¿Quién es Jesús para mí?
Por Fray Juan Gerardo Morga
Hoy Jesús nos da una lección, así como la novia le dice a su novio que
es lo que más le gusta, y el novio no sabe; así nosotros como seguidores de
Cristo, que decimos que lo amamos, a
veces no le conocemos.
Jesús inicia
preguntando a sus apóstoles, “¿Qué dice la gente que soy yo?”, y los apóstoles
empiezan a decir lo que han oído decir. También nos pasa a nosotros lo mismo,
queremos decir y dar razón de lo que es Dios, de quien es Jesús, a partir de
las cosas que nos han dicho, sin embargo no hemos tenido una experiencia viva
con él, por lo tanto no le conocemos realmente. Jesús continua y les pregunta
directamente, “¿y ustedes quien dicen que soy yo? Los apóstoles se quedan todos
cayados de seguro al no saber decir quien era Jesús, y solo Pedro responde “tu
eres el Mesías”, sin embargo dice otro pasaje, que Jesús dice a Pedro que lo
que declaro sobre el se lo ha dicho el Espíritu Santo. Igual nos pasa a
nosotros, decimos que Jesús es el Mesías, el salvador, el rey de reyes, el amor
de los amores, lo alabamos y lo bendecimos, pero en la vida diaria no se nota,
y es que en realidad no conocemos a Jesús, no lo entendemos, la prueba esta en
lo que sigue.
Jesús les dice
después que el “hijo del hombre tenia padecer mucho, ser rechazado por los
ancianos... ser entregado a la muerte y resucitar al tercer día”, el mismo
Pedro que dice que “es el Mesías”, le dice y le persuade que no pase, es decir,
es piedra de tropiezo, es instrumento de satanás (que quiere decir “el que pone
a prueba”). También nosotros, como Pedro, podemos ser piedra de tropiezo para
los hermanos que quieren acercarse con sinceridad a Dios, a Jesús, porque
queremos que no les cueste o les damos
mal testimonio. Tenemos que perder la vida que llevamos por Jesús, para poderla
ganar, es decir, no escatimar nada, ni la propia vida, por amor a Dios. Dar
todo, “dar hasta que duela”, decía la Madre Teresa.
Conozcamos a Jesús,
no por conceptos, palabra bonitas pero huecas, sino por medio de la experiencia
en la oración, pero sobre todo con los hermanos que nos rodean, con los
prójimos (próximos). Comprendamos el misterio de Cristo (que es abierto y no
cerrado) para que podamos comprender nuestra vocación cristiana, que no se basa
en las victorias humanas, en lo fácil de la vida presente, sino en dar todo,
implicando el dolor que esto pueda significar. No seamos piedra de tropiezo
para los hermanos que con sincero corazón se acercan a Jesús, intentemos pensar
como Dios (al revés de lo que comúnmente pensamos) y no como los hombres.
Crezcamos más en la fe y en el conocimiento de Dios por la Escritura, “pues
quien desconoce las Escrituras desconoce a Dios”, dice san Jerónimo.
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