Por Fray Juan Gerardo
Morga, OFMCap.
Leyendo y meditando este
evangelio de hoy, he recordado a tantos hermanos que he conocido que han
compartido conmigo esta vocación, y han dejado de seguir a Jesús. A veces por
que no se atreven a seguirlo hasta en la cruz, o por que su forma de hablar no les
gusta, como lo que hoy leemos en el evangelio, sin embargo creo que todos de
alguna manera aprendieron algo y lo están poniendo en práctica en su nueva
vida. Pero yo siempre le he preguntado al Señor, por qué sigo aquí, por qué aún
te estoy siguiendo, realmente me llamas o yo soy el que me aferro a seguirte.
Sin duda son preguntas que ya me
ha respondido en estos años de formación y de preparación al servicio de los
hermanos, y a pesar que me he dado cuenta que Dios pide todo, y eso no siempre
me gusta, he comprendido que Jesús me sigue llamando día a día. Porque Jesús a
nadie tiene a la fuerza junto a él, siempre somos libres de decirle si o no, a
veces pensamos que a Dios no le podemos decir no, sin embargo por la libertad
que el mismo nos ha dado podemos acceder a sus llamadas o no. Esto es lo que
Jesús esta haciendo en este pasaje: les dice, viendo que muchos se van porque
no les gusta su forma de hablar, ¿ustedes también quieren dejarme?, y creo que
la respuesta de Pedro es la respuesta de todos nosotros que hemos seguido a
Jesús, a pesar de las contrariedades de la vida le hemos dicho que si, aunque
no sabemos exactamente que es lo que va a pasar, hay que confiar en Jesús,
aunque no nos guste a veces sus exigencias hay que decir que si, pues el nunca
se aprovechará de nosotros. Si le damos nuestro asentimiento, él hará
maravillas en nuestra vida, y por medio de nuestras personas, hará grandes
cosas en los hermanos con quien nos relacionamos.
Y es como él dice, “mis palabras
son espíritu y vida”, aunque a veces no las entendamos y no son tan agradables,
siempre sus palabras son vida, pues aún en la cruz esta dando vida, esta dando
toda su vida por nosotros, en cada Eucaristía que celebramos sigue dando vida,
pues “su carne es verdadera comida y su sangres es verdadera bebida”. A veces
no soportamos que el sea nuestro alimento porque nos sentimos autosuficientes,
es decir, no necesitamos de nadie, ni de nada, para ser lo que somos, sin
embargo, podemos pensar en esto, pero la realidad es que del que siempre
necesitamos es de Dios, de Jesús, de su alimento y su vida. Pues no hay más a
quien ir, cuando estamos en situaciones limites, aunque digamos que no
necesitamos de nadie, a poco no nos acordamos de Dios y le pedimos su ayuda.
Cuando Pedro le dice que “tienes
palabras de vida eterna”, esta confirmando que él es el único que nos lleva a
la plenitud, a ser verdaderos hijos de Dios y hermanos todos, a ser como él “el
santo de Dios”. Por eso necesitamos de “su verdadera comida y de su verdadera
bebida” para hacernos a semejanza suya. Digámosle "si" a Jesús y como el salmista
nos invita “haz la prueba y veras que bueno es el Señor”. Decidamos servir al
Señor, como en la primera lectura, a pesar de lo difícil que nos parezcan
algunas situaciones, teniendo la certeza
que después de estas situaciones viene la bonanza y la calma.
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