domingo, 5 de julio de 2015

Homilía del DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO.


De la profecía de Ezequiel 2, 2-5.


En aquellos días, el espíritu entró en mí, me puso en pie, y oí que me decía: «Hijo de Adán, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí. Sus padres y ellos me han ofendido hasta el presente día. También los hijos son testarudos y obstinados; a ellos te envío para que les digas: "Esto dice el Señor." Ellos, te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos.»


¿Es Dios lo más importante?

Paz y bien a todos hermanos y hermanas.

Dicen que nunca hay que decir siempre, sin embargo para hablar de Dios podríamos decir: "Dios es siempre el más importante", pero esto no es del todo cierto cuando lo comprobamos en nuestra propias vidas.

Nos preocupan muchas cosas, por ejemplo, nos preocupa cuando no tenemos dinero, cuando no tenemos que comer, cuando no tenemos con que vestirnos, nos preocupa la fama, y estás preocupaciones son normales, incluso son de primera necesidad. Pero a veces estas preocupaciones ocupan el lugar más importante en nuestras vidas, hay personas que solo viven preocupadas por el dinero, como ganar más, como aumentar el capital, o los papas están más preocupados por el dinero que van a llevar a casa que los hijos que están en la casa.

Después hay otras cosas que están en las primeras cosas de nuestras prioridades; por ejemplo, cuando hacemos nuestras metas en la vida, decimos yo quiero ser doctor, chófer, mecánico, secretaria, pero nunca pensamos en dedicar nuestras vidas a Dios, incluso si hay alguno de que lo piensa y lo hace, todos dicen que esta loco. Nuestras prioridades no son del todo sinceras cuando decimos que "Dios es el más importante",

Jesús y san Pablo en el Evangelio y la segunda lectura, respectivamente, hablan de que solo en la tierra y en las ocasiones de debilidad es donde se conoce quien esta contigo, quien te cree. Creo que a nivel personal y comunitario tendremos que aceptar que somos, como dice la lectura de Ezequiel, rebeldes, "que somos un pueblo rebelde que de repente se revela contra Dios", que de repente no le cree verdaderamente a Dios, incluso que no pone a Dios como lo más importante. Después de que reconozcamos que somos rebeldes o testarudos (cabeza duras), pues que decimos, pero no ponemos a Dios en lo más importante de nuestras vidas, que somos infieles o pecadores, viene el reconocimiento de que somos un pueblo de Dios errante por el mundo buscando lo que nadie busca, a Dios.

Solo cuando un enfermo alcohólico acepta que es una enfermedad, solo en ese momento empieza a curarse, solo cuando el enfermo se da cuenta de la gravedad de la enfermedad se empieza a cuidar. Debemos de mover nuestro corazón a Dios, antes de que sea muy tarde, hay que renovar la fe que tenemos a Dios y creerle, a poner a Dios en la cumbre de nuestras prioridades, que de verdad sea Cristo el más importante, que Dios sea el centro de nuestras vidas. No seamos orgullosos pensando que soy buen cristiano, que soy buen servidor suyo, que ayudo mucho, aceptemos que todos le fallamos alguna vez y entonces iremos cambiando de verdad. El pueblo o el critiano que no reconoce sus debilidades, sus rebeldías, sus faltas no es un verdadero pueblo de Dios, no es un verdadero cristiano.

Esta semana que comenzamos les invito a decirle a Dios. "Señor dame la fe que me falta" o "Señor aumenta nuestras fe". Tenemos que hacer nuestra confesión pública como pueblo, de que somos un pueblo rebelde pero en camino de salvación, y si hay que hacer alguna conefión privada tengamos la valentia de hacerlo, pues solo así se acrecienta la fe (confianza).

¡Buen domingo!

Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

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