sábado, 7 de diciembre de 2013

Homilía del 2° Domingo de ADVIENTO.

De la carta del apóstol san Pablo a los romanos: 15,4-9.


Hermanos: todo lo que se ha escrito en los libros santos, fue para nuestra instrucción, para que por la paciencia y el consuelo de la Escritura tengamos esperanza.



El Dios de la paciencia y el consuelo les conceda tener los unos para con los otros los sentimientos de Cristo Jesús, de modo que, con un solo corazón y una sola voz, glorifiquen a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.



Por tanto, acójanse unos a otros, como Cristo los acogió para gloria de Dios. Quiero decir que Cristo se hizo servidor de los circuncisos para confirmar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas de los patriarcas; mientras que los paganos glorifican a Dios por su misericordia, como está escrito: Te confesaré ante los paganos y cantaré en tu honor.

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Paciencia y consuelo: 
dos actitudes que alimentan nuestra esperanza.


Hola hermanos y hermanas, que el Señor les conceda su paz.

Estamos en el 2do. domingo del tiempo de adviento, y decimos que es un tiempo de esperanza, pero ¿cuanto alimentamos la esperanza de los hermanos con los que nos encontramos, con los hermanos con quienes vivimos, y a la vez como se alimenta nuestra propia esperanza?

En este extracto de la carta a los romanos, san Pablo nos dice que la paciencia y el consuelo alimentan la esperanza. El mismo Dios con su infinita paciencia alimenta, una y otra vez, nuestra esperanza, pues en cada momento fallamos, le fallamos y fallamos a los hermanos; nos espera de nuevo a pesar de que le fallemos, y más aún, nos consuela, sana nuestras heridas que nos ha causado el pecado, la desobediencia, el egoismo, etc. Y si Dios nos tiene paciencia y nos consuela en momentos difíciles, ¿hacemos lo mismo, nosotros a los que se encuentran con miedo, desesperados o en dificultades?

Decía la madre Teresa de Calcuta, que la enfermedad más grave de la humanidad es el hambre, y no precisamente el hambre de alimentos que ya es un problema grave, sino el hambre de amor, el hambre de ser escuchado, el hambre de atención. Y es precisamente lo que Dios hace con nosotros todos los días, es lo que deberíamos hacer con los hermanos todos los días, y ser instrumentos de Dios, teniendo paciencia con los que sufren, con los que se atraviesan por nuestro camino a veces incomodándonos, escuchando a Jesús que nos habla por medio de los hermanos, escuchando el calvario que sigue pasando Jesús en los hermanos y hermanas que sufren.

Si cada uno tomáramos conciencia de la paciencia y el consuelo que Dios nos da, nosotros seriamos más pacientes y consolaríamos más. Dios no regaña cuando nos encontramos con Él, cuando le decimos la verdad, por más difícil que sea, ¿por qué los seres humanos hacemos eso cuando un hermano viene a nosotros y reconoce que la regó, que se equivoco? Dios no se queda indiferente cuando sufrimos, en cambio nosotros, en ocasiones ¿por qué somos indiferentes ante alguien que esta pasándola mal?

Creo que como Iglesia (los bautizados) tenemos que poner en practica estas dos actitudes, que son en realidad virtudes que Dios da, es como una moneda que Dios da a cada uno y cada quien tenemos que hacer que se produzcan muchas monedas más. Si cada sacerdote, cada religioso, catequista, integrantes de grupos de la Iglesia fuéramos más acogedores, como san Pablo dice en su carta, "otro gallo cantaría". Les invito hermanos y hermanas, a que es esta semana que inicia reflexionemos y pongamos en practica estas dos virtudes, la paciencia y el consuelo, con ello estaremos dando más esperanza a los hermanos que nos rodean, a tantos hermanos que viven si esperanza. Amemos, tengamos paciencia y consolemos a los demás, así como nos ama, nos tiene paciencia y nos consuela nuestro Dios.

 ¡Sea alabado Jesucristo, que viene!

Fray Juan Gerardo Morga, OFMCap.

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