sábado, 3 de mayo de 2014

Homilía del III Domingo de Pascua

De la primera carta del apóstol san Pedro. 1, 17-21.

Y si llaman Padre al que no hace diferencia entre las personas y juzga cada
uno según sus obras, vivan con respeto durante su permanencia en la tierra. 

No olviden que han sido liberados de la vida inútil que llevaban antes, imitando a sus padres, no con algún rescate material de oro y plata sino con la preciosa sangre de Cristo, cordero sin mancha ni defecto, predestinado antes de la creación del mundo y revelado al final de los tiempos, en favor de ustedes. Por medio de él creen en Dios, que lo resucitó de la muerte y lo glorificó; de ese modo la fe y la esperanza de ustedes se dirigen a Dios.

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El amor de una madre o un padre es semejante al valor con que fuimos salvados por Jesús, su sangre.

Hola hermanos y hermanas, paz y bien.

Estamos en el tercer domingo del tiempo pascual, recordemos que este tiempo se extiende como si fuera un día en 50 días. En el Evangelio de hoy Jesús sigue encontrándose con los suyos de una forma simple, les hace re-valorar el tiempo que estuvo con ellos, pues es natural para el ser humano que valoremos lo que tenemos hasta que lo hemos perdido, por eso los discípulos de Emaús, les ardía el corazón mientras Jesús iba con ellos, sin que ellos lo supieran.

Por eso pongo un ejemplo muy sencillo: miren cuando tenemos a nuestros padres y somos niños, decimos que los queremos mucho, pero una vez que crecemos se nos va olvidando lo que decíamos sentir por ellos, a veces nos dio vergüenza estar con ellos, por su vestimenta, por lo que decían, por que simplemente pensábamos que no nos merecían. Pero cuando ya tomamos cada quien un rumbo en la vida, nos empiezan a faltar sus consejos, su calor, en una palabra su amor. Y cuando somos padres (de una forma u otra, en el matrimonio o la vida consagrada) los empezamos a comprender y empezamos a darnos cuenta de como nos amaban cuando vivíamos sobre su mismo techo, más aún comprendemos los desplantes, las malas caras que les hacíamos, las vergüenzas por las que les hicimos pasar. Y por fin, cuando alguno de los dos nos faltan en este mundo, valoramos lo que hicieron por nosotros, lo que nos amaron; ¡que bonito sería que los empezáramos a valorar desde hoy, desde esta vida!.

Algo así es lo que san Pedro nos quiere hacer ver, que recordemos que Jesús no pago nuestro rescate, nuestra salvación con oro y plata, sino con su propia sangre, su propia sangre que la dio, como una especie de transfusión para que nosotros tuviéramos vida por su sangre. Esto es lo que hacen nuestros padres (aunque es cierto que hay padres desdichados) o la mayoría de los padres por sus hijos, se sacrifican, les dan lo mejor, les ayudan en la vida, les dan de alguna manera su sangre, se desgastan, pierden su vida por los hijos. Esto es lo que Dios hace con nosotros cada día al ofrecer, como hizo en la cruz, a su propio Hijo, lo ofrece para que nosotros tengamos vida en Él, nos alimentemos de Él, seamos cada vez más como Él. Si tu eres un padre como Dios nuestro Padre, seguro que lo estas haciendo bien, pero si eres como un padres desdichado o peor aún hijo mal agradecido, es como si fueras mal agradecido con Dios por todos los beneficios que te hizo, te hace y te hará por medio de su Hijo Jesucristo.

Si queridos hermanos y hermanas, Jesús esta vivo y vive como una persona, y se mete en cada persona, y es como cada persona que quiere vivir en el amor, en la responsabilidad de dar vida como lo hacen los padres, de familia y de servicio (consagrados). No tengamos miedo a ser buenos padres a pesar de que nos paguen mal, pues recordemos que también nosotros fuimos hijos, tal vez, que pagamos mal a nuestros padres. Yo personalmente cuando los recuerdo, pido perdón a Dios por no tener paciencia con ellos, por no comprenderlos del todo, pero eso si, no me canso de darle gracias a Dios por darme unos padres con tanta semejanza a Él, que es de donde viene toda paternidad.

Que Dios nos conceda a todos entregarnos a los demás como Jesús, como nuestros padres, como los padres de nuestros pueblos. Demos nuestra sangre como Jesús, para que demos vida a las generaciones que vienen despues de nosotros, recordemos que somos tranmisores, padres en todo sentido del mundo que queramos dejarle a nuestros hijos. 

¡Buen domingo!

Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

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