jueves, 29 de marzo de 2012

Reflexión de S. Pio de Pietrelcina

Estimados amigos de Padre Pío,

¡Dios les dé fortaleza y paz en este tiempo de conversión! Durante esta Cuaresma queremos arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos a Dios. Es decir, tenemos buenos propósitos. Pero para muchos de nosotros la Cuaresma no hace más que mostrarnos nuestra debilidades y engendrar más culpa en nosotros cuando no cumplimos los grandes propósitos que nos hemos prometidos a Dios y a nosotros mismos. Dios nos tiene compasión pero nosotros mismos nos regañamos y sentimos frustración y culpa. De hecho, sin la compasión que aprendemos de Jesús hacia nosotros nuestras penitencias cuaresmales pueden ser nada más que un ejercicio en egoísmo dado que nuestro enfoque interior se mantiene ni a Dios ni el bien del prójimo sino a nosotros mismos.
Pero no todo es oscuro. En medio de la noche de nuestras inhabilidades nos queda un deseo de ser mejor. Este deseo se queda frustrado pero está presente como un dolor y a la vez como una luz al corazón puro y sincero. Para entender mejor el sentido de este dolor del alma leamos el consejo de Padre Pío a su dirigida, María Gargani en el 9 de abril de 1918:

Confianza y amor, hijita mía, confianza y amor en la bondad de nuestro Dios. Tú sufres, pero anímate, que tu sufrimiento es con Jesús y por Jesús; y no es un castigo sino una prueba para tu salvación. Convéncete, pues; yo te lo aseguro de aparte del Señor: en tus dolores está Jesús, y además en el centro de tu corazón; tú no estás separada ni lejos del amor de este Dios tan bueno. Experimentas en ti la delicia del pensamiento de Dios, pero sufres aún al estar lejos de poseerlo plenamente y al verlo ofendido por las criaturas desagradecidas. Pero no puede ser de otro modo, hijita mía; quien ama, sufre; es la norma constante para el alma que peregrina en esta tierra; el amor no plenamente satisfecho es un tormento, pero tormento dulcísimo. Tú lo experimentas.
Continúa sin temor, hijita mía, envolviéndote en este misterio de amor y de dolor al mismo tiempo, hasta que le plazca a Jesús. Este estado es siempre temporal; vendrá la divina consolación completa, irresistible. En este estado de aflicción, continúa, mi buena hijita, rezando por todos, sobre todo por los pecadores, para reparar tantas ofensas como se hacen al divino Corazón
Me parece que tú un día te ofreciste víctima por los pecadores; Jesús escuchó tu plegaria, aceptó tu ofenda. Jesús te ha dado la gracia de soportar el sacrificio. Pues bien, ¡adelante todavía un poco más!; la recompensa no está lejos.

Notamos como Padre Pío se muestra compasivo y sensible a la situación de María. Lo hace porque él mismo ha experimentado este dolor y sabe su significado. Lo que él ha aprendido del Espíritu Santo comparte con ella y con nosotros.
Lo importante en sus consejos son dos cosas: primero, él nota que el corazón de María está en su profundidad dirigido a Dios y no a sí misma. Su intención de estar con Jesús es sincera. Segundo, el amor no completado es sumamente doloroso. Esto da un significado purificador al dolor de María. Su dolor no es a causa de un mal que ha hecho; no es resultado de un corazón dividido por el pecado. Más bien es el resultado de su inhabilidad de amar a la profundidad a la cual le llama el anhelo del Espíritu Santo dentro de ella.
¡Adelante hermanos! El Señor nos llama a amarlo con todo nuestro ser con todo el dolor que esto nos implique porque nuestra herencia es nada menos que nuestra santificación completa, es decir, la vida eterna. 

Dios los bendiga a cada uno,

Fray Guillermo Trauba, OFM Cap.

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