sábado, 2 de febrero de 2013

IV Domingo del Tiempo Ordinario.


“…ningún profeta es bien recibido en su tierra”.
Lc 4, 21-30.

Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír". Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es este el hijo de José?". Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, cúrate a ti mismo". Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún". Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra”.
Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Jesús es sin duda el más excelente de los profetas de Dios. El profeta es aquel que es enviado por Dios a los hombres y mujeres para que anuncie su Palabra, pero también denuncia las situaciones o actitudes personales y colectivas que van en contra del querer de Dios. Sin embargo el profeta casi siempre le va mal, pues como seres humanos no nos gusta que nos digan lo que esta mal en nuestra vida o en la vida pública, casi todos los profetas de Israel fueron asesinados por sus habitantes en su momento, y Jesús hoy nos dice que su profetismo y anuncio del Reino no fue fácil, tuvo que pasar la misma suerte que todo profeta.

Y es que ser profeta no es fácil. El profeta va contra corriente, parecido al salmón, no se deja llevar por la corriente del pesimismo, desánimo, desesperación, hedonismo, materialismo de todos los simples mortales, es un simple mortal como todos pero escucha la voz de Dios en la oración, en los hermanos, en la naturaleza, en las circunstancias complejas de los seres humanos. Jesús es un claro ejemplo de que ser profeta no es fácil, pues a pesar de que se esmere por ser coherente con lo que dice y lo que hace, se tiene una cierta disposición negativa ante su mensaje, aunque puede ser que también algunas personas agradezcan y hagan caso al mensaje.

Sin duda que el profeta tiene que tener una coherencia moral, debe de esforzarse por no ser egoísta, y que anuncie con claridad el mensaje de Dios, sin incluir intereses personales, pues tiene un gran poder con su voz, pues la gente sabe que habla en nombre de Dios.

No todos los hermanos quieren ser profetas, aunque con el bautismo fuimos hechos, como Jesús, profetas. Y no queremos por que no queremos experimentar el rechazo, es difícil llegar a un lugar, sobre todo al lugar donde eres originario, y no te reciban o no crean el mensaje que estas anunciando, pues te conocen desde pequeño, conocen lo que haz hecho y también lo que no. Pero también aunque se tome en serio este profetismo que tomamos en los hombros con el bautismo, y tengamos una coherencia de vida, es difícil que las personas crean el mensaje, pues ya hay un prejuicio.

Cuando esto pasa, es decir, hay una fuerte resistencia a recibir el mensaje de Dios, ya sea por la mala imagen del profeta, o simplemente la gente no acepta el mensaje por prejuicios, Dios habla al profeta y le dice como a Jeremías, en la primera lectura de hoy: “Cíñete y prepárate; ponte de pie y diles lo que yo te mando. No temas, no titubees delante de ellos, para que y no te quebrante”. Dios nos habla y nos dice que Él esta con nosotros, y el mensaje que decimos es de Él, además nos confirma en la fe para que podamos realizar la misión, pero tenemos que estar consientes que podemos correr con la misma suerte de Jesús y de muchos profetas del antigua testamento, nos pueden quitar la vida, sin embargo hay que ofrecerla con libertad, como el mismo Jesús: “nadie me quita la vida, soy yo quien la ofrece por ustedes”. Si no nos hacen caso, Dios dirigirá su mensaje de otras formas, las promesas las cumplirá con otras personas como dice el evangelio de hoy con la viuda de Sarepta o con Naamán, no hay que desesperar, es Dios quien actúa, quien habla.

Queridos hermanos y hermanas, tenemos que ser profetas, tenemos que tomar en serio nuestra condición dada por Cristo en el bautismo, tenemos que ir, como Jesús, contra corriente, con ánimo confiado en Dios, que es Él que nos conduce, pero también consientes de lo que supone este profetismo.

¡¡¡Festejemos con nuestra vida, ya que no lo hacemos como Iglesia, la fiesta de Cristo Profeta!!!

Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

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