No somos dueños de Dios, somos sus siervos.
Por Fray Juan Gerardo Morga.
Somos, por el bautismo, colaboradores de Dios aquí en la tierra; como si
fuéramos puentes que conducimos hacía Dios. Sin embargo, no por ser
colaboradores de Dios, nos podemos apropiar de Dios, es decir, que el Dios que
yo anuncio solo yo lo puedo proclamar, solo a mi me pertenece el mansaje y si
alguien lo hace en nombre de Dios no es verdadero puente. Esta es la gran
tentación de los católicos hoy, pensar que Dios es propiedad privada nuestra.
Lo que hoy Jesús enseña a sus apóstoles, y a nosotros por supuesto, es
que todos somos sus colaboradores, aún aquellos que no andan con nosotros, que
piensan un poco distinto que nosotros, que se alejaron de nosotros por su
egoísmo, pero también por nuestro mal testimonio. Pensamos a veces que los que
anuncian a Cristo, a veces mejor que nosotros porque lo hacen con sus obras más
que con sus palabras, por no ser parte de nuestro grupo no tiene ese trabajo,
pero Jesús en el Evangelio dice que “todo aquel que no esta contra nosotros,
está a nuestro favor”. Cuando alguien de diferentes creencias que nosotros pasa
por nuestras casas, no los queremos recibir, sin embargo sería una oportunidad
para que podamos dialogar y estar más en comunión, pues todos somos hijos del
mismo Padre, creador por un solo Creador. Claro que si nos ponemos a dialogar
con ellos es preciso, no defenderse, sino saber por medio de la experiencia que
Dios es amor, que es vida y que es la verdad revelada. Somos “católicos”,
precisamente porque esta palabra quiere decir, universal, como Dios es
universal. Nosotros a ejemplo de Dios debemos darnos a todos, sin perder
nuestra identidad, dialogar y dejar que otros anuncien a Cristo, pues todos de
alguna forma damos testimonio en nuestra vida de la vida de Dios que fue puesta
como una semilla en el interior de cada ser humano.
Y es que todo tiene relación, nos estiman porque anunciamos a Jesús, no por bonitos. Nos ofrecen su hospitalidad,
su amor, su compañía, no por nosotros mismos, sino por amor a Dios, o por lo
menos esta es la realidad. Dios nos llama a todos por el mero hecho de creer en
él, de experimentarlo en nuestra vida, a anunciarlo gozosamente a los hermanos,
para que todos tengan vida en él. Sin embargo somos testigos públicos de
Cristo, y por ser públicos todos los hermanos, creyentes o no, nos ven para ver
que testimonio damos. De tal forma que un mal testimonio nuestro, alguna
incoherencia de nuestra parte, puede ser escandalo para los más débiles en la
fe, y nosotros somos responsables de esto.
A veces tenemos gran resentimiento a los hermanos, que malamente le
llamamos “separados”, porque pensamos que todo es responsabilidad de ellos,
pero todos tenemos responsabilidad, apoco no hay muchos de nuestros hermanos que
se alejan de la parroquia o de grupos eclesiales a causa de nuestro mal
testimonio.
Tenemos que ser creyentes con una fe adulta en Cristo, dejarnos de
divisiones que no son más que incoherencias de nuestra parte, si decimos seguir
a Jesús, que junto con el Padre y el Espíritu son uno. Tenemos que dejar los
celos, como Moisés en la primera lectura, para avanzar hacía la unidad que
quiere Dios. Y en lugar de preocuparnos o estar celosos de otros que predican
mejor que nosotros las maravillas de Dios, debemos de preocuoparnos por dar
buen mensaje como los otros a los que les tenemos celos. Dios es para todos,
como el sol que sale para todos, así es Dios.
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