viernes, 31 de agosto de 2012

Reflexión del Domingo XXII del Tiempo Ordinario.


Mc 7, 1-18. 14-15. 21-23.

Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?". Él les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice:
Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinde culto:
las doctrinas que enseñan
no son sino preceptos humanos.
Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres".
Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre".


“Dichosos los limpios de corazón”
Por Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

En “un rincón del mundo” hay una de las tradiciones que me ha parecido una de las más denigrantes. Cuando una pareja de novios deciden casarse, se prepara el matrimonio de una forma espectacular pero desde el punto de vista exterior, es decir, la fiesta dura ocho días en los cuales no puede faltar la borrachera, la música, en con ello los pleitos de los borrachos y las incomprensiones de los invitados embriagados, lo que es un gran acontecimiento en la vida de los que se casan termina a veces en desgracia. Sin embargo esto no es lo que me parece denigrante, sino las practicas tradicionales para saber si la mujer que se casa es pura o virgen; se trata de poner en la cama de los recién casados sabanas blancas, para saber, una vez que hayan consumado el matrimonio, si la muchacha era virgen o no, sabemos comúnmente que si la mujer es virgen debe haber sangre en las sabanas; también ponen un jarroncito en la puerta de la recamara de los nuevos esposos, y una vez que se compruebe la pureza o no, el jarroncito queda intacto si la esposa era virgen, de lo contrario no queda nada de jarroncito.

Quiero tomar este ejemplo, porque este domingo el Señor nos dice que es la verdadera pureza, la verdadera dignidad y la verdadera tradición. Jesús habla primero de nuestras tradiciones, que a veces por defenderlas dejamos de lado la caridad con el prójimo, pensamos que al quitar las tradiciones se terminará nuestra fe, en lo que creemos o en lo que estamos anclados, seguros. Sin embargo Jesús nos enseña que la tradición no tiene sentido si le hace falta el sentido común, y que lo más importante es el amor, las intenciones que salen del corazón del hombre. Y es que, con facilidad defendemos algo que no es tan importante, como las tradiciones, ¿quién es el verdaderamente importante, sino Dios y los hermanos?, es común escuchar, cuando alguien propone un cambio, “es que siempre se ha hecho así, es una costumbre, una tradición hacerlo así”; es entendible este argumento pero si tomamos en cuanta que son otros tiempos, circunstancias y personas, siempre se puede mejorar a favor de todos cambiando algunas cosas que han funcionado en el pasado y que ya no funcionan ahora. Un hermano que esta abierto al cambio entiende el sentido de las tradiciones, quien se aferra a ellas no tiene la fe puesta en lo más importante, que es Dios.

En la segunda parte de esta parte del Evangelio de Marcos, Jesús trata el tema de la pureza de una pureza exterior, algo así como el dicho popular que decimos: “ojos vemos corazones no sabemos”, y es que la mayoría de las veces nos dejamos llevar por las apariencias, sin embargo dice Jesús, que lo que importa es que la persona sea puro por dentro, es decir, que la pureza de nuestras acciones depende da la intención con que las hagamos. Uno puede decir que una persona es impura, como el caso que exponía al principio, sin embargo lo que cuanta no es lo exterior, sino lo que hay por dentro, y eso solo lo sabe Dios y la persona. Cuando queramos juzgar detengámonos primero en ver o imaginar que cosa difícil estará pasando la persona, antes de tacharla por tal o cual cosa. Dice Jesús, que lo que mancha al hombre es lo que sale de él, no lo que entra. Nuestros hermanos que han ido por otro camino, dicen que ellos no comen tal o cual animal porque es impuro, sin embargo Dios no ha hecho nada impuro, y si había algo impuro envió a su hijo para que lo hiciera todo bien.

Queridos hermanos, estemos siempre dispuestos a seguir a Jesús con un corazón abierto, con mente abierta, sin quedarnos, ni asegurarnos en nuestras tradiciones. San Francisco decía que para ser libres hay que ser pobres, esto es lo que Jesús nos pide en el evangelio que seamos pobres y dejemos ir nuestras seguridades (costumbres) para caminar por el camino de libertad. Por otro lado no juzguemos a la ligera, como lo hacen con las mujeres en “el rincón del mundo”; hay que ver nuestras intenciones, pues de dentro de nosotros pueden salir las grandes cosas buenas que han cambiado a la humanidad, pero también las cosas más horrendas que hemos visto. Ser puro de corazón es una decisión a tener un corazón limpio de odio, de recelo, de prejuicios. La pureza es un don de Dios, es decir, nadie en este mundo es digno, Dios por amor a nosotros viene aunque no lo merezcamos, quien es digno de ser sacerdote, quien es digno de servir a Dios, quien es digno de recibir la comunión cada día, estrictamente nadie, pero él (Dios) se entrega a nosotros para hacernos cada vez más como él, viene a nuestro encuentro porque nos ama como nadie. Pidamos a Dios que nos haga más conscientes de que dentro de nosotros hay una semilla de divinidad, para que crezca y de fruto abundante, pues como el mismo Jesús dice “por sus frutos los conoceréis”.
Sea alabado Jesucristo.

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