Segundo
anuncio del Espíritu Consolador.
Jn
14, 23-29.
Jesús dijo a sus discípulos:
el que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre
y yo vendremos a él y viviremos en él. Por el contrario, el que no pone en
práctica mis palabras, es que no me ama. Y las palabras que escuchan no son
más, sino del Padre, que me envió.
Les he dicho todo esto
mientras estoy con ustedes, pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el
Padre enviará en mi nombre, hará que recuerden lo que les he enseñado y les
explicará todo.
Les dejo la paz, mi paz les
doy. Una paz que el mundo no les puede dar. No se inquieten ni tengan miedo. Ya
escucharon lo que dije “me voy, pero regresaré a ustedes”. Si de verdad me aman
deberían de alegrarse de que me voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo.
Les he dicho esto antes de que suceda, para que cuando suceda crean.
¿Cuánto es nuestro amor a Jesús y su Padre?
Muchas
veces decimos que queremos a alguien y podemos decirlo de dientes para afuera.
Le decimos a nuestros padres que los queremos mucho, sin embargo con nuestras
acciones los hacemos sufrir; decimos que queremos a nuestra esposa o esposo,
pero no lo demostramos con hechos. Es común escuchar a las parejas como se
hablan, “mi princesa”, “mi amor”, “mi cariñito”, “mi puchungüito”, “osito”,
etc. También ver los regalos que se obsequian: un oso de peluche del tamaño del
mundo, una caja grande de chocolates, un ramo de flores hermosas, pero como
dice un dicho popular, “el amor son acciones y no buenas razones”. Estamos
acostumbrados que todo sea fácil, superficial, cómodo, y aplicamos estas misma
categorías al amor, al amor en todas sus facetas, entre padres e hijos o entre
hermanos (filia), entre hombre y mujer (eros), entre los amigos o cristianos (ágape)
o entre la Trinidad y los seres humanos (jesed). Pero el amor es mucho más que
regalos, que expresarlo con palabras. Siempre debe de ir acompañado de acciones
concretas.
Este
domingo la enseñanza de Jesús es que no seamos tibios en el amor, superficiales,
nos invita a acoger el Espíritu Santo, que es amor, para amar con valentía a
todos y en todos a Él. Y es que si nos damos cuenta en el Evangelio se nos
presenta un camino, pues siempre el Evangelio y nuestra propia fe son un camino
por donde se transita hacia Dios-Amor. Ester camino empieza en Dios, pues es
Dios quien nos ama primero de una forma extraordinaria, pero en lo ordinario de
la vida. Dios nos ama al crearnos, nos ama al enviarnos a Jesús su Hijo, nos
ama con pasión (eros) en la Pasión de su Hijo y nos ama al Resucitar a su Hijo,
para decirnos que “el amor es más fuerte
que la muerte” (cf. Cant. 8, 6). Fuimos creados a semejanza de Dios, por lo
tanto amamos, a su semejanza. Pero el amor con que fuimos creados no es
estático, el amor es movimiento, es acción, son obras; por eso la invitación de
Jesús es creer en el amor. Muchos católicos y cristianos decimos que seguimos a
Cristo, que lo amamos, pero cuando se trata de perdonar, de amar, de ayudar, de
ser compasivos, de ser misericordiosos, de amar aún a los enemigos, de amar a
los pecadores para atraerlos hacía
Dios, parece que somos hijos del diablo
(hijos divididos, que dicen una cosa y hacen otra).
Jesús
es claro, “quien no cumple mi palabra, no
me ama”; si hermanos y hermanas, solo amamos verdaderamente a Jesús, y por
consiguiente a su Padre, si vivimos en su amor y haciendo el amor a la manera
de Jesús, Él nos vino a enseñar todo. Pero como se nos olvida todo, y lo
pasamos por alto, nos envía a Uno que nos lo recuerde y nos de su mismo amor para
amar, al Espíritu Santo. Muchos no sabemos que el Espíritu Santo es el amor
entre el Padre y el Hijo, y si es el amor en la Trinidad, también lo es entre
nosotros hermanos, hijos del Padre de Jesús, y entre nosotros y la Trinidad. El
amor tiene varias dimensiones, pero todas estas dimensiones son el único amor
de Dios, no podemos decir que amamos a Dios, sino lo expresamos y demostramos
con obras a los hermanos, y en especial a los que nos necesitan, no podemos
decir que amamos a Dios si no amamos y cuidamos la creación (naturaleza) que es
fruto de su amor por nosotros, no podemos decir que amamos a Dios en la Eucaristía,
haciendo reverencias, sino hacemos estas mismas reverencias ante los
hermanos y hermanas que están a nuestro lado (nuestros prójimos).
Solo
si tenemos la valentía de amar a la forma de Jesús viviremos en la paz que nos
da Él mismo, pues la paz que nos da el mundo es pasajera, es superficial, así
como el amor que nos enseña a expresar. Quien no tiene paz y no vive en paz, es
porque no se ha atrevido a amar de verdad (amar sin esperar nada a cambio) o no
se ha dejado amar por los demás por sus prejuicios o miedos.
Jesús
dice que se va al Padre, pero que estará con nosotros, y es que el amor es la
prueba de que somos seguidores suyos, Él esta con nosotros cuando amamos a
nuestros hermanos y más cuando lo hacemos con alguien que nos hace mal o sigue,
según nosotros, en pecados. Él esta con nosotros cuando ponemos en practica sus
palabras, esto es lo que significa ser santo, somos santos (otros cristos)
cuando ponemos en practica las palabras de Jesús, cuando amamos como Él amó
(amó a los pecadores, a las prostitutas, a los ladrones, a los lisiados, a los
leprosos, a los ricos, a los pobres, a sacerdotes, a infieles).
No
tengamos miedo a amar o ser amados, pues es natural en el amor sufrir, no hay
amor sin sufrimiento, no es parte del amor pero no se llega a madurar en el
amor si no hay problemas, dificultades, ansiedades, pero hay que superarlas.
Tengamos la valentía de salir del atolladero en que nos encontramos; si no
hemos amado así como dice Jesús, animémonos a hacerlo; si estamos en el proceso
pero nos hemos quedado hundidos en las dificultades derivadas del amor,
salgamos de allí, aprovechemos estas cosas para madurar en el amor; y si estamos luchando por seguir en el
camino, hagámoslo con alegría porque después de todo esta la paz plena, que no
solamente la sentiremos cuando estemos cara a cara con Dios, sino desde ahora
si somos valientes en la lucha.
Fray
Juan Gerardo Morga, OFMCap.
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