lunes, 15 de octubre de 2012

Reflexión del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario.


No somos dueños de Dios, somos sus siervos.
Por Fray Juan Gerardo Morga.

Somos, por el bautismo, colaboradores de Dios aquí en la tierra; como si fuéramos puentes que conducimos hacía Dios. Sin embargo, no por ser colaboradores de Dios, nos podemos apropiar de Dios, es decir, que el Dios que yo anuncio solo yo lo puedo proclamar, solo a mi me pertenece el mansaje y si alguien lo hace en nombre de Dios no es verdadero puente. Esta es la gran tentación de los católicos hoy, pensar que Dios es propiedad privada nuestra.

Lo que hoy Jesús enseña a sus apóstoles, y a nosotros por supuesto, es que todos somos sus colaboradores, aún aquellos que no andan con nosotros, que piensan un poco distinto que nosotros, que se alejaron de nosotros por su egoísmo, pero también por nuestro mal testimonio. Pensamos a veces que los que anuncian a Cristo, a veces mejor que nosotros porque lo hacen con sus obras más que con sus palabras, por no ser parte de nuestro grupo no tiene ese trabajo, pero Jesús en el Evangelio dice que “todo aquel que no esta contra nosotros, está a nuestro favor”. Cuando alguien de diferentes creencias que nosotros pasa por nuestras casas, no los queremos recibir, sin embargo sería una oportunidad para que podamos dialogar y estar más en comunión, pues todos somos hijos del mismo Padre, creador por un solo Creador. Claro que si nos ponemos a dialogar con ellos es preciso, no defenderse, sino saber por medio de la experiencia que Dios es amor, que es vida y que es la verdad revelada. Somos “católicos”, precisamente porque esta palabra quiere decir, universal, como Dios es universal. Nosotros a ejemplo de Dios debemos darnos a todos, sin perder nuestra identidad, dialogar y dejar que otros anuncien a Cristo, pues todos de alguna forma damos testimonio en nuestra vida de la vida de Dios que fue puesta como una semilla en el interior de cada ser humano.

Y es que todo tiene relación, nos estiman porque anunciamos a Jesús,  no por bonitos. Nos ofrecen su hospitalidad, su amor, su compañía, no por nosotros mismos, sino por amor a Dios, o por lo menos esta es la realidad. Dios nos llama a todos por el mero hecho de creer en él, de experimentarlo en nuestra vida, a anunciarlo gozosamente a los hermanos, para que todos tengan vida en él. Sin embargo somos testigos públicos de Cristo, y por ser públicos todos los hermanos, creyentes o no, nos ven para ver que testimonio damos. De tal forma que un mal testimonio nuestro, alguna incoherencia de nuestra parte, puede ser escandalo para los más débiles en la fe, y nosotros somos responsables de esto.

A veces tenemos gran resentimiento a los hermanos, que malamente le llamamos “separados”, porque pensamos que todo es responsabilidad de ellos, pero todos tenemos responsabilidad, apoco no hay muchos de nuestros hermanos que se alejan de la parroquia o de grupos eclesiales a causa de nuestro mal testimonio.

Tenemos que ser creyentes con una fe adulta en Cristo, dejarnos de divisiones que no son más que incoherencias de nuestra parte, si decimos seguir a Jesús, que junto con el Padre y el Espíritu son uno. Tenemos que dejar los celos, como Moisés en la primera lectura, para avanzar hacía la unidad que quiere Dios. Y en lugar de preocuparnos o estar celosos de otros que predican mejor que nosotros las maravillas de Dios, debemos de preocuoparnos por dar buen mensaje como los otros a los que les tenemos celos. Dios es para todos, como el sol que sale para todos, así es Dios.

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