domingo, 1 de mayo de 2016

Homilía - LA CIUDAD, EL TEMPLO DE DIOS - 6to. Domingo de Pascua.

Del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan: 21, 10-14. 22-23.


Me trasladó en éxtasis a una montaña grande y elevada y me mostró la Ciudad Santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, de Dios, resplandeciente con la gloria de Dios. Brillaba como piedra preciosa, como jaspe cristalino.


Tenía una muralla grande y alta, con doce puertas y doce ángeles en las puertas, y grabados [los nombres] de las doce tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, a occidente tres puertas. La muralla de la ciudad tiene doce piedras de cimiento, que llevan los nombres de los doce apóstoles del Cordero. 

No vi en ella templo alguno, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo. La ciudad no necesita que la ilumine el sol ni la luna, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero.


LA CIUDAD, EL TEMPLO DE DIOS.

Como siempre he dicho el libro del apocalipsis o de las revelaciones es fascinante, que muchos han interpretado de forma injusta con profecías contemporáneas, pero lo cierto es que podemos hacer muchas interpretaciones, sin embargo la única que vale es situarnos en el contexto.

En el tiempo de Juan, el apóstol, había persecución de los cristianos, muchos murieron por sus convicciones, por su fe, al final del libro; después de los mensajes a las iglesias, de los sellos, de la mujer y el dragón, de las bestias, del 666, del armagedon, etc; viene esta parte de visiones que son como reconstrucción de todo lo que que se ha destruido en la lucha entre el bien y el mal, que es la lucha casi de todos los pasajes que he mencionado. ¡Se necesitan muchos reconstructores hoy en día! y cada bautizado debería ser un reconstructor en ambientes donde parece que no hay futuro, que no hay esperanza.

Ahora la visión de Juan se encarga de reconstruir lo destruido, recuperar la esperanza de la desesperanza después de una guerra, ayudar a recuperar la fe del insipiente pueblo que sigue a Jesucristo, y lo hace y lo mira todo nuevo, algo así como Jesús hizo todo nuevo con su vida, muerte y resurrección. Analicemos la visión.

"...montaña grande y elevada", esta expresión significaría que Juan estaba en oración, un encuentro con el Absoluto, con Dios, por eso cuando nos encontramos con Dios, cuando subimos a la "montaña grande y elevada" es cuando podemos ver mejor las realidades de la vida. Realidades buenas y malas (moral), dificiles y placenteras, cualquier tipo de realidad se ve mejor cuando uno esta arriba, cuando uno hace oración. 



Después dice se le "mostró la Ciudad Santa, Jerusalén, que bajaba del cielo resplandeciente", parece que quisiera decir que es una ciudad endiosada, llena de Dios, una ciudad que resplandece por las obras, por el amor, porque se deja llevar por el Espíritu Santo, en una ciudad donde resuena la voz de Jesús "la paz les dejo, mi paz les doy, no como la da el mundo". Cuanto nos hace falta una ciudad llena de Dios, que en sus entrañas no haya trata de personas, que no haya prostitución obligada, ciudades injustas que toman a los jóvenes como carne de cañón para intereses mezquinos, ciudades modernas en respetar los derechos humanos, ciudades "avanzadas" que respeten las creencias de las minorías y que las minorías respeten al colectivo, ciudades que ayuden al campo y al ambiente, no contaminando; pues aveces nuestras ciudades parecen el infierno, con tanta contaminación, con tantos sin techo, sin comida, tantos "muertos vivos".

"Tenia una muralla grande y alta" describe el visionario, esto significa que Dios es quien abraza la ciudad santa, la protege, la ayuda a caminar. Cuantas veces nos sentimos desprotegidos en nuestras ciudades, cuanta violencia en nuestras ciudades que nos hace dudar unos de otros, cuantas cosas raras o dificiles pasan en nuestras ciudades que nos desaniman, pero siempre recordemos que Dios esta con nosotros, que Dios esta en la ciudad, en nuestras ciudades protegiéndolas, acompañándonos por medio de esa figura del Apocalipsis, que abraza nuestra ciudad como si las murallas fueran sus brazos.

Esa muralla tenia "...doce puertas y doce ángeles en las puertas", según el apóstol; esto significaría que todos podrían entrar y los ángeles (mensajeros de Dios) serían los que facilitan, los que dan la bienvenida a la ciudad endiosada. Pero cuantas veces nosotros que también somos mensajeros de Dios nos hemos sentido dueños de las puertas, y más, nos hemos sentido dueños de la ciudad, incluso en la Iglesia algunos piensan que solo un monto de "justos", de "santos" son los que pueden entrar; como decía Jesús a los fariseos, aveces no entramos y no dejamos entrar. Que la muralla tuviera puertas significa no fue hecha para dividir, no es para encerrarse, pues la muralla es buena cuando tiene puertas, es decir, todos caben en la ciudad; en cambio un muro que quiera dividir, que quiera parar la comunicación de dos pueblos no sirve. Hoy existen muros ideológicos, muros de racismo en nuestras ciudades, en nuestras naciones.

Otra cosa ilustrativa es que la muralla tenia "doce piedras de cimientos", esto significa que los apóstoles de Jesús tendían que ser los cimientos de la protección de las ciudades, cuantos apóstoles heroicos han defendido, a lo largo de la historia, las ciudades, han ayudado a las ciudades a salir de las injusticias, recordamos por ejemplo cuando Antonio (fraile franciscano) saco a Padua de las manos de los usureros, de la mano de la aristocracia que oprimía a los más pobres. Cuanto nos hacen falta apostoles de Jesús, esos apostoles cayados que van tejiendo una ciudad justa, una ciudad donde resurja la autentica vida cristiana, esa vida sencilla.

Y por último dice que el "no vio en ella (en la ciudad) ningún templo", esto significaría aquello que Jesús le dice a la Samaritana, "mujer, llegaran tiempos en que se adorara a Dios en espíritu y en verdad"; es decir, en una ciudad llena de Dios no se necesita que hayan templos donde se reúnan los fieles a Dios, si toda la ciudad es justa no se necesita más que un árbol que de buena sombra para que nos reunamos a celebrar a Dios a Jesús que es el Cordero. Cuantas veces las catedrales museos de hoy son monumentos de reyes y obispos que son signo del poderío que ha supuesto la religión para ellos, han convertido las ciudades en monumentos del poderío y no una ciudad donde habite Dios. Por eso el Papa Francisco, hoy, nos pide que salgamos, que abramos las puertas, que seamos mejor una Iglesia accidentada por salir, que una Iglesia enferma por enserarse en esos templos bonitos, en esas catedrales cómodas.

Si hermanos y hermanas, necesitamos hacer de toda la ciudad el templo de Dios, una ciudad donde viva Dios, una ciudad endiosada, una ciudad cada vez más justa. Por eso un católico, un cristiano no debería caer en la corrupción, no debe pactar con los faraones modernos, tendíamos que ser tan libres como Jesús el Cordero y como los primeros cristianos de perder la vida, con tal de construir una ciudad de Dios. 

Dios esta en la ciudad, esta en el campo, esta en la naturaleza, lo envuelve todo, dejémonos que nos envuelvan las palabras de Jesús, hoy en el Evangelio, "la paz les dejo mi paz les doy", pues la paz de Jesús es hacer todo nuevo, todo en armonía y eso es su amor (Espíritu Santo). Dejémonos de conquistas de poder, dejémonos de falsas concepciones de la Iglesia, del mensaje de Jesús y vivamos en hermandad, vivamos en la ciudad de Dios respetando a todos, reconstruyamos la Iglesia en la ciudad, reconstruyamos la fe perdida de la gente sencilla, de la gente letrada que ya no cree en los discurso bonitos y necesita obras, actos, gestos concretos, no seamos ingenuos como Francisco de Asís que cuando le pide el Crucificado de san Damián que "reconstruyera la Iglesia" se puso a levantar un templo en ruinas, pues lo que le pedía Jesús era que reconstruyera la Iglesia empezando por los pobres, por la gente, que esta es la Iglesia y no los templo que llamamos "iglesias".

Fray Juan Gerardo Morga, OFMcap.




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