Mc 7, 1-18. 14-15. 21-23.
Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es
decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen
sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus
antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las
abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por
tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de
bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por
qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros
antepasados, sino que comen con las manos impuras?". Él les respondió:
"¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la
Escritura que dice:
Este
pueblo me honra con los labios,
pero
su corazón está lejos de mí.
En vano me rinde culto:
las
doctrinas que enseñan
no
son sino preceptos humanos.
Ustedes dejan de lado el mandamiento
de Dios, por seguir la tradición de los hombres".
Y
Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y
entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo;
lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de
los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los
robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños,
las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al
hombre".
Por Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.
En “un rincón del mundo” hay una de
las tradiciones que me ha parecido una de las más denigrantes. Cuando una
pareja de novios deciden casarse, se prepara el matrimonio de una forma
espectacular pero desde el punto de vista exterior, es decir, la fiesta dura
ocho días en los cuales no puede faltar la borrachera, la música, en con ello
los pleitos de los borrachos y las incomprensiones de los invitados
embriagados, lo que es un gran acontecimiento en la vida de los que se casan
termina a veces en desgracia. Sin embargo esto no es lo que me parece
denigrante, sino las practicas tradicionales para saber si la mujer que se casa
es pura o virgen; se trata de poner en la cama de los recién casados sabanas
blancas, para saber, una vez que hayan consumado el matrimonio, si la muchacha
era virgen o no, sabemos comúnmente que si la mujer es virgen debe haber sangre
en las sabanas; también ponen un jarroncito en la puerta de la recamara de los
nuevos esposos, y una vez que se compruebe la pureza o no, el jarroncito queda
intacto si la esposa era virgen, de lo contrario no queda nada de jarroncito.
Quiero tomar este ejemplo, porque
este domingo el Señor nos dice que es la verdadera pureza, la verdadera
dignidad y la verdadera tradición. Jesús habla primero de nuestras tradiciones,
que a veces por defenderlas dejamos de lado la caridad con el prójimo, pensamos
que al quitar las tradiciones se terminará nuestra fe, en lo que creemos o en
lo que estamos anclados, seguros. Sin embargo Jesús nos enseña que la tradición
no tiene sentido si le hace falta el sentido común, y que lo más importante es
el amor, las intenciones que salen del corazón del hombre. Y es que, con
facilidad defendemos algo que no es tan importante, como las tradiciones,
¿quién es el verdaderamente importante, sino Dios y los hermanos?, es común
escuchar, cuando alguien propone un cambio, “es que siempre se ha hecho así, es
una costumbre, una tradición hacerlo así”; es entendible este argumento pero si
tomamos en cuanta que son otros tiempos, circunstancias y personas, siempre se
puede mejorar a favor de todos cambiando algunas cosas que han funcionado en el
pasado y que ya no funcionan ahora. Un hermano que esta abierto al cambio
entiende el sentido de las tradiciones, quien se aferra a ellas no tiene la fe
puesta en lo más importante, que es Dios.
En la segunda parte de esta parte
del Evangelio de Marcos, Jesús trata el tema de la pureza de una pureza
exterior, algo así como el dicho popular que decimos: “ojos vemos corazones no
sabemos”, y es que la mayoría de las veces nos dejamos llevar por las
apariencias, sin embargo dice Jesús, que lo que importa es que la persona sea
puro por dentro, es decir, que la pureza de nuestras acciones depende da la
intención con que las hagamos. Uno puede decir que una persona es impura, como
el caso que exponía al principio, sin embargo lo que cuanta no es lo exterior,
sino lo que hay por dentro, y eso solo lo sabe Dios y la persona. Cuando
queramos juzgar detengámonos primero en ver o imaginar que cosa difícil estará
pasando la persona, antes de tacharla por tal o cual cosa. Dice Jesús, que lo
que mancha al hombre es lo que sale de él, no lo que entra. Nuestros hermanos
que han ido por otro camino, dicen que ellos no comen tal o cual animal porque
es impuro, sin embargo Dios no ha hecho nada impuro, y si había algo impuro
envió a su hijo para que lo hiciera todo bien.
Queridos hermanos, estemos siempre
dispuestos a seguir a Jesús con un corazón abierto, con mente abierta, sin
quedarnos, ni asegurarnos en nuestras tradiciones. San Francisco decía que para
ser libres hay que ser pobres, esto es lo que Jesús nos pide en el evangelio
que seamos pobres y dejemos ir nuestras seguridades (costumbres) para caminar
por el camino de libertad. Por otro lado no juzguemos a la ligera, como lo
hacen con las mujeres en “el rincón del mundo”; hay que ver nuestras
intenciones, pues de dentro de nosotros pueden salir las grandes cosas buenas
que han cambiado a la humanidad, pero también las cosas más horrendas que hemos
visto. Ser puro de corazón es una decisión a tener un corazón limpio de odio,
de recelo, de prejuicios. La pureza es un don de Dios, es decir, nadie en este
mundo es digno, Dios por amor a nosotros viene aunque no lo merezcamos, quien
es digno de ser sacerdote, quien es digno de servir a Dios, quien es digno de
recibir la comunión cada día, estrictamente nadie, pero él (Dios) se entrega a
nosotros para hacernos cada vez más como él, viene a nuestro encuentro porque
nos ama como nadie. Pidamos a Dios que nos haga más conscientes de que dentro
de nosotros hay una semilla de divinidad, para que crezca y de fruto abundante,
pues como el mismo Jesús dice “por sus frutos los conoceréis”.
Sea alabado Jesucristo.