranos a Jesús».
Francisco, papa.

Les deseo una santa Navidad, que veamos al Señor, que contemplemos su misterio.



Homilía del 4to. Domingo de Adviento.

Del segundo libro de Samuel. 7,1-5. 8b - 12. 14a. 16

Cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al profeta Natán: «Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda.» Natán respondió al rey: «Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.» 

Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor: «Ve y dile a mi siervo David: "Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo, lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, y, además, el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mí presencia; tu trono permanecerá por siempre.»
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SEÑOR, CONSTRUYENOS LA CASA...

Hermanos y hermanas, que el Señor les de su paz:

Estamos al final del tiempo de preparación para la navidad, y aveces pensamos con la palabra "preparación" que se trata de un esfuerzo sobrenatural o solamente un esfuerzo nuestro. El estracto del libro del profeta Samuel que leemos en la misa es claro al decir que no somos nosotros los que hacemos o preparamos algo para Dios, sino que es Dios el que nos prepara o nos construye la casa.

Igual o parecido, los seres humanos de hoy y de siempre, pensamos que somos nosotros los que logramos las grades hazañas de la historia de la humanidad o la historia de la Iglesia, pero lo cierto es que aunque nos creamos constructores de la historia o sus manipuladores, es Dios que actúa con nosotros, sin nosotros y a pesar de nosotros, Él construye la suerte de su pueblo solo movido por el amor que le tiene y aunque nos sentimos poderosos porque tenemos el poder, dinero o placeres, Dios se vale de estas cosas, de nuestras debilidades, sabe sacar cosas buenas de las maldades del ser humano o como dice un refrán popular: "Dios escribe derecho en renglones torcidos".

A nivel personal podemos pensar que nuestros esfuerzo es el que nos llevará a la santidad, nuestros ayunos, privaciones, seguir las reglas, ser de un carácter manso, afable, parecernos a Jesús físicamente, actuar de forma falsa ante los demás, construir una imagen de nosotros mismos, pero no nos engañemos la santidad es un don (regalo) de Dios y por lo mismo debemos de pedirlo, lo que podemos hacer externamente solo sirve para favorecerla o destruirla.

Algo parecido sucede cuando se trata de la construcción del Reino de Dios en el mundo, pocos discípulos, pocos misioneros del Reino están consientes de que la tarea la hacemos nosotros pero el que nos construye este Reino es Dios mismo, es decir, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es el que lleva a cabo lo que el hombre comienza. Personalmente les comparto que cuando me ordenaron padrecito caí en la tentación de creer que yo era el que celebraba la Misa, yo confesaba, yo bautizaba, yo casaba, yo, yo, yo. Pero gracias a un sacerdote más experimentado Dios me hizo caer en la cuenta de lo que ya había estudiado y sabía, que es Él el que actúa a través de mi, que soy solo un instrumento que una vez que no me necesite me dejará en un rincón como sucede con una guitarra o cualquier instrumento viejo, se le tiene cariño pero se le tiene en un rincón.

Creo que este último domingo de este tiempo de Adviento debemos pedirle al Señor: "Señor, constrúyenos la casa"; construya la casa de nuestro corazón para recibirlo, no hagamos una casa al gusto de nosotros, sino al gusto de Él, no queramos recibirlo en un palacio pues recordemos que Él quiso nacer en un establo pobre. No queramos construir el Reino de Dios a nuestro gusto, sino como Él lo quiere, y creo que el papa Francisco lo define muy bien: "prefiero una Iglesia accidentada por salir que enferma por estar encerrada".

Buen domingo, y digamosle al Señor: "Señor, constrúyenos la casa"

Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.